miércoles, 26 de marzo de 2008

¿Quién debe ingresar a la educación superior?

La pregunta acerca del derecho que tienen los ciudadanos a recibir la educación que deseen, una vez cubierta la etapa básica y obligatoria de la misma, plantea un problema central de nuestro diseño social.
Como universitario, comenzaré por declarar que considero inadecuada la manera de plantear la discusión, porque se ha hecho desde perspectivas particulares, que sólo toman en cuenta intereses de grupos de poder político. El papel de los líderes estudiantiles universitarios, lamentable. Como soldaditos de plomo, o loritos, repitiendo consignas prescritas por otros, practicando la vieja política, decidiendo sin consultar y convocando a marchas sin contenido.
Aunque no debemos plantearnos el problema como si sucediera en una república aérea —uno de esos diseños platónicos de socialismo que se intenta construir considerando como agentes propulsores del mismo a hombres ideales, seres que no existen—, creo necesario partir, como en todo lo que tiene que ver con la acción política, de un proyecto.
El proyecto es necesario, porque obliga a ver de antemano los problemas. Permite asomarnos a la realidad deseada de modo simulado, pues no hay eticidad en realizar experimentos con el conjunto social.
Y si creemos que con la sociedad no se debe jugar, aunque esa sociedad no sea la mejor sociedad posible, menos podemos esperar que el proyecto sea un proyecto excluyente, concebido por un grupo para lograr sus intereses.
Nuestra posición inicial es, pues, una situación de desigualdades. Como sociedad, dada esa situación, contamos, en cualquier momento histórico, con debilidades, oportunidades, fortalezas, amenazas y expectativas. No debemos despreciar esos elementos al momento de diseñar nuestro proyecto social educativo.
La crisis obliga a trabajar. Y se trabaja mejor partiendo de un proyecto calculado con base en nuestra realidad sociopolítica y económica, que lanzándose hacia cualquier lado de cualquier forma. Lo que tenemos que hacer es trabajar sin cesar, ganando conciencia del problema. No es cambiar por moda, porque ahora haya que cubrir todo con un trapo colorado, para que los incautos se emocionen. Repito, la sociedad no es conejillo de indias.
Es una estupidez hacer las cosas por venganza, por ¡resentimiento histórico! Pero hacerlas sólo porque en otra parte se hace, o porque alguien dice que otra sociedad está más avanzada, o como hacía un antiguo jefe, porque lo leemos en un manual organizacional foráneo — si no nos vemos a nosotros mismos — no es sino otra estupidez.
El educativo es el proceso más importante que tiene cualquier sociedad. A través de él son transmitidos de una generación a otra, no sólo los variados y constantemente cambiantes conocimientos prácticos y técnicos necesarios para la adaptación al entorno humano del momento sino, más importante, toda la densidad cultural que especifica a dicha sociedad.
Por eso resulta arbitrario que un grupo, cualquier grupo, pretenda modificar a su antojo el proceso educativo de toda la sociedad. Es injusto. Sólo declararlo como intención es un crimen contra los derechos humanos de ese colectivo social.
Hay quien afirma, y tiene razón, que en el pasado hubo grupos que manipularon el proceso para lograr sus intereses, etcétera.
Concedido.
Pero los venezolanos no estamos obligados ni condenados a actuar como otros actuaron en el pasado, inferiormente. Y en esto creo tener razón práctica.
Este es nuestro reto actual. Saber poner a un lado los errores del pasado, saber perdonar a nuestros padres y diseñar un proyecto que permita construir una sociedad verdaderamente inclusiva, igualitaria, en la que el progreso individual y colectivo sea la posibilidad cierta y cotidiana para todos los que aquí habitemos.
Superar lo presente conservando nuestras raíces.


Todavía habrá quien diga que en el pasado todo fue mejor, etcétera.
Respondo a esto desde mi apreciación particular de la sociedad venezolana: no creo que haya algo de “mejor” en una sociedad mientras se multiplique de manera avasallante la cantidad de ranchos, el hacinamiento, los accidentes de tránsito, las enfermedades endémicas, los atracos, la violencia, la drogadicción, las familias mal avenidas, el consumismo, la corrupción, la especulación, el maltrato a los animales y al ambiente y un etcétera largo que gustosamente puedo especificar cuando haga falta.
Es pernicioso para nosotros el famoso prejuicio de la élite, de que la sociedad debe ser regida por los mejores. ¡NO!: Mejores en la igualdad debemos ser todos los venezolanos. Es una toma de conciencia necesaria para superar nuestro atraso caudillista.
Y sí, hay una distorsión educativa grave en el nivel superior de nuestra educación. Recuerdo el comentario superficial de una compañera, en uno de los inolvidables seminarios de la nunca suficientemente bien ponderada Escuela de Filosofía: “es que esas mujeres de los barrios son irresponsables, no pueden estar sin parir muchachos. La culpa es de ellas”.
“Estamos rodeados”, fue lo que pensé. Si los que acceden al nivel superior vienen, mayoritariamente, con este assembler de insensibilidad, ¿qué debemos esperar de los que ni siquiera terminan el primer grado de básica? ¿Cómo se libera a alguien de un prejuicio fundamentalista?
Esa es una realidad que hay que transformar. En ambos extremos. Progresivamente. Debemos apuntar a un diseño que permita una construcción compartida de una mejor calidad en el producto final. Debemos construir mejores seres humanos.
Sin embargo, es una mentira achacarle la responsabilidad exclusivamente al nivel superior. No está entre las atribuciones de un funcionario público ejercer la mentira. No es para eso que se les paga.
Bien, la primera conclusión que quiero establecer en esta serie es que el problema es de todos. No es responsabilidad exclusiva de nadie, y menos de los funcionarios públicos. Ellos no son dueños de la sociedad. En consecuencia, la acción política debe apuntar a involucrar de manera consciente a todos los ciudadanos, para lo cual hay que desmontar el engaño ideológico que pretende hacer que este problema sea percibido desde la simple emocionalidad.
Como se ve, abordar este problema exige la práctica de una organización política de la sociedad que no está hoy extendida entre nosotros, y que no puede ser el mero asambleísmo mayoritarista. Nuestro difícil reto es involucrar a todos respetando su especificidad, de manera que el diseño que se logre confiera oportunidades efectivas a todos, no sólo a un grupo. Para hacer esto hay que superar los propios prejuicios negativos, aquellos prejuicios según los cuales consideramos peyorativamente al otro. Y esto ya implica una actitud de cambio interno que, como todo cambio, es doloroso, pero a la larga resulta indispensable para aspirar mejores situaciones.
Lo dicho vale para todas las parcialidades.
Los ciudadanos debemos ejercernos como tales, e impedir que a este problema se lo trague la politiquería.

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