miércoles, 26 de marzo de 2008

Todos deben ingresar a la educación superior

Para quien esto escribe, la respuesta es clarísima y sencilla: todo aquel que lo desee.
En consecuencia, debemos aproximarnos al análisis de las razones por las cuales tal utopía no se cumple.
Me propongo evadir, sin dejar de reconocer su existencia, el estorbo de las tradiciones de exclusión practicadas por nuestra sociedad a este respecto. Ya se ha dicho en un escrito anterior que nuestra situación inicial se caracteriza por la desigualdad. Poco progreso y mucha barbarie intuyo en buscar culpables. También he concluido que me parece un problema que concierne a la totalidad de los conformantes de esta sociedad, aspirantes a la futura ciudadanía venezolana.
Para nosotros se trata de buscar la manera de lograr la inclusión como posibilidad para todos. En consecuencia, debemos responder a los condicionamientos negativos iniciales, a saber: a) el nivel socioeconómico; b) la procedencia de los niveles educativos inferiores; c) la oferta disponible.
Antes de asumir este análisis, es preciso dejar claramente sentado lo siguiente: la característica primordial del ser humano es su individualidad, su diferencia, su especificidad. De manera que la desigualdad es natural e irreconciliable, en cuanto ser humano único. Nadie es normalmente otro, sino sí mismo. Pretender la igualdad a ultranza es, más que absurdo, inhumano, negación de la humanidad.
Pero ello no quiere decir que toda desigualdad es natural. Una desigualdad como la que caracteriza la composición de los beneficiarios de nuestro sistema educativo, es una desigualdad humanamente construida. En consecuencia, es transformable. ¿Cómo? Reconociéndola, pensándola, proyectando su superación. Como afecta al todo social, todos los ciudadanos deben participar en la construcción de la solución.
Esto añade problemas, porque no todos estamos igualmente preparados para esa ciudadanía, para esa participación constructiva. La causa de ello está en nuestra desigual sociedad, producida por nuestros excluyentes procesos educativos.
Esa es la situación que debemos enfrentar y superar. La sociedad que debemos construir, aunque pueda parecer risible, debe ser tal que un limpiabotas tenga la misma comprensión básica de la importancia de la educación que un doctor en pedagogía. Porque muy probablemente los descendientes de ambos sean usuarios de nuestro sistema educativo.
Veamos entonces, qué podemos encontrar en las tres áreas del problema especificadas.
Pero primeramente, preguntémonos lo siguiente: Tal como funciona actualmente, ¿sirve para algo la educación venezolana?
La respuesta parece sencilla. Habrá quien diga que esto es lo mejor del mundo y sus alrededores. Otro dirá que es una cloaca abierta. ¿Cuál es nuestro criterio para decir que está mal o que está bien?
Provisionalmente, a lo Descartes, diré que me parece que el sistema educativo actual está mal, entre otras cosas, por los resultados observables a cada instante en nuestra conducta pública y en la calidad de nuestra vida material, violenta, sucia, triste y corta, como proclamaba Hobbes. Dejo a la consideración de cada uno de Ustedes la decisión de si nuestro sistema educativo funciona bien o mal.
Lo que no creo que sea debatible es que sea un problema concerniente a todos, ya que, hasta ahora, los títulos que validan la educación que recibimos los otorga la sociedad a través de las instituciones del Estado. No es que yo me leo una pila de libros y ya, soy culto y educado. Hay un reconocimiento institucionalizado de la educación que recibimos, que es una educación social, cuya responsabilidad le hemos encomendado nosotros, en cuanto sociedad, al Estado cuya organización hemos aceptado.
Sé bien que esto no se comprende así, pero hacia esa comprensión debemos entre todos enrumbar la sociedad.
¿En qué se expresa la educación?
A mi modo de ver hay dos dimensiones en las cuales se manifiesta la educación. Cuantitativamente, podemos atenernos al aumento o disminución de la matrícula escolar. Aquí se da el siguiente encadenamiento: como el costo de mantener un niño en la escuela es muy grande para un ingente número de familias pobres, la deserción es mayor en los niveles socioeconómicos C, D y E. Cualitativamente, problemas de diversa índole, entre los cuales son muy importantes los aspectos de infraestructura, salud y seguridad, así como la atención al docente por parte del Estado, determinan que la formación del estudiante en tales sectores presente carencias que la colocan en una relación de desventaja con respecto a lo que acontece en los restantes estratos socioeconómicos.
Como resultado, la clase socioeconómica es un factor que genera desigualdad en la conformación del acceso a la educación superior, puesto que llegan a optar a tal educación menor número de sus componentes, con una desventaja añadida en aspectos que inciden en la formación como la autoestima, el apoyo familiar y la seguridad en sí mismo.
Una iniciativa como las misiones educativas pudiera ser una medida contingente apropiada para detener la profundización de la desigualdad, siempre que se implemente temporalmente, de manera abierta, y se la destiña de la mancha ideológica que en nuestros días ha contraído. Pero hasta allí. Si nuestra educación anterior fuese buena, jamás nadie en su sano juicio hubiera pretendido que tres meses o un año de barniz de objetivos educativos logran lo mismo que once años de maduración intelectual y psicoemocional en el ciclo educativo normal.
Luego está el aspecto de la diferencia cualitativa que se observa entre la educación pública y la privada. En Venezuela, hace mucho tiempo que los gobernantes y los ciudadanos nos olvidamos de la importancia del docente. La politiquería actuó para generar una situación en la cual un docente se convirtió en un jornalero de la educación, con el resultado de mucha gente sin vocación y motivación dando clase, mal pagados, desasistidos y peor preparados para atender en pésimas condiciones materiales y de seguridad a unos alumnos que mal pueden adquirir unas virtudes y competencias que ni sus tutores ni el entorno pueden transmitirles.
Aunque suene apodíctico, mi pretensión es generar discusión y debate. Trato de exponer la perspectiva que tengo, y bien puedo estar equivocado. Obsérvese que descarto otros vicios que, pudiendo ser efectivos, considero minoritarios y subsanables, siempre que toda la sociedad se involucre en el diseño y vigilancia de los proyectos educativos de la sociedad venezolana.
El tercer aspecto y, a mi modo de ver, el más sencillo, es el referido a la oferta académica superior. A fin de cuentas, quizá la solución de toda la problemática consista en solventar este aspecto, junto con la atención y la nivelación hacia el incremento cualitativo general de la educación que se imparte en los niveles básicos. Si somos coherentes, desaparece hasta el problema posterior de cómo hacer autorrealizados y productivos a todos los profesionales que nuestro sistema educativo genere.
Considero que no necesitamos más universidades. Lo que necesitamos es invertir en las ya existentes, con las debidas previsiones de apertura a la vigilancia social, de manera que ellas puedan incrementar su matrícula y atender a una cantidad exponencialmente mayor de bachilleres, si ello es necesario, incluso dictando los cursos de nivelación correspondientes para aquellos que actualmente sabemos que no están en condiciones de encarar con éxito la exigencia del nivel universitario. Del mismo modo que no se quiere que un grupo secuestre el proceso educativo de todos, también se rechaza que un grupo se apropie de una universidad pública, cualquiera que ella sea.
Yo veo en esto sólo ventajas. Incluso desde el aspecto del empleo podrían beneficiarse muchos profesionales que hoy manejan taxis o practican el comercio informal porque no consiguen empleo, siendo que podrían ser más productivos socialmente educando y ayudando a otros a insertarse en los niveles superiores de la educación.
Pero si el gobierno, éste o cualquier otro, olvidando que es responsable de la administración y no dueño del Estado, decide que va a mezquinar y reducir el presupuesto universitario, o que va a darle recursos discrecionalmente sólo a aquellos que canten la canción que desee escuchar, resultará perjudicada toda la sociedad, no sólo los circunstancialmente excluidos.
La solución al problema de la oferta académica es que, con mayores recursos presupuestarios, se construyan módulos de las universidades nacionales regionalmente, allí donde sea menester, para la formación de profesionales, con énfasis en los más necesarios en la región: médicos, ingenieros, arquitectos, docentes, técnicos y científicos en las más variadas ramas. Se genera empleo, arraigo familiar y se incrementa el impacto cuantitativo de la educación superior.
Venezuela es un país geográficamente pequeño y cuenta con los recursos económicos suficientes para asumir una acción colectiva como la propuesta, sin necesidad de mayor sobresalto. Podemos, si socialmente lo decidimos, incluso superar los niveles de inversión educativa recomendados por los organismos internacionales. Por supuesto, la vigilancia de la sociedad es fundamental. El ciudadano debe comprometerse a velar porque lo así ganado no se pierda.
La superación de nuestra actual desigualdad ciudadana es primeramente responsabilidad de quienes ya hemos accedido al beneficio de una educación superior, sea cual sea nuestro nivel. Despreciar al que es menos social o académicamente, y negarle el acceso a las decisiones en asunto de tanta importancia y que tanto le concierne, aunque él mismo no lo sepa bien, es continuar encerrados en el círculo vicioso que nos ha traído hasta el presente. El ser humano merece respeto solamente por esa condición. Pero cuando me paro a discriminar y a negar oportunidades sólo por prejuicios que no quiero detenerme a revisar, quedan inauguradas las tinieblas.
Por último, aquí hay que considerar el problema de la autonomía académica. Quien mayor pertinencia tiene para decidir acerca de la formación de sus alumnos es, primeramente, la universidad. Sin embargo, la universidad no está sola. Forma profesionales para la sociedad. De modo que el otro factor que debe plantear exigencias y vigilar el proceso educativo para que sea pertinente es la ciudadanía. Toda la ciudadanía, no sólo un grupo determinado según la perniciosa costumbre de la élite autodeclarada. Porque el precio de no hacerlo así ya sabemos la clase de desigualdades que comporta, y no creo que nadie en su sano juicio quiera responsabilizarse del riesgo de construir una sociedad desigual.
Finalmente, intervendría el gobierno. No, como se quiere ahora, en función rectora. Ya estamos cansados de eso. La humanidad no marcha en esa dirección. Nosotros podemos hacerla marchar en la dirección que queramos. Los gobiernos no son otra cosa que corporaciones humanas que la sociedad designa para representarla temporalmente y administrar el Estado que esa sociedad ha formado.
Según mi criterio, de esta nueva excursión al problema, resultan tres nuevas claridades respecto al problema de la educación superior: son las universidades y la ciudadanía quienes deben decidir y controlar lo referente a la educación superior, en primer lugar. Luego, el papel del gobierno debe limitarse a cumplir los dictados de la ciudadanía, y no al revés. De manera que el intento de intervenir en el proceso unilateralmente es erróneo y va contra los intereses del todo social. Tercero, todos debemos integrar la virtud del respeto al otro más allá de sus concretas condiciones socioeconómicas y académicas. Si no podemos ver al humano en cada humano, nada de lo anterior tiene sentido.

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