lunes, 3 de marzo de 2008

Un minuto de silencio…¿Por quiénes?

Toda posible alegría por el magnífico gol que Juan Arango marcó ante el Getafe, en la 26ª jornada de la Liga Española, temporada 2007-2008, ha sido postergada por otro manotazo del autoritarismo que sufrimos.
La sociedad venezolana toda se halla, a partir del primer día de marzo de 2008, en riesgo de involucrarse en una guerra, por voluntad declarada de nuestro actual presidente.
Es este ciudadano el responsable exclusivo de esta situación, el único que ha declarado la voluntad de que entremos en guerra, como ya sabemos todos.
Ante el incidente militar entre Colombia y Ecuador, resultado del cual fallecieron integrantes de las FARC, nuestro presidente y sus ordenados saltaron apresurados, a proponer la guerra, a retirar embajadores y movilizar unidades militares hacia nuestra frontera con Colombia.
Actuaron así suponiendo una situación condicional: “si Colombia nos agrede”… Y por allí se lanzaron, movidos por un prejuicio que les pertenece casi con exclusividad pero que, validos indebidamente de su poder actual, pretenden imponer al resto de la sociedad, la única parte que verdaderamente resulta afectada por toda esta turbia discrecionalidad política y económica.
No es éste el espacio de juzgar las actuaciones de los gobernantes de Colombia y Ecuador. Nos interesa el que tenemos aquí en la casa.
Sus declaraciones incluyeron la solicitud obedecida de guardar un minuto de silencio por el personaje militar y políticamente más importante de los fallecidos en el incidente: Luis Edgar Devia Silva, alias “Raul Reyes”, primer lugarteniente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Tal petición es un soberbio insulto a todo el pueblo venezolano. No sólo a quienes el ciudadano presidente considera enemigos. También, incluso más, y principalmente, a sus seguidores no necesariamente obsecuentes: el pueblo más pueblo en nuestra sociedad, ésos que realmente creen en él con amor, y lo defienden con celo. No los enchufados. Ésos no: los otros; los anónimos.
No comparemos esa actitud del fin de semana reciente con la ausencia de homenaje semejante a los fallecidos hace una semana en el accidente de Mérida. Allí había opositores destacados y, para la lógica de nuestros actuales gobernantes, el que viaja en avión y no está en el gobierno, es oligarca.
Con lo que hay que comparar esta demostración de afecto es con el desprecio que nuestro presidente y sus colaboradores demuestran constantemente, de palabra y obra, respecto a los centenares de ciudadanos de ese pueblo, mayormente jóvenes, que siguen pagando a diario con sus vidas el secuestro al que la delincuencia común nos tiene sometidos a todos. Esos muertos sí no les duelen a nuestros bolivaristas.
Aparte de las motivaciones ulteriores que oculta ese discurso del fin de semana, la oposición política debe trabajar en hacerle ver a ese pueblo amante que su amado no le otorga reciprocidad en el amor. Es un padre que da el sustento, si lo da, en forma de limosna, pero condicionado a la obediencia. Y el amor no lo da a los hijos, sino a los vecinos, o más concretamente, lo da a una abstracción, “a los pueblos del mundo”.
El pueblo más llano es el que debe llegar a ver que su participación real en nuestra vida social sólo cuenta, para nuestro gobernante, a la hora de apoyar electoralmente alguno de los intereses particulares del citado ciudadano.
Es también a ese pueblo al que hay que hacerle ver cómo saldrá perjudicado principalmente con una segunda guerra, aparte de la que ya libra —solo, sin esperanzas y abandonado a su suerte— contra el hampa.
Hay que hacerle ver, a ese pueblo, que la grandilocuencia discursiva de nuestro gobernante, premeditada para emocionarlos y eliminarles cualquier resquicio de sensatez racional, es totalmente falsa, en lo que se refiere al tema de la guerra.
Nuestro presidente se declara “amante de la paz”. Pero a cada instante repite su voluntad final de “vengar las afrentas” y “derrotar a los enemigos”. Sólo habla de la batalla, el combate, la pelea, la venganza. Quizá sea oportuno recordar, para descubrir la verdad de esa alma detrás del ruido de su voz, los versos de Giosué Carducci:

Paz es vocablo muy poco sólido
entre los muros que el fraticidio
cimentó eternos. ¿Quizá un día
la paz de entre la sangre alzará el vuelo?

Pueblo de Venezuela: he ahí a tu verdadero enemigo. ¡Reconócelo!

1 comentario:

Ileana Hernández G. dijo...

Candela pura esta crónica, no sólo da miedo lo que está pasando , sino lo que pueda venir. La cordura y la templanza, serán los únicos valores que nos salvaran del atropello que se pretende hacer con nosotros.