jueves, 6 de marzo de 2008

Viajando a Caracas

EL OFICIO DEL ESCRITOR ******* D.A. RAVELO MARTÍNEZ
VIAJANDO A CARACAS
ABRIL 28, 2007

Caracas es extraña, un valle rodeado de colinas en las cuales las viviendas ofrecen una bizarra combinación rural y urbana, como si más de un mundo acechara detrás de la composición del primer plano. Yace como una sacerdotisa recostada para descansar un momento a los pies del dios Ávila, apenas culminado algún mágico rito .
Su diseño original era apropiado para una vida de tracción de sangre. Sin embargo, su crecimiento devino anárquico, no se pensó el asunto, y decidieron atarla con tres largas correas de asfalto que la cruzan de oeste a este; recorrerla en automóvil, desafiando la maraña de sus restantes rutas polares, sería saltar como un trapecista que utiliza tres trapecios
paralelos .
A diario entraba y salía de Caracas una cantidad espeluznante de vehículos públicos y particulares. En ciertas horas sus calles y avenidas parecían contener varias orugas metálicas gigantes y multicolores, que se movían con caluroso y lento
ruido.
El tráfico en la urbe desbordó la capacidad de respuesta de sus cinco alcaldes, cuyo desacuerdo era como un ensayo de The Banana Splits, con Eminem como
invitado .
Así, día tras día tras día, en las rutas periféricas, inmensas colas traían a quienes desarrollaban sus actividades en la ciudad. Los conductores privados fumaban y escuchaban radio, esperando. La gente viajaba dormida en los autobuses, sin ver mendigos o suciedad, respirando el aliento de los que roncaban completando su sueño y escuchando reggaetón mañana, tarde o noche, en los vehículos públicos.
Uno de tantos días, en la ruta incrustada como un machetazo de asfalto al pie del Ávila, repentinamente, un joven bajó de la camioneta que conducía, tomó con violencia un ramo de rosas que llevaba y, dejando abierto el vehículo, se internó unos metros en el cerro.
El hombre se desplomó llorando sobre la tierra, dejando caer las rosas, regando con lágrimas tierra y flores. Luego se levantó, con rostro aliviado, y regresó a la vía, por donde caminó alejándose del vehículo.
De inmediato brotó una fuente de agua fresca justo en el lugar de las rosas sobre las que lloró, y surgió un rosal multicolor que se multiplicó vertiginosamente, invadiendo montaña, asfalto,
vehículos . Una lluvia suave comenzó, ayudando al despliegue de las rosas, que cubrieron todo desbordadamente .
Comprendiendo, todos abandonaron sus máquinas, y comenzaron a caminar, recogiendo flores, aspirando su fragancia y dejándose acariciar por la lluvia, hacia la ciudad, por la cual se expandían, endémicos, las flores y los retoños.
Hoy la vida en Caracas es otra. Todos han retornado a los tiempos antiguos, las antiguas creencias. Los automóviles quedaron olvidados, oxidados todos bajo la maleza. La flora recuperó su espacio, los animales silvestres parecen haber regresado del exilio, y hace ya tiempo que los caraqueños decidieron utilizar, provisionalmente, mulas y caballos para trasladarse dentro y fuera de la ciudad. El aire ahora es bastante limpio. El clima ha recobrado la frescura de otros tiempos. Lo más traumático es el acceso desde La Guaira. Al parecer, las mulas se niegan todavía a cruzar un puente a semejante
altura . Esperen todos sentados, dirán ellas.

1 comentario:

Francisco Pereira dijo...

Hermosa esa Caracas surealista. Mañana le llevo rosas al Avila.