sábado, 31 de octubre de 2009

Esta intolerancia parece que no se lava: ¡Socorro!

Entre las primeras sensaciones que me visitan, habiendo recién finalizado de escuchar el fragmento de clase del Profesor (al menos mientras no se oficialice alguna disposición en contra) Pedro Alejandro Lava Socorro, está la inmensa alegría de no estudiar en aquella institución, cuya historia académica, por lo demás, no parece haber sido precisamente meritoria.

Otra idea, clara, precisa, inexorable, que se epifanizó ante mi conciencia a medida que el discurso sobre romanos y afines progresaba, fue que entre los textos leídos por este académico no figura quizá una obrilla, que se nos ha transmitido también de manera fragmentaria, escrita en aquellos tiempos oscuros, por un tal Petronio, de inclinación estoica, cuyo título es Satiricon liber. Seguramente la leí mal, porque creo recordar que varios de esos fragmentos describen, incluso con fervor, prácticas homosexuales. El tal Petronio parece haber sido consejero y “amigo” de otro personaje famoso, llamado Nerón.

Pienso que sobre la sexualidad de los emperadores no es saludable hacer comentarios pero, aunque nada diré de ningún Nerón, tampoco puedo dejar de recordar que otro emperador, casualmente romano, Adriano, llegó incluso a levantar monumentos, después de derramar copiosísimas lágrimas y proferir gritos lastimosos, desgarradores, “como una mujer”, nos cuenta Marguerite Yourcenar, en méritos de la muerte de un joven al que amaba, Antinoo.

Seguramente, también estoy mal enterado de esta historia, como de todo lo demás, pero entiendo que cuando digo “amado”, lo que todos los contemporáneos de Adriano parecen haber tenido clarísimo, me refiero no sólo a la inclinación del alma, sino también a un acercamiento más “cercano del tercer tipo”, implicando incluso la construcción de aquello que, nos refieren Umberto Eco y otros, los inquisidores denominaban “el monstruo de dos espaldas”.

De manera que, de lo que el docente filmado intenta establecer, sólo se me ocurre pensar que, si los romanos efectivamente tenían establecida legalmente la pena de muerte para los homosexuales, quizá debamos inferir entonces que eran traviesamente hipócritas, cuando menos, dadas las manifestaciones públicas de sus nerones, calígulas y adrianos. Porque otra cosa que podemos pensar es que el profesor esté equivocado, cosa que creo que es más cercana a la realidad en el caso que ahora nos convoca.

Gracias al FACEBOOK -uno de esos sabrosos inventos surgidos en la atmósfera del capitalismo, y de los cuales uno puede pensar que es “lo mejor del mundo y sus alrededores”- me entero del escandalito del profesor homofóbico. Los comentarios de tres de mis muy apreciados amigos causaron la activación del circuito de mi curiosidad y, habiendo leído lo de Jesús, Yersson y José Javier, corrí de inmediato a buscar el video. Aquí expongo mis apreciaciones.

Estoy de acuerdo con Jesús en lo que señala con respecto a los oyentes del profesor. Me parece un signo de la época la aceptación acrítica de casi cuanta lava nos vomiten encima, sin siquiera pedir socorro, algo por demás preocupante en un aula universitaria.

Tal hecho no habla muy bien de los futuros abogados, jueces y legisladores, al menos de los egresados de esa casa de estudios. Más allá de eso, en las risas que se escuchan lo que veo es aceptación, acuerdo. Los que rieron, o era por nerviosismo de verse descubiertos y confrontados, o era por sintonizar con las palabras de su docente. Lo que no comparto de la exposición de mi amigo y profesor, son los calificativos, pues creo que es colocarse en el mismo nivel del sujeto. Dejémosle los insultos a los fascistas, e incluso así, ya habrá exceso.

Más de acuerdo estoy con lo que creo que expresa José Javier: hay que tener cuidado con la intolerancia. Si un profesor universitario resulta sancionado por un discurso como ése, entonces lo que hay que cerrar y despedir es a la sociedad. Se trata en caso tal, nada menos que de aceptar la práctica del fascismo, a la que tanto nos hemos ido habituando en Venezuela, durante la última década. Como no me gusta lo que dices y, en general, no me gustas, o no me sirves, sencillo: te borraré del mapa.

Mi supremo acuerdo en este punto lo obtiene Yersson, aunque para nada creo que el video haya sido editado. No me parece que el sujeto haya dicho mayor cosa. Nada nuevo. Lo que expresó ha sido moneda común en nuestra colectividad, así como en sociedades extranjeras, durante siglos. Entre nosotros sería hipócrita escandalizarse por eso, cuando tal corriente de pensamiento ha sido prácticamente la norma en las generaciones que nos antecedieron. Claro, puedo entenderse que esto cause escozor en la comunidad GLBT, pero de allí a negar la presencia de una tradición de prejuicio cultural, hay un trecho importante.

Ahora, independientemente de la filiación sexual De Lava Socorro, en torno a la cual le conferimos la más absoluta libertad de inclinación, encuentro que esta persona es víctima de una carga atómica de prejuicios negativos. Su exposición no contiene razonamientos, sino preconceptos. En lo que le escuchamos decir, las fuerzas del bien y el mal combaten terriblemente, y el único final posible es que la luz triunfará sobre la sombra. Y ello como resultado de que, en el fondo, lo que se mueve en esa acumulación de palabras es miedo e ignorancia.

Lo que no sabe esta persona, como también lo ignoran todos cuantos aman predicar esas épicas del combate y la fuerza, es que cuando la luz o la fuerza que preconizan triunfe, se habrá destruido a sí misma. Y entonces habrá… nada.

Creo haber aportado razones para pensar que en sus asertos sobre lo que los romanos juzgaban acerca de la homosexualidad hay lo que otro de mis panas suele denominar “un pelón”. Además, para ser un profesor universitario, francamente, creo que su clase estuvo plagada de afirmaciones gratuitas. Ejemplos: “A los homosexuales hay que tratarlos como enfermos”; “la homosexualidad es mala”; “los homosexuales son enfermos”; la última, que para mí es clave: que él “no entiende la homosexualidad”.

Se podría hacer una obra satírica sólo elucubrando acerca de lo que estas afirmaciones puedan significar respecto de la persona que las profiera: ¿Y cómo sabe él todo eso? ¿Es mala la homosexualidad porque la probó quizá, y no le satisfizo? ¿O tuvo algún encuentro en el que la pareja era realmente perversa, cualquiera que haya sido?... ¿Qué sabe uno? Se puede incluso pensar que lo que le pasa es que está inmerso en el dilema de si es marico comprobado o marico por comprobar.

Sin embargo, como ya el Satiricon liber fue escrito hace veinte siglos, creo que académicamente podría desmontarse toda esa pretensión de discurso simplemente preguntándole, ante cada una de esas afirmaciones, ¿por qué? ¿En qué se basa para aseverar esto o aquello?

Lo que pasa es que, según he escuchado -y aquí comienza el proverbial océano de mi propia ignorancia-, en las escuelas de Derecho como que no funciona mucho eso del cuestionamiento, sino que lo que impera académicamente es la crasa y brutal autoridad. Lo cual muchas veces no es sino otra forma de ocultar -¿adivinen qué?- la ignorancia. Pues, que yo sepa, ésta no es ya la época de la Escolástica. Pero bueno, esas son ya otras profundidades. No lo sé; acuérdense que siempre puedo estar equivocado.

Salgamos un momento del aula, y haciendo una pequeña proyección del futuro, imaginemos a este titulado universitario –que, al menos legalmente, debe serlo- en su práctica profesional. Supongámoslo abogado, juez, o legislador.

¿Qué pasará cuando tenga que intervenir en algún caso en el cual uno de sus acusados, defendidos o juzgados pertenezca, circunstancialmente, a la orientación sexual por él prohibida? Por otra parte, si está en la comisión que redacta cualquier instrumento jurídico para garantizar ciertos derechos a la ciudadanía, ¿quiénes conformarán, para él, el conjunto de la ciudadanía? Como se ve, el reto que la manifestación fílmica de su “virtud” académica nos plantea, no es cualquiera.

Sintetizando, nuestra academia parece estar herida de muerte si resulta que un profesor universitario puede pararse ante una clase a establecer como verdades sus prejuicios, sin que algún estudiante sea capaz de hacer frente a eso con argumentos. Si en una clase universitaria pasa eso, ¿qué queda para el nivel básico? Es como si un ideologizador de misión se hubiera disfrazado de abogado, y se hubiera metido en el aula a impartir ¿conocimiento?

Constituye, además, un gran reto para nuestro colectivo con aspiración de sociedad un suceso como éste. Nos pone frente a frente con el monstruo fascista, y exige una respuesta que no creo que sea la del insulto o la burla. Por andar riéndonos de todo es que nos pasa lo que nos pasa. Y después tenemos la cachaza de quejarnos.

De insulto en insulto el sistema nazi arrastró a todo el mundo a una guerra horrible, y a varios exterminios todavía más espantosos, que no pueden caer en el olvido, así los fascistas de hoy se empeñen como lo hacen en negarlo. Entonces, ¿dónde estamos nosotros? ¿Qué pensamos nosotros, los habitantes de Venezuela, que es el ser humano? Acordémonos que ya en la actual constitución establecimos la presencia entre nosotros de seres especiales, distintos del resto de los humanos, los llamados pueblos originarios…

Ya lo dijo Miranda –aunque claro, él ya sabía en aquel entonces que la noche se le estaba poniendo cada vez más oscura: ¡Bochinche, bochinche! ¡Estas gentes todo lo convierten en bochinche!

jueves, 17 de septiembre de 2009

La Vinotinto: un proyecto de país

Aunque satisfecho y esperanzado por la actuación de la selección vinotinto en el torneo eliminatorio del campeonato mundial de fútbol Sudáfrica 2010, estas líneas, que de cierta manera establecen un regreso a la compartida pública de opiniones, propias y ajenas, que considero válidas para comprender a la colectividad Venezuela, transitarán una senda distinta a la de la euforia que con frecuencia percibo en otras voces atentas a las vicisitudes de dicho equipo, ya ocasionales, ya sinceramente comprometidas.
Muchas veces preñada de ilusión, debajo de la cual, también, usualmente desnuda sus dientes el mero fanatismo, tal euforia sirve para ilustrar una característica cultural que una importante cantidad de nosotros, los venezolanos, parece poseer en los genes, que es la superficialidad con que encaramos los asuntos de la vida, nuestra relación con nosotros mismos y con el entorno.
Comenzando por el principio, esa selección es muy importante. No sólo como equipo deportivo, sino como modelo y oportunidad de un proyecto de país posible. Lo que veo reflejado en ese grupo humano, en su trabajo, esfuerzo y resultados, es una imagen del país que puede ser Venezuela. Y ello es para mí lo valioso, lo sustantivo, más allá de que se clasifique o no a la final de un mundial. Se trata nada menos que de reconocer una identidad plasmada en el desempeño de un colectivo, síntesis de una pluralidad de individuos diversos.
Lo hecho por Richard Páez, sucedido inmediatamente por César Farías, con los grupos humanos que han estado participando en el trabajo de la selección, ha sido una labor sintonizada con una cosmovisión futurista, basada, entre otros elementos, en el fortalecimiento de la autoestima de todos y cada uno de los individuos que integran el conjunto.
Al proceder así, han logrado deslastrar a sus dirigidos de una serie de perniciosas taras mentales que en el pasado impidieron mejores desempeños por parte de nuestros seleccionados nacionales de mayores.
No es una cuestión de talento, porque talentos futbolísticos siempre ha habido en el país. No en vano podemos contar el cultivo del fútbol entre los innumerables aportes positivos de las colonias de inmigrantes que han puesto esfuerzo en construir la venezolanidad, principalmente españoles, italianos y portugueses.
Si de talentos y nombres se tratara, allí han estado Richard Páez, Luis Mendoza, Stalin Rivas, Gerson Díaz, Carlos Maldonado, Vicente Vega, Franco Rizzi, Pedro Acosta, Pedro Febles, Hebert Márquez, José Luis Dolghetta y el etcétera que el lector quiera. Todos ellos, además, pusieron muchas ganas en la cancha cuando vestían la Vinotinto, así fuera en los pocos partidos amistosos que se conseguían antes, aunque la derrota se les presentó siempre como un destino ineluctable.
Tampoco se trata de meras técnicas de entrenamiento ni de otros aspectos, todos ellos importantes. Igual acceso a ello tienen otros países; sin embargo, selecciones que solían abofetearnos en la cancha hoy conocen las amarguras que anteriormente eran exclusividad nuestra. Sufren Perú, Uruguay, Bolivia y Colombia tanto o más que nosotros, aunque nos superan largamente en tradición.
Recordemos además que todos los hermanos sudamericanos se habituaron en el pasado a patearnos a todos, balón, equipo y fanáticos, dentro del arco, precisamente porque había mucha distancia de tradición, oficio y vivencia del fútbol entre ellos y nosotros. Un partido en Venezuela era considerado un fastidio, y pocas veces se contenían de expresarlo así, pues -salvo el placer de visitar el país de la bonanza petrolera, que además tenía tanto que ver y disfrutar- significaba arriesgarse a lesiones en partidos “de práctica”, ya que daban los puntos por seguros. Antes de comenzar las eliminatorias, quienes tenían que enfrentar a Venezuela calculaban sus oportunidades a partir de seis o cuatro puntos, cuando las victorias valían dos unidades.
Eso cambió, como todo en la vida y en las sociedades, debido a que los dos últimos responsables de la selección entendieron que el tesoro había que extraerlo de la mente de los jugadores. Como resultado, ahora nuestra esperanza es que, manteniendo y profundizando hasta arraigarlos esos elementos clave en la conformación de la selección, llegaremos con pleno derecho a la fase final del mundial de mayores, si no éste -que está difícil, porque no hay margen para errores y no dependemos sólo de nosotros-, el de Brasil.
Sin embargo, dicho lo sustantivo, yendo al detalle opino como seguidor, que no fanático –pues el fanatismo es entre nosotros una de esas taras culturales que hace algunas líneas señalé; pregúnteme cómo-, que hay fallas puntuales en algunos jugadores, fallas de carácter actitudinal. Por supuesto, yo sigo los partidos mediante la televisión, y desconozco muchos detalles de los mismos, pero considero sano expresar algunas críticas con respecto a lo que observo, sobre todo en las repeticiones de las jugadas. Por supuesto, como siempre, puedo estar equivocado.
Me parece, entonces, que Renny Vega tiene virtudes atléticas envidiables. Sin embargo, no sólo de espectacularidad se hace el arquero. Su concentración parece disminuirlo, y ha resultado varias veces en goles que no había justificación lógica de recibir. Me parece que se apresura siempre al hacer los saques desde el arco; rifa el balón de manera insegura, como si no hubiese defensa ni mediocampo, lo que desgasta a sus propios atacantes y regala ataques a los adversarios de manera consuetudinaria. Es como si no pudiera mantener la frialdad mental necesaria durante los partidos. Si de alguno de esos saques ha salido un gol de la selección vinotinto, yo no lo he visto.
Ahora cuando, gracias a Dios, que todo lo puede, la época del pelotazo sin orden ni concierto parece haber concluido como característica de nuestra selección y de nuestros mejores equipos, esperamos que para siempre, nos sigue siendo preciso mejorar el traslado del balón. Aunque el progreso es innegable, la Vinotinto actual pierde muchos ataques por pases inseguros y algunos balonazos locos. Pocas veces he sabido de un equipo exitoso que no funcione como un reloj a la hora de tener el balón. Ese elemento hay que profundizarlo en la conciencia de un equipo, ahora y siempre.
Insisto en lo de evitar la lógica del balón reventado insensatamente, característica de los tiempos en que solíamos perder nueve a cero con cualquiera. Siempre es un peligro latente. Si no se cree esto, recuérdese cómo terminó ¡Argentina! el partido del miércoles 9 contra Paraguay. Una tradición que ha disputado cuatro finales por el campeonato mundial; un equipo que cuenta, entre otros, nada menos que con Lionel Messi, que es un genio del deporte. Cierto que el problema de Argentina es el técnico. Pero el ejemplo sirve para demostrar que hasta jugadores de primer nivel, súper curtidos en el juego, pueden caer en la vorágine de comenzar a lanzar la pelota adonde sea, a ver qué termina pasando, sea quien sea el técnico.
El otro problema que tiene la actual Vinotinto es todavía la defensa. Todas estas cosas pueden decirse, pues las saben mejor que nosotros los rivales. Nos estudian, aunque nos menosprecien y traguen amargo cuando Venezuela les cambia el resultado y borronea los planos. Salvo Rey y Chacón, que suelen ser muy solventes, en los otros puestos defensivos son frecuentes los altibajos.
De manera puntual, Vizcarrondo, aunque muy buen defensa, y a pesar de haber servido a Arango el excelente pase que concluyó en la tercera anotación del miércoles, es un defensa de reacciones lentas, lo cual otorga ventajas a los atacantes contrarios. Los dos goles de Chile hace una semana pudieron no suceder, según creo, si su reacción, y la de Vega, hubiera sido distinta. Ese partido se pudo ganar, igual que el 3-2 que nos arrancaron los mismos chilenos cuando fueron visita. Estos aspectos menudos son cruciales en cualquier deporte. Pueden, y deben, ser mejorados.
Por supuesto, toda elucubración contrafactual carece aquí de sentido. Además, no sólo el equipo nacional es el fútbol nacional. Es apenas una de sus expresiones, quizá la más señera. Estamos creciendo, comenzamos a exportar jugadores excelentes, y eso es siempre importante, aunque la estructura de la liga es todavía endeble, y las mentalidades de quienes dirigen parecen no ver la gran oportunidad que el fútbol representa, si se lo concibe con serio compromiso empresarial, más que como pulpería.
Políticamente, desarrollar el fútbol nacional sería un proyecto que redundaría, si se asume con la seriedad que hasta ahora no hemos tenido, en envidiables oportunidades de generar muchos empleos en diversas áreas, productividad económica y desarrollo del turismo, aparte de las satisfacciones que generaría el éxito de nuestros equipos. Y hacia un futuro como ése, en éste y otros aspectos de la vida del colectivo Venezuela, es donde debemos enfocar nuestros esfuerzos.
Por supuesto, políticamente nunca significará “politiqueramente”. Pues cuando la demagogia se inmiscuye –tradición también muy nuestra, lamentablemente- aparecen extravagancias de la clase de la de querer cambiar el uniforme de la selección porque a alguien ese color no le dice nada, como si la síntesis vinotinto no fuera en sí y para sí una de las mejores plasmaciones de la creatividad autóctona venezolana. Eso sin mencionar los figurantes que siempre arriban para secuestrar lo que nos pertenece y representa a todos, convirtiéndolo en estandarte de una idea particular que, por cierto, suele ser excluyente. Fíjense para lo que se usa a Alí Primera, por no hablar de Bolívar, ahora sustituido en la iconografía de moda por Ernesto “Che” Guevara”.
En resumen, hay buen futuro en nuestro fútbol. La Vinotinto estará más pronto que tarde en la fase final de un mundial de mayores. No por ello debemos dejarnos arrastrar ciegamente por exaltaciones que poca correspondencia guardan con la realidad. Disfrutemos el devenir de los acontecimientos, sabiendo siempre que tanto el triunfo como las derrotas harán más plenas las celebraciones futuras.
Detrás de los tiempos malos llegan los buenos, y premian a los que no rindieron sus almas
[1].
[1] RUBÉN BLADES y WILLIE COLÓN, Tras la tormenta; 1998.

In the stone (you`ll find the answer…)

¡You’ve lost it!

¡You’ve gone bananas!

Oliver, te pasaste.
Desde la unilateralidad quizá no se vea bien esto, pero la mentira se descubre fácil, camarada.
Sé bien que eres un hombre sumamente ocupado, y celebro que así sea, pues admiro mucho tu trabajo. Pero para que continúes desarrollando la fecunda obra de retratar las injusticias de la contemporaneidad, para hacerle honor al líder de los pueblos, te sugiero que, si tanto lo amas, te vengas a vivir con él, en plena maravilla, bajo el suave y feliz yugo de sus ideas, su prédica, su práctica.
Sin problemas, mi pana Piedra. Por gastos ni te preocupes. Aquí haces tus películas, con las insuperables ventajas de locación, la belleza de los paisajes y de las mujeres venezolanas que, de verdad, abundan, no son cuento. Aquí te metes por cualquier avenida, manzana, callejón, caserío o pueblucho y rápido encuentras mujeres bellísimas, naturales, indomadas, frescas, que hacen ver al Miss Venezuela y sus secuelas como una pantomima, como la ocasión para que algunos hagan plata que en definitiva es, cosa que tú y yo ni criticamos ni adversamos, gracias a Dios, no nos caigamos a cobas.
Aquí no es como en otros países, en que las contadas bellezas están sólo en la televisión, no.
Oliver, aquí, de verdad, te paras en la puerta de tu casa y listo. Por cierto que en las calles de Venezuela, especialmente las de ciudades como Caracas y Maracaibo, también hay siempre alfombra roja, aunque el material de que está hecha es distinto, más denso y emocionante que el de las que se puedan recorrer en el Festival de Cine de Venecia. ¿Sabías que del nombre de esa hermosa ciudad, que también forma parte de la odiosa cultura de la dominación que tanto daño nos ha hecho durante tantos siglos, proviene el no menos hermoso nombre de nuestro país, Venezuela, camarada Oliver?
La alfombra roja en las calles, en Venezuela, no sé… es medio problemática, ¿sabes? Sí, porque además hay mucho “chorizo”, malandro y abusador, y la gente maneja y camina como endemoniada. No sé si serán los huecos con que algunos alcaldes les imponen violencia mediante la desidia a quienes crean que no han votado por ellos, o sólo la cantidad enloquecedora de vehículos automotores, pero algo hay en el subconsciente de esta gente que la trae así, toda brava, incómoda, como infeliz.
Quizá sea que las calles venezolanas aturden por la profusión de basura visual, donde los anuncios que invitan al consumismo escenifican una férrea batalla ideológica con la sobreabundancia de afiches y descomunales, obscenas vallas mostrando a tu ídolo hacer de mesías, y graffiti, y pintas de sus otros fans proponiendo el comunismo.
En la misma onda andan sus contrarios, y todos pregonando muerte, erradicación, “socialismo”, “democracia como antes”, amenazas, guerra, cierre de emisoras, cárcel para todo aquel que no se vista de rojo y coree comandancias reales o ficticias, para todo aquel que respire fuera del ritmo enrojecido, querido Oliver Piedra, como suele ser toda esa lírica tan del gusto de los revolucionados.
Ni te quiero contar, porque el guión se pondría realmente espeso, cómo tratan aquí a los que no estamos de acuerdo con ninguno de los dos, con los que rechazamos de plano el fanatismo y el autoritarismo fascista, los que somos oposición al mismo tiempo hacia el líder y hacia sus opositores, porque pensamos que ambos extremos contienen veneno suficiente para impedirles la posibilidad de construir alguna vez un modelo de sociedad mejor, abierto, incluyente. No, Oliver. Definitivamente, te irá mejor con una trama simple.
Es ideal una historia con un héroe claro, llamativo, que emocione a grandes y chicos por igual. Aunque es mejor trabajar la cosa para cautivar al público adolescente, impresionarlo con elementos de terror, de suspenso, a través de los cuales el héroe pueda validarse como tal. Así, la película que te salga puede tener su estreno mundial en temporada propicia, cerca de Halloween, a ver si se extiende hasta la Navidad, y el mandado estará hecho. Pero insisto en la necesidad de que tu héroe sea claro, nada de medias tintas. Algo así como Harry Potter, el niño mágico, o Spiderman, quien trepa por las paredes y salta de cumbre en cumbre. Aunque pensándolo bien, el ideal de impacto sería Hellboy, que es bien impresionante, y de naturaleza roja. Seguro volveremos a cosechar galardones, todos de regreso a la alfombra.
Ah, por andar divagando casi olvido la otra basura, la física y tradicional, que abunda en nuestras calles. Qué lástima que no cargo una cámara siempre conmigo para hacer documentales, mi pana Piedra. Porque sea que me meta en Carpintero, San Blas, El Nazareno, El Cerrito, en la Redoma de Petare, La Agricultura, Chacaíto o Las Mercedes, Monte Piedad, La Cañada, El Cementerio, La Candelaria, La Trinidad, El Marqués, Terrazas del Ávila o Cumbres de Curumo, en los últimos años siempre encuentro en las calles basura, mucha basura, de dos tres, cuatro y cinco días y hasta semanas sin recoger. Podría hacer algo con esas imágenes, si tuviera los medios de que tú dispones, camarada Piedra.
Especialmente cuando los perros forcejean con los indigentes para buscar comida en la basura, dejando regado en las calles el contenido de las bolsas, y entonces huele de un rico que ni te cuento, Oliver, una sensación que el cine, con toda su magia, todavía no ha logrado transmitir, algo sumamente envolvente y emocionante. Esa basura debe tener muy buen sabor, además, si juzgo por la cantidad de gente en harapos sucios que veo practicar la revolución hurgando las bolsas y los botes para buscar comida.
Tal vez estén, rebuscándose, como decimos coloquialmente los venezolanos, haciendo malabarismos entre la basura como otros los hacen en las esquinas y en medio de las vías, durante la luz roja de los semáforos, o singing for pennies in the subway para conseguir con qué comer o simplemente otra cosa, something to get stoned, como sugiere tu apellido, you know, Oliver.
Creo que a la gente cuando anda montada in the stone le pasa como a los venezolanos. Pierde la noción de todo, se le disuelve en el horizonte la libertad, tiene tanta que no sabe u olvida qué hacer con ella y termina por perderla. Creo que es el caso de todos los que, como tú, apoyan el “proceso” antisépticamente, desde la comodidad de la larga distancia, sin sudor, lacrimógenas ni acoso en contra.
No creo que en los Estados Unidos de América llegue a imponerse la dictadura de uno, y se disuelva la democracia como aquí, dear Oliver. Porque aquella nación se formó, precisamente, a base de gente que se oponía a la opresión.
Que luego, en sus cuatrocientos años hayan recaído en la vieja práctica de esclavizar a otros, exterminar a quienes obstaculizaban sus designios, como sucedió con la autoctonía nativa, para terminar esclavizándose a sí mismos en un sistema de relaciones que tiene muchos detalles que pueden parecer feos vistos desde afuera, e incluso serlo efectivamente, es parte de una idiosincrasia que, como extranjero, está muy lejos de mí juzgar. Tampoco me corresponde. El respeto puede ser burgués, pero también tiene algo que en mi alienación confundo con la cualidad humana.
Sin embargo, siendo un “imperio”, estoy seguro de que allá hay quienes estudian los modelos históricos, entre otras cosas, y saben muy bien por qué la civilidad es importante; no desconocen adónde fue a parar Roma cuando la figura de los emperadores devino tiránica, incontrolada, sin nada que pudiera limitar su ejercicio del intangible poder.
En tu país pudieron -como también nosotros, durante los pocos años de civilidad democrática que hemos vivido en nuestra historia; estuvo deficiente, plagada de fallas y expectativas insatisfechas, camarada; pero también de progreso relativo al atraso que todavía padecemos, de apertura social y cultural, y de oportunidades para muchos más que antes de ella- enjuiciar y destituir a un presidente por corrupción. Por cierto, uno de los actores reales del conflicto de Vietnam, del que tanto provecho has obtenido en capital y prestigio, my dear friend. Los medios de comunicación resultaron clave para mover a la sociedad en aquel tiempo.
Acá, Carlos Andrés Pérez se paró ante las cámaras y habló como un hombre, independientemente de todas las leyendas negras que justificadamente le atribuimos, cuando le tocó renunciar. Y renunció. Fue de frente y dio la cara por la diversión de 17 millones de bolívares (equivalían a 250.000 dólares en aquella época) de una partida secreta asignada a la Presidencia de la República, y fue a su celda por corrupto. Pagó su cana. Suave, por viejo y por privilegiado, pero cana al fin y al cabo. Los medios de comunicación nos dieron, en aquella época, muchos detalles de lo que estaba pasando.
En la Venezuela que tú alabas, tras la égida de tu líder, estimado camarada, tales cosas han dejado de ser posibles. Olvidemos el dinero público gastado sin control, eso no importa en un entorno revolucionado, ahora Venezuela es otra. La maleta de Antonini (la que le incautaron, no se sabe de otras) tenía 800.000 dólares, que no tengo calculadora para traducir a los devaluados bolívares actuales; y el hombre gordo confesó en juicio, allá en tu país, que eran para financiar la campaña presidencial de un país extranjero, pero nadie asume responsabilidad por eso, sino que se descalifica el hecho como "montaje mediático". En Venezuela, ahora, si algo así es informado, sólo informado, amigo Oliver, el que lo dice es tratado como traidor a la patria, e incluso encarcelado.
La realidad de los periodistas aquí y en los países a los que está llegando el benéfico influjo de tu líder, es más como la que retrataste en Salvador, amigo Oliver, amigo Piedra. Aquí no puede haber manifestaciones como las que hubo en tu país por los derechos civiles durante décadas, de las que surgieron líderes reales muy importantes para la humanidad, o contra las guerras asiáticas que tantas regalías en dinero te aportan, o por los disturbios de Los Ángeles en 1992 o por los atentados de septiembre de 2001, entre otras.
Puedo entender tu fascinación con nuestro país, camarada Oliver. Casi como uno de tus otros personajes -pues ahora nuestro país también lo es- somos una nación nacida el 5 de julio. De manera similar a aquel personaje, parece que la noción de patria, de tanto uso politiquero que se le ha dado entre nos, ha terminado siendo una mala broma histórica, como un gusano atravesado en los intestinos. Igual que tu personaje, padecemos las nefastas consecuencia del fraude.
En realidad, camarada Piedra, documentales aparte, aquí caminar por las calles en cualquier momento de cualquier día, puede ser hasta mortal. Nunca falta alguien, sea un malandro o alguna otra “altoridad” que ve en ese simple gesto una manifestación de algo que califica de inmediato como rebelión, una alteración del “orden público” y un desconocimiento de su investidura.
Te reprimen, sea con lacrimógenas, perdigones o afines; los sicarios tampoco se esfuerzan; ellos se ponen frente a ti y te caen a tiros desde una moto o un vehículo en marcha. No hacen falta palabras. No tienen que matraquearte o intimidarte con sutileza, no tiene que aparentar nada. Por eso, aquí, ahora se ha decidido en alguna parte que los medios de comunicación no tienen ya razón de ser, pues se han convertido en un factor político, instancias, o “sectores”, de desestabilización.
Dado que el océano de mi ignorancia burguesa lo que hace es crecer, camarada Oliver, no veo espacio para el capricho en el modelo político de tu sociedad. No es como en las –así llamadas por muchos de los estadounidenses, dependiendo de su bagaje cultural- “repúblicas bananeras” de Nuestra América Latina, donde many governments and businessmen sólo han tenido que hablar con el Gómez, Rojas, Meléndez, Padilla o Trujillo de turno, general y supuestamente formado en la doctrina del combate y la gloria, y ya está.
Los intereses de las potencias reales han quedado así servidos, y la prosperidad económica del cabecilla, sus allegados y sus sostenedores resultan asegurados. Ellos, amigo Piedra, no el pueblo; aunque algunos hasta han llegado a autodenominarse así: el pueblo…
Dear Oliver, afirmaciones como ésa que crea la identidad entre un hombre y el pueblo son simples mentiras. Si no fuera así, camarada Piedra, tú que piensas tanto, tan crítica y profundamente, ¿no crees que las penurias reales de la gente ya habrían desaparecido con la primera de las convulsiones sociopolíticas que invocó para justificarse la postergación de los desposeídos?
¿No será que siempre es mentira la prédica revolucionada contra el capitalismo, porque quienes se embarcan en ese viaje saben que si deshacen el sistema no les quedará nada de lo cual puedan sacar provecho propio?
Camarada Piedra, yo soy venezolano, y vivo en Venezuela. En Caracas, para más ilustración tuya. La conozco toda, desde el extremo norte del Ávila hasta Sartenejas y más allá, hacia las ciudades aledañas, pasando por interesantísimas locaciones intermedias como Ojo de Agua, La Línea, La Lucha, Palo Verde, La Vega, El Guarataro, Lídice, Simón Rodríguez, San Agustín, La California y Macaracuay. Conozco y he compartido la variedad de seres, de sus opiniones, visiones y problemas.
No voy a divagar más exponiéndote, de momento, la consideración que tengo acerca del modo de producción capitalista y el sistema de relaciones que sostiene. Me interesa sólo informarte que vivo en un barrio barrio. Uno de verdad, nada virtual ni mediático, con sus malandros (a.k.a. gangsters), sus tiroteos diarios, sus heridos y muertos. Con sus cortes de luz y de agua, su basurita -que los que tendrían que recogerla y enseñarnos a tratarla mejor y hasta productivamente, lo que han hecho con sus “acciones” ha sido convencernos de que nunca debe faltar como adorno y ambientador-, instrumento para la utilización demagógica por parte de las autoridades.
Barrio con sus recogelatas, sus traficantes de piedra –¿Sabes tú lo que es la “piedra”, camarada?- y otras sustancias para la elevación espiritual, más los borrachitos de siempre, siendo algunos de los cuales hasta familiares míos. Con sus calles rotas y sucias, paredes feas, conductores malhumorados e imprudentes, aparte de otros elementos afines al complejo paisaje material, espiritual, intelectual y anímico que es Caracas, así como el resto de Venezuela.
No son realidades mediáticas, poses, ni fotos trucadas, camarada. Así que, por favor, no vuelvas a hablar de Venezuela como en un reality show, sólo porque, por las razones que quieras, desees defender a tu bien amado. Lo que te sugeriré a continuación debería, creo, formar parte de la disciplina intelectual de cualquiera que se pone el uniforme de revolucionado o revolucionador, especialmente si se juzga a sí mismo “de izquierda”. Pero, por alguna razón, no. Hacen revolución espontánea, sin debate, sin profundidad intelectual.
El hecho de que a algún personaje de historieta se le ocurra, como a tu ídolo, que él es el pueblo, como antes he dicho, no quiere decir, en absoluto, que esa afirmación sea verdad. Intentaré demostrarlo empírica y racionalmente. Lo primero es fácil.
Si fuese verdad, no deberían seguir apareciendo madres, en países como el nuestro, solicitando ayudas para parir en una cama de maternidad porque los hospitales públicos están colapsados. Nadie tendría que temer que un enfrentamiento armado se produza dentro de las instalaciones de un hospital de esos. Pero aquí, en el hogar del “movimiento internacional revolucionario”, lo vivimos a diario, como en algunas películas americanas. Nos sobran Natural born killers.
Además, en las cárceles no tendría que haber motines constantes por las condiciones hacinadas y subhumanas de los establecimientos de reclusión penitenciaria. No debería aparecer gente a cada rato trancando avenidas porque no hay agua o porque le mataron a un compañero conductor de una línea de transporte. Esa gente, sin embargo, insiste en aparecer, camarada Piedra, porfiados todos ellos.
Entonces, el “líder”, que ha triunfado, no puede ser el pueblo, porque no aparece allí con ellos. Uno de los dos miente. ¿Qué hacemos? ¿Descalificamos a todos los sufrientes y negamos que ese Platoon sea el “pueblo”? ¿O es que me vas a venir con el cuento de que “la verdad es subjetiva”, como quisieran ciertos alumnos de Ética? Esto es lo primero, el aspecto empírico.
De otra manera. Pueblo es grupo, multiplicidad, pluralidad. Individuo es uno: indiviso de sí y diviso del resto, como aquel aristócrata griego postulaba. El individuo, más el resto, puede formar, mediante abstracción, una unidad, un todo. Pero hasta allí. La parte no es el todo, aunque como individuo sea en sí, también, una totalidad. Ambos se implican, pero no se identifican. Si son, entonces, diferentes, debemos, -o tenemos que- concluir que la parte no es el todo, que el individuo no es la multiplicidad y, por tanto, es falso que un hombre sea un pueblo, que es en sí y para sí multiplicidad. Q.E.D.
Seguramente esta lógica es “burguesa”. Alienación o disociación mía, como ciertos ilustres intelectuales que están en posición de defensa con respecto al “proceso” son afectos a expresar. Pero sólo poéticamente puede afirmarse lo de que un hombre sea un pueblo. Y tú sabes, camarada Oliver, lo que Platón recomendó hacer con los poetas –juglares, cuentacuentos, cineastas, ficcionadores de toda laya- cuando imaginó su utopía civil, de la que tanta savia hay en las fuentes marxianas y marxistas que supongo integran tu formación intelectual.
Sin embargo, mi muy estimado amigo cineasta, la realidad es terca, y poetas y encantadores no desaparecen. Han habido incluso algunos que se han valido del poder de los mitos para arrasar con cuanta creatividad y capacidad haya en la multitud, al tiempo que le imponen una fábula nueva en la cual ellos, ataviados con los ropajes y símbolos de los antiguos emperadores, resultan ser los inauguradores de nuevas eras, magos generadores de luz, creadores de una nueva humanidad… Sí, es el colmo; pero por esa avenida pasaron Stalin, Mussolini, Hitler, Franco, Mao. Etcétera.
Eso sí, todo lo hicieron esos personajes y sus apoyados sin abandonar el usufructo de los privilegios de la podrida, vil, corrupta y “vieja” mentalidad, característica de las “etapas abolidas” en las que “la dignidad de la patria” había sido mancillada, haciéndose preciso reivindicar “los más altos ideales de la nación”.
Es comprensible, aunque humanamente injustificable, que el pueblo –me refiero al pueblo que lo es de verdad, ése que queda siempre postergado, desinformado y desprovisto de formación y educación real y profunda incluso cuando las “revoluciones” reales o ficticias están en su apogeo- continúe abrigando esperanzas respecto a mitos, símbolos, ídolos y fantasías, Dear Mister Fantasy Stone. Es su derecho y es justo que quieran salir de la postergación, ya que nunca se les dice la verdad, ni se les permite abrir los ojos de la conciencia.
Ellos son, a fin de cuentas, corderos sacrificiales de toda demagogia, sea cual sea la etiqueta que quiera utilizar para sí la misma, por brutal que pueda sonar esta manera de expresar tal realidad. Ellos, literalmente, no saben lo que hacen. Pero, ¿tú, Oliver Stone? ¿Tú, que seguramente ya has tropezado con tantas piedras en el camino?
A estas alturas bien podríamos muchos venezolanos de hoy pensar que lo único que tienes de Stone es tu evidenciada simpatía por el diablo.
Andáte, hacéme el favor, che…

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Virginia Woolf, Craftsmanship

…Words, English words, are full of echoes, of memories, of associations. They have been out and about, on people's lips, in their houses, in the streets, in the fields, for so many centuries. And that is one of the chief difficulties in writing them today – that they are stored with other meanings, with other memories, and they have contracted so many famous marriages in the past. The splendid word "incarnadine," for example – who can use that without remembering "multitudinous seas"? In the old days, of course, when English was a new language, writers could invent new words and use them. Nowadays it is easy enough to invent new words – they spring to the lips whenever we see a new sight or feel a new sensation – but we cannot use them because the English language is old. You cannot use a brand new word in an old language because of the very obvious yet always mysterious fact that a word is not a single and separate entity, but part of other words. Indeed it is not a word until it is part of a sentence. Words belong to each other, although, of course, only a great poet knows that the word "incarnadine" belongs to "multitudinous seas." To combine new words with old words is fatal to the constitution of the sentence. In order to use new words properly you would have to invent a whole new language; and that, though no doubt we shall come to it, is not at the moment our business. Our business is to see what we can do with the old English language as it is. How can we combine the old words in new orders so that they survive, so that they create beauty, so that they tell the truth? That is the question.

And the person who could answer that question would deserve whatever crown of glory the world has to offer. Think what it would mean if you could teach, or if you could learn the art of writing. Why, every book, every newspaper you'd pick up, would tell the truth, or create beauty. But there is, it would appear, some obstacle in the way, some hindrance to the teaching of words. For though at this moment at least a hundred professors are lecturing on the literature of the past, at least a thousand critics are reviewing the literature of the present, and hundreds upon hundreds of young men and women are passing examinations in English literature with the utmost credit, still – do we write better, do we read better than we read and wrote four hundred years ago when we were un-lectured, un-criticized, untaught? Is our modern Georgian literature a patch on the Elizabethan? Well, where then are we to lay the blame? Not on our professors; not on our reviewers; not on our writers; but on words. It is words that are to blame. They are the wildest, freest, most irresponsible, most un-teachable of all things. Of course, you can catch them and sort them and place them in alphabetical order in dictionaries. But words do not live in dictionaries; they live in the mind. If you want proof of this, consider how often in moments of emotion when we most need words we find none. Yet there is the dictionary; there at our disposal are some half-a-million words all in alphabetical order. But can we use them? No, because words do not live in dictionaries, they live in the mind. Look once more at the dictionary. There beyond a doubt lie plays more splendid than Antony and Cleopatra; poems lovelier than the Ode to a Nightingale; novels beside which Pride and Prejudice or David Copperfield are the crude bunglings of amateurs. It is only a question of finding the right words and putting them in the right order. But we cannot do it because they do not live in dictionaries; they live in the mind. And how do they live in the mind? Variously and strangely, much as human beings live, ranging hither and thither, falling in love, and mating together. It is true that they are much less bound by ceremony and convention than we are. Royal words mate with commoners. English words marry French words, German words, Indian words, Negro words, if they have a fancy. Indeed, the less we enquire into the past of our dear Mother English the better it will be for that lady's reputation. For she has gone a-roving, a-roving fair maid.

Thus to lay down any laws for such irreclaimable vagabonds is worse than useless. A few trifling rules of grammar and spelling is all the constraint we can put on them. All we can say about them, as we peer at them over the edge of that deep, dark and only fitfully illuminated cavern in which they live – the mind – all we can say about them is that they seem to like people to think before they use them, and to feel before they use them, but to think and feel not about them, but about something different. They are highly sensitive, easily made self-conscious. They do not like to have their purity or their impurity discussed. If you start a Society for Pure English, they will show their resentment by starting another for impure English – hence the unnatural violence of much modern speech; it is a protest against the puritans. They are highly democratic, too; they believe that one word is as good as another; uneducated words are as good as educated words, uncultivated words as good as cultivated words, there are no ranks or titles in their society. Nor do they like being lifted out on the point of a pen and examined separately. They hang together, in sentences, paragraphs, sometimes for whole pages at a time. They hate being useful; they hate making money; they hate being lectured about in public. In short, they hate anything that stamps them with one meaning or confines them to one attitude, for it is their nature to change.

Perhaps that is their most striking peculiarity – their need of change. It is because the truth they try to catch is many-sided, and they convey it by being many-sided, flashing first this way, then that. Thus they mean one thing to one person, another thing to another person; they are unintelligible to one generation, plain as a pikestaff to the next. And it is because of this complexity, this power to mean different things to different people, that they survive. Perhaps then one reason why we have no great poet, novelist or critic writing today is that we refuse to allow words their liberty. We pin them down to one meaning, their useful meaning, the meaning which makes us catch the train, the meaning which makes us pass the examination…

jueves, 18 de junio de 2009

Improvisation in Beijing


Allen Ginsberg (1926 - 1997)
I write poetry because the English word Inspiration comes from Latin Spiritus, breath, I want to breathe freely.
I write poetry because Walt Whitman gave world permission to speak with candor.
I write poetry because Walt Whitman opened up poetry's verse-line for unobstructed breath.
I write poetry because Ezra Pound saw an ivory tower, bet on one wrong horse, gave poets permission to write spoken vernacular idiom.
I write poetry because Pound pointed young Western poets to look at Chinese writing word pictures.
I write poetry because W. C. Williams living in Rutherford wrote New Jerseyesque "I kick yuh eye," asking, how measure that in iambic pentameter?
I write poetry because my father was poet my mother from Russia spoke Communist, died in a mad house.
I write poetry because young friend Gary Snyder sat to look at his thoughts as part of external phenomenal world just like a 1984 conference table.
I write poetry because I suffer, born to die, kidneystones and high blood pressure, everybody suffers.
I write poetry because I suffer confusion not knowing what other people think.
I write because poetry can reveal my thoughts, cure my paranoia also other people's paranoia.
I write poetry because my mind wanders subject to sex politics Budhadharma meditation.
I write poetry to make accurate picture my own mind.
I write poetry because I took Bodhisattva's Four Vows:
Sentient creatures to liberate are numberless in the universe, my own greed ignorance to cut thru's infinite, situations I find myself in are countless as the sky okay, while awakened mind path's endless.
I write poetry because this morning I woke trembling with fear what could I say in China?
I write poetry because Russian poets Mayakovsky and Yesenin committed suicide, somebody else has to talk.
I write poetry because my father reciting Shelley English poet & Vachel Lindsay American poet out loud gave example–big wind inspiration breath.
I write poetry because writing sexual matters was censored in United States.
I write poetry because millionaires East and West ride Rolls-Royce limousines, poor people don't have enough money to fix their teeth.
I write poetry because my genes and chromosomes fall in love with young men not young women.
I write poetry because I have no dogmatic responsibility one day to the next.
I write poetry because I want to be alone and want to talk to people.
I write poetry to talk back to Whitman, young people in ten years, talk to old aunts and uncles still living near Newark, New Jersey.
I write poetry because I listened to black Blues on 1939 radio, Leadbelly and Ma Rainey.
I write poetry inspired by youthful cheerful Beatles' songs grown old.
I write poetry because Chuang-tzu couldn't tell whether he was butterfly or man, Lao-tzu said water flows downhill, Confucius said honor elders, I wanted to honor Whitman.
I write poetry because overgrazing sheep and cattle Mongolia to U.S. Wild West destroys new grass & erosion creates deserts.
I write poetry wearing animal shoes.
I write poetry "First thought, best thought" always.
I write poetry because no ideas are comprehensible except as manifested in minute particulars: "No ideas but in things."
I write poetry because the Tibetan Lama guru says, "Things are symbols of themselves."
I write poetry because newspapers headline a black hole at our galaxy-center, we're free to notice it.
I write poetry because World War I, World War II, nuclear bomb, and World War III if we want it, I don't need it.
I write poetry because first poem Howl not meant to be published was prosecuted by the police.
I write poetry because my second long poem Kaddish honored my mother's parinirvana in a mental hospital.
I write poetry because Hitler killed six million Jews, I'm Jewish.
I write poetry because Moscow said Stalin exiled 20 million Jews and intellectuals to Siberia, 15 million never came back to the Stray Dog Café, St. Petersburg.
I write poetry because I sing when I'm lonesome.
I write poetry because Walt Whitman said, "Do I contradict myself? Very well then I contradict myself (I am large, I contain multitudes.)"
I write poetry because my mind contradicts itself, one minute in New York, next minute the Dinaric Alps.
I write poetry because my head contains 10,000 thoughts.
I write poetry because no reason no because.
I write poetry because it's the best way to say everything in mind within 6 minutes or a lifetime.

martes, 13 de mayo de 2008

El sentido de la Universidad



La universitaria, después del ejército y la iglesia, es una de las más antiguas instituciones humanas. Por sus fines originarios comporta el carácter humano incluso en mayor medida que las dos anteriores, las cuales en distintas épocas históricas y lugares geográficos han hecho uso de la universidad, mucho más reciente y social que las primeras, para perseguir fines de dominación que desvirtúan el sentido originario de la máxima academia.
Es asimismo, en el presente histórico de Venezuela, una institución muy amenazada políticamente, en méritos de la particular circunstancia histórica que esta sociedad en disolución atraviesa, más allá de los problemas propiamente materiales, intelectuales y espirituales que la academia ha venido confrontando en todos los países, a medida que el impacto del movimiento democratizador de las sociedades crece en términos de cuestionar directamente el rol social de la Universidad.
El debate público acerca de la Universidad y la educación venezolana en general, se halla planteado en tales términos que difícilmente el resultado del mismo sea distinto de un empeoramiento en los problemas existentes, aunque mucha gente se aferra a una única y mágica solución: hacer tabla rasa. Tal percepción, políticamente interesada, o no tanto, no pasa de ser un desideratum.
Sin embargo, si ya resulta problemático en los tiempos actuales de Venezuela abordar esta problemática, no por ello hay que abandonar el esfuerzo de pensar nuestras instituciones, la universitaria en particular, de manera abierta, creadora, libre e incluyente. En una Facultad de Humanidades, con mayor razón, a menos que la misma se haya vaciado de contenido, y sólo conserve, insinceramente, el nombre.
Por su naturaleza, la Universidad está constantemente expuesta a que los vicios de la sociedad se vean reproducidos en ella, quizá como expresión de un círculo vicioso, un juego de espejos, una positividad que impide incluso mirar los problemas con la sinceridad y la objetividad con las que conviene afrontarlos para alcanzarles solución democrática e inclusivamente apropiada.
Así, si en la sociedad se amenaza la libre expresión, si se persigue al que tiene una opinión distinta, si se utiliza el poder para perseguir fines exclusivamente particulares, si se acorrala y desprestigia a los individuos por denunciar las falencias de esa sociedad, resulta difícil, una vez que se acepta un esquema de prácticas políticas fascistas, que tales actitudes no se pongan en práctica también en instituciones como las Universidades.
Cuando una institución semejante deja de cumplir su cometido social, alejándose del espíritu según el cual surgió y tuvo su desarrollo, se torna imposible esperar de ella otra cosa que la degeneración intelectual y ética: el fin de tal proceso es, no se dude, la disolución.
A este respecto, llama la atención uno entre varios casos recientes suscitados en la Escuela de Filosofía de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV. En este caso, ciertas opiniones emitidas por un profesor de dicha Escuela, antiguo director de la misma, le han otorgado el galardón de un voto de censura “moral” por parte del Consejo de Escuela.
A raíz de la muerte de un alumno de la Escuela, tesista tutoreado por el Profesor José Rafael Herrera, éste último alega haber solicitado para el fallecido bachiller, la concesión post-mortem del título de Licenciado. A quien esto escribe, los representantes estudiantiles ante ese cuerpo le han asegurado, además, haber elevado a la consideración de ese organismo tal petición.
También nos fue referido por los compañeros estudiantes que la Escuela había, formal e informalmente, rechazado la petición, alegando que “no se podía”, aparte de otros alegatos que se aportan en el documento donde se acuerda el referido voto de censura.
Me interesa plantear la cuestión en términos estrictamente humanos, porque creo que hacerlo así arrojará luz sobre el problema ético que hay en esta institución.
- ¿Por qué no puede hacerse? – preguntaría.
- Porque no está contemplado en la ley – me responderían, muy probablemente.

Y tendrían razón: legalmente, no se puede.
Sin embargo, pensando que la legalidad muchas veces no sólo tiene falencias, sino que incluso sucede que se la diseña a propósito para fines opresivos y excluyentes, volvería a cuestionar:
- ¿En verdad es esto así? ¿No puede hacerse una excepción?

Y aquí es donde invito a que nos detengamos a cuestionar el asunto. ¿Quién gana y quién pierde en este asunto? ¿El profesor Herrera? ¿De qué manera se beneficiaría dicho docente con ello? ¿Qué pierde la Escuela si otorga un título post-mortem? ¿Acaso el fallecido dañará la imagen de la institución con su desempeño profesional? ¿No hay antecedentes para esa clase de concesiones? ¿No se ha otorgado nunca un título en esas condiciones a algún alumno? Según entendemos, sí ha sucedido antes, por ejemplo, con los fallecidos en el accidente de las Islas Azores, en 1976.
¿Por qué merecería el fallecido tal distinción? Veamos. Según entendemos, fue un estudiante de buen desempeño y un atleta destacado, que en varias oportunidades representó a la Universidad en competencias interuniversitarias, obteniendo galardones y reconocimientos en las mismas, incluido el mérito estudiantil otorgado por la Escuela. Fue, además, preparador de Filosofía de la Praxis y Representante Estudiantil ante el Consejo de Escuela.
Sólo le faltaba defender una tesis, lo cual le impidió, entre otras circunstancias, la ceguera advenida al final de una dolorosa cadena de desmejoras de salud graves, soportadas durante tres o cuatro años, como resultado de una depresión profunda, de lo cual ningún humano está, que sepamos, exento, que finalmente produjeron su deceso.
Resulta difícil que en tales condiciones el fallecido tuviese la sindéresis suficiente para plantear las cosas de la manera más adecuada y precisa, seguir debidamente la burocracia esperada, a la hora de pedir consideración para su caso. Si ya para él resultaba trabajoso desplazarse ante el cambio radical que sufrió en su existencia, me cuesta imaginarlo con ánimo para realizar el cursito para manejar aplicaciones computarizadas que, supuestamente, contiene “la solución”.
Constituye una distinción muy estúpida, en este caso particular, la de si la supuesta tesis estaba terminada, a medio camino, o sólo pensada. Personalmente, me constan los niveles de deterioro físico a que llegó el fenecido, pues presencié en varias oportunidades cómo hacía el esfuerzo de acudir a presentar los avances de su trabajo a su tutor, acompañado de quien le ayudaba a transcribir el trabajo, aparte de prestarle asistencia humana.
Es ésta una cuestión de simple humanidad, algo que se tiene o no se tiene. Y se solucionaba fácil, incluso con ventajas de imagen para la institución. Sin embargo, la arrogancia impidió ver el asunto más que como una solicitud del Profesor Herrera. La soberbia, el afán de pisotear, convirtió en un trastorno político una solicitud meramente académica.
La única persona que pudiera obtener, quizà, algún consuelo espiritual por la concesión de ese título de Licenciado post-mortem sería, en el mejor de los escenarios, la madre del fallecido que, a fin de cuentas, fue quien vivió el dolor de ver cómo un hijo suyo, sano y vital hasta no hace mucho, se desintegró ante ella en tan poco tiempo.
Lo del voto de censura me recuerda la actitud de escándalo que Jesús criticaba en los fariseos. Hay una falla humana en la manera de abordar el caso, porque prioriza el castigo para el disidente, y se desentiende de la petición concreta, lo cual revela cierta incapacidad de ponerse en el lugar del otro, de entender que la vida no acontece en línea recta, que no todo está dispuesto de antemano en una vitrina, esperando que el viviente lo utilice. Aún cuando eventualmente enmienden la plana, la primera actitud sugiere que la jerarquía de valoraciones de ese cuerpo tarda en llegar a la humanidad de los problemas.
Un amigo, profesor en el área de literatura, me hizo una vez la observación de que “los filósofos se la dan de profundos”. Según creo, muchas personas que cultivan los estudios filosóficos adoptan tal actitud intelectual, a tal extremo que se desconectan de las emociones y de la vida. Se deshumanizan, se maquinizan y alienan a tal punto que ya no pueden seguir sino el desnudo rastro de su propia voluntad. Es lo que, al parecer, sucede en la citada Escuela. En un ejercicio de autocomplacencia, se ordenan decapitaciones desde oficinas virtuales, mientras se pretexta compartir una taza de café.
No vemos ningún problema para expresar nuestra opinión con total libertad, porque es un requisito de la sociedad que aspiramos. Además, es obscena, absurda, brutal y sucia, la fuente del temor que algunos compañeros tienen a emitir cualquier comentario en un ámbito que se ha tornado bastante policial, aparte de que los eventuales pases de factura a la hora de presentar cualquier trabajo de grado no hablarán, moralmente, tanto del evaluado como de quien evalúa.
Por otra parte, si pese a no haber abierto la boca uno nota en los pasillos de dicha Escuela actitudes evasivas en quienes al parecer asumen que uno dejará de existir si no es saludado - o quizá piensan que quienes difieren de sus ejecutorias, o simplemente sean amigos del profesor Herrera padecen de algún mal contagioso que es preciso erradicar, darle solución final-, no encontramos razón para no aportar motivos válidos para que tal evitación, sugerida por la ignorancia y otros ingredientes, resulte conscientemente justificada.
El problema era un problema humano, fácil de resolver, siempre que hubiese voluntad humana y política para hacerlo. Ante tales episodios uno se pregunta si acaso la capacidad de atender un problema humano concreto se ha perdido irrecuperablemente en nuestra sociedad y en sus instituciones.
Cosa veredes, Sancho.

martes, 1 de abril de 2008

Ciudadanismo

Entrampados como estamos, el devenir histórico de la sociedad venezolana en el porvenir más inmediato parece aterrorizante. Siendo un país cuyas ventajas y expectativas, a pesar de las amenazas sociales quizá obvias que lo determinaban hace diez años, eran mayores para el colectivo que cualquier caracterización negativa, hemos realizado un tránsito que nos aleja de mejores posibilidades.
El actual presidente de la república indudablemente pasará a la historia como un héroe extraño, semejante al delantero de fútbol que, sólo ante el arco, habiendo dejado regado a todos los defensas y al portero contrarios, con toda la multitud en el estadio gritando exultante de alegría “¡Venezuela!, ¡Venezuela!”, pues con el seguro gol de nuestro atacante clasificaremos por primera vez a un mundial de mayores, a tres metros del arco patea con tal furia el balón que éste, violentamente proyectado, golpea el travesaño horizontal y rebota con tanta fuerza que se devuelve al campo contrario, nuestro campo de defensa. Habiendo todos descuidado la marca, ansiosos de celebrar el gol imposible de fallar por nuestro delantero estrella, con nuestro portero adelantado, el balón rebota alto, baña a todos y se establece burlonamente en el fondo de la malla patria. Autogol. Eliminada Venezuela.
La visión política del país que en estos escritos se plantea intenta desprenderse del momento histórico presente, colocarse en una perspectiva que permita abarcar las posiciones actualmente en contradicción, una más definida que la otra, para tratar de delinear un planteamiento cuya posibilidad sólo se halla en nuestro horizonte temporal y espacial.
Para alcanzar ese estadio social, que a falta de mejor denominación prefiguro como ciudadanismo venezolano, debemos recorrer mucho camino, debemos detenernos ante muchas puertas que nos presentarán escenas desagradables, y debemos hacerlo todos. Hay muchos ascos que deberemos abandonar.
El paradigma inmediato del paño caliente nos ha llevado a cometer, una y otra vez, errores sociales graves, que determinaron el deterioro moral de la colectividad. Por tal razón me opongo a la creencia sostenida durante tanto tiempo por Uslar y otros pensadores con respecto a la necesaria preponderancia de una élite.
En Venezuela tal paradigma nunca funcionó con un sentido de honor aristocrátio, porque precisamente el universitarismo licenciado, ingenierizado y doctorado de la primera mitad del siglo XX, fue incapaz de dejarnos una mejor sociedad, pues no aprendió a valorar a los excluidos, y no creo que haya mejor prueba de la bondad de un proyecto organizacional que sus resultados en el mediano y largo plazo. Poco cambio ha surgido de las generaciones posteriores.

Título no hace gente. Si no me cree, piense qué puede significar que algunos de nuestros futuros profesionales, a los que escaso cuestionamiento les produce tal situación, salgan de las aulas de clases universitarias a emborracharse, hacer ruido y necesidades en un callejón sucio y maloliente, actual hogar nocturno de indigentes.
La anarquía actual, que será muy difícil de superar, sobre todo con las propuestas de exterminio y aniquilación recíproca que a diario se intentan, nos deja históricamente en la misma situación: es un proyecto que desprecia y no quiere al humilde, al excluido, y lo convierte en voto alimentado, en apoyo incondicional, utilizando para ello su ignorancia de lo social, convirtiéndolo en la primera fuerza de choque del desconocimiento al otro.
Y la oposición actuante políticamente parece sólo querer sustituir al actual funcionariado público para ejercer un dominio demagógico que no se diferenciará mayormente de lo actual, no tendrá intención ni capacidad de superar la grave exclusión en la que permanece la mayoría de la población venezolana, así muchos hayan comido, hayan conocido el aseo, la ropa nueva y los salones de “clase” últimamente.
De manera que tenemos el reto de generar proyectos sociales nuevos para Venezuela, que comiencen por el ser humano y permitan generar, desde nosotros mismos, una ciudadanía autóctona, consciente, educada, crítica, integral. Los recursos existen. Lo que no existe es voluntad política. Hacer otra cosa es defender instituciones podridas e ideas muertas.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Todos deben ingresar a la educación superior

Para quien esto escribe, la respuesta es clarísima y sencilla: todo aquel que lo desee.
En consecuencia, debemos aproximarnos al análisis de las razones por las cuales tal utopía no se cumple.
Me propongo evadir, sin dejar de reconocer su existencia, el estorbo de las tradiciones de exclusión practicadas por nuestra sociedad a este respecto. Ya se ha dicho en un escrito anterior que nuestra situación inicial se caracteriza por la desigualdad. Poco progreso y mucha barbarie intuyo en buscar culpables. También he concluido que me parece un problema que concierne a la totalidad de los conformantes de esta sociedad, aspirantes a la futura ciudadanía venezolana.
Para nosotros se trata de buscar la manera de lograr la inclusión como posibilidad para todos. En consecuencia, debemos responder a los condicionamientos negativos iniciales, a saber: a) el nivel socioeconómico; b) la procedencia de los niveles educativos inferiores; c) la oferta disponible.
Antes de asumir este análisis, es preciso dejar claramente sentado lo siguiente: la característica primordial del ser humano es su individualidad, su diferencia, su especificidad. De manera que la desigualdad es natural e irreconciliable, en cuanto ser humano único. Nadie es normalmente otro, sino sí mismo. Pretender la igualdad a ultranza es, más que absurdo, inhumano, negación de la humanidad.
Pero ello no quiere decir que toda desigualdad es natural. Una desigualdad como la que caracteriza la composición de los beneficiarios de nuestro sistema educativo, es una desigualdad humanamente construida. En consecuencia, es transformable. ¿Cómo? Reconociéndola, pensándola, proyectando su superación. Como afecta al todo social, todos los ciudadanos deben participar en la construcción de la solución.
Esto añade problemas, porque no todos estamos igualmente preparados para esa ciudadanía, para esa participación constructiva. La causa de ello está en nuestra desigual sociedad, producida por nuestros excluyentes procesos educativos.
Esa es la situación que debemos enfrentar y superar. La sociedad que debemos construir, aunque pueda parecer risible, debe ser tal que un limpiabotas tenga la misma comprensión básica de la importancia de la educación que un doctor en pedagogía. Porque muy probablemente los descendientes de ambos sean usuarios de nuestro sistema educativo.
Veamos entonces, qué podemos encontrar en las tres áreas del problema especificadas.
Pero primeramente, preguntémonos lo siguiente: Tal como funciona actualmente, ¿sirve para algo la educación venezolana?
La respuesta parece sencilla. Habrá quien diga que esto es lo mejor del mundo y sus alrededores. Otro dirá que es una cloaca abierta. ¿Cuál es nuestro criterio para decir que está mal o que está bien?
Provisionalmente, a lo Descartes, diré que me parece que el sistema educativo actual está mal, entre otras cosas, por los resultados observables a cada instante en nuestra conducta pública y en la calidad de nuestra vida material, violenta, sucia, triste y corta, como proclamaba Hobbes. Dejo a la consideración de cada uno de Ustedes la decisión de si nuestro sistema educativo funciona bien o mal.
Lo que no creo que sea debatible es que sea un problema concerniente a todos, ya que, hasta ahora, los títulos que validan la educación que recibimos los otorga la sociedad a través de las instituciones del Estado. No es que yo me leo una pila de libros y ya, soy culto y educado. Hay un reconocimiento institucionalizado de la educación que recibimos, que es una educación social, cuya responsabilidad le hemos encomendado nosotros, en cuanto sociedad, al Estado cuya organización hemos aceptado.
Sé bien que esto no se comprende así, pero hacia esa comprensión debemos entre todos enrumbar la sociedad.
¿En qué se expresa la educación?
A mi modo de ver hay dos dimensiones en las cuales se manifiesta la educación. Cuantitativamente, podemos atenernos al aumento o disminución de la matrícula escolar. Aquí se da el siguiente encadenamiento: como el costo de mantener un niño en la escuela es muy grande para un ingente número de familias pobres, la deserción es mayor en los niveles socioeconómicos C, D y E. Cualitativamente, problemas de diversa índole, entre los cuales son muy importantes los aspectos de infraestructura, salud y seguridad, así como la atención al docente por parte del Estado, determinan que la formación del estudiante en tales sectores presente carencias que la colocan en una relación de desventaja con respecto a lo que acontece en los restantes estratos socioeconómicos.
Como resultado, la clase socioeconómica es un factor que genera desigualdad en la conformación del acceso a la educación superior, puesto que llegan a optar a tal educación menor número de sus componentes, con una desventaja añadida en aspectos que inciden en la formación como la autoestima, el apoyo familiar y la seguridad en sí mismo.
Una iniciativa como las misiones educativas pudiera ser una medida contingente apropiada para detener la profundización de la desigualdad, siempre que se implemente temporalmente, de manera abierta, y se la destiña de la mancha ideológica que en nuestros días ha contraído. Pero hasta allí. Si nuestra educación anterior fuese buena, jamás nadie en su sano juicio hubiera pretendido que tres meses o un año de barniz de objetivos educativos logran lo mismo que once años de maduración intelectual y psicoemocional en el ciclo educativo normal.
Luego está el aspecto de la diferencia cualitativa que se observa entre la educación pública y la privada. En Venezuela, hace mucho tiempo que los gobernantes y los ciudadanos nos olvidamos de la importancia del docente. La politiquería actuó para generar una situación en la cual un docente se convirtió en un jornalero de la educación, con el resultado de mucha gente sin vocación y motivación dando clase, mal pagados, desasistidos y peor preparados para atender en pésimas condiciones materiales y de seguridad a unos alumnos que mal pueden adquirir unas virtudes y competencias que ni sus tutores ni el entorno pueden transmitirles.
Aunque suene apodíctico, mi pretensión es generar discusión y debate. Trato de exponer la perspectiva que tengo, y bien puedo estar equivocado. Obsérvese que descarto otros vicios que, pudiendo ser efectivos, considero minoritarios y subsanables, siempre que toda la sociedad se involucre en el diseño y vigilancia de los proyectos educativos de la sociedad venezolana.
El tercer aspecto y, a mi modo de ver, el más sencillo, es el referido a la oferta académica superior. A fin de cuentas, quizá la solución de toda la problemática consista en solventar este aspecto, junto con la atención y la nivelación hacia el incremento cualitativo general de la educación que se imparte en los niveles básicos. Si somos coherentes, desaparece hasta el problema posterior de cómo hacer autorrealizados y productivos a todos los profesionales que nuestro sistema educativo genere.
Considero que no necesitamos más universidades. Lo que necesitamos es invertir en las ya existentes, con las debidas previsiones de apertura a la vigilancia social, de manera que ellas puedan incrementar su matrícula y atender a una cantidad exponencialmente mayor de bachilleres, si ello es necesario, incluso dictando los cursos de nivelación correspondientes para aquellos que actualmente sabemos que no están en condiciones de encarar con éxito la exigencia del nivel universitario. Del mismo modo que no se quiere que un grupo secuestre el proceso educativo de todos, también se rechaza que un grupo se apropie de una universidad pública, cualquiera que ella sea.
Yo veo en esto sólo ventajas. Incluso desde el aspecto del empleo podrían beneficiarse muchos profesionales que hoy manejan taxis o practican el comercio informal porque no consiguen empleo, siendo que podrían ser más productivos socialmente educando y ayudando a otros a insertarse en los niveles superiores de la educación.
Pero si el gobierno, éste o cualquier otro, olvidando que es responsable de la administración y no dueño del Estado, decide que va a mezquinar y reducir el presupuesto universitario, o que va a darle recursos discrecionalmente sólo a aquellos que canten la canción que desee escuchar, resultará perjudicada toda la sociedad, no sólo los circunstancialmente excluidos.
La solución al problema de la oferta académica es que, con mayores recursos presupuestarios, se construyan módulos de las universidades nacionales regionalmente, allí donde sea menester, para la formación de profesionales, con énfasis en los más necesarios en la región: médicos, ingenieros, arquitectos, docentes, técnicos y científicos en las más variadas ramas. Se genera empleo, arraigo familiar y se incrementa el impacto cuantitativo de la educación superior.
Venezuela es un país geográficamente pequeño y cuenta con los recursos económicos suficientes para asumir una acción colectiva como la propuesta, sin necesidad de mayor sobresalto. Podemos, si socialmente lo decidimos, incluso superar los niveles de inversión educativa recomendados por los organismos internacionales. Por supuesto, la vigilancia de la sociedad es fundamental. El ciudadano debe comprometerse a velar porque lo así ganado no se pierda.
La superación de nuestra actual desigualdad ciudadana es primeramente responsabilidad de quienes ya hemos accedido al beneficio de una educación superior, sea cual sea nuestro nivel. Despreciar al que es menos social o académicamente, y negarle el acceso a las decisiones en asunto de tanta importancia y que tanto le concierne, aunque él mismo no lo sepa bien, es continuar encerrados en el círculo vicioso que nos ha traído hasta el presente. El ser humano merece respeto solamente por esa condición. Pero cuando me paro a discriminar y a negar oportunidades sólo por prejuicios que no quiero detenerme a revisar, quedan inauguradas las tinieblas.
Por último, aquí hay que considerar el problema de la autonomía académica. Quien mayor pertinencia tiene para decidir acerca de la formación de sus alumnos es, primeramente, la universidad. Sin embargo, la universidad no está sola. Forma profesionales para la sociedad. De modo que el otro factor que debe plantear exigencias y vigilar el proceso educativo para que sea pertinente es la ciudadanía. Toda la ciudadanía, no sólo un grupo determinado según la perniciosa costumbre de la élite autodeclarada. Porque el precio de no hacerlo así ya sabemos la clase de desigualdades que comporta, y no creo que nadie en su sano juicio quiera responsabilizarse del riesgo de construir una sociedad desigual.
Finalmente, intervendría el gobierno. No, como se quiere ahora, en función rectora. Ya estamos cansados de eso. La humanidad no marcha en esa dirección. Nosotros podemos hacerla marchar en la dirección que queramos. Los gobiernos no son otra cosa que corporaciones humanas que la sociedad designa para representarla temporalmente y administrar el Estado que esa sociedad ha formado.
Según mi criterio, de esta nueva excursión al problema, resultan tres nuevas claridades respecto al problema de la educación superior: son las universidades y la ciudadanía quienes deben decidir y controlar lo referente a la educación superior, en primer lugar. Luego, el papel del gobierno debe limitarse a cumplir los dictados de la ciudadanía, y no al revés. De manera que el intento de intervenir en el proceso unilateralmente es erróneo y va contra los intereses del todo social. Tercero, todos debemos integrar la virtud del respeto al otro más allá de sus concretas condiciones socioeconómicas y académicas. Si no podemos ver al humano en cada humano, nada de lo anterior tiene sentido.

¿Quién debe ingresar a la educación superior?

La pregunta acerca del derecho que tienen los ciudadanos a recibir la educación que deseen, una vez cubierta la etapa básica y obligatoria de la misma, plantea un problema central de nuestro diseño social.
Como universitario, comenzaré por declarar que considero inadecuada la manera de plantear la discusión, porque se ha hecho desde perspectivas particulares, que sólo toman en cuenta intereses de grupos de poder político. El papel de los líderes estudiantiles universitarios, lamentable. Como soldaditos de plomo, o loritos, repitiendo consignas prescritas por otros, practicando la vieja política, decidiendo sin consultar y convocando a marchas sin contenido.
Aunque no debemos plantearnos el problema como si sucediera en una república aérea —uno de esos diseños platónicos de socialismo que se intenta construir considerando como agentes propulsores del mismo a hombres ideales, seres que no existen—, creo necesario partir, como en todo lo que tiene que ver con la acción política, de un proyecto.
El proyecto es necesario, porque obliga a ver de antemano los problemas. Permite asomarnos a la realidad deseada de modo simulado, pues no hay eticidad en realizar experimentos con el conjunto social.
Y si creemos que con la sociedad no se debe jugar, aunque esa sociedad no sea la mejor sociedad posible, menos podemos esperar que el proyecto sea un proyecto excluyente, concebido por un grupo para lograr sus intereses.
Nuestra posición inicial es, pues, una situación de desigualdades. Como sociedad, dada esa situación, contamos, en cualquier momento histórico, con debilidades, oportunidades, fortalezas, amenazas y expectativas. No debemos despreciar esos elementos al momento de diseñar nuestro proyecto social educativo.
La crisis obliga a trabajar. Y se trabaja mejor partiendo de un proyecto calculado con base en nuestra realidad sociopolítica y económica, que lanzándose hacia cualquier lado de cualquier forma. Lo que tenemos que hacer es trabajar sin cesar, ganando conciencia del problema. No es cambiar por moda, porque ahora haya que cubrir todo con un trapo colorado, para que los incautos se emocionen. Repito, la sociedad no es conejillo de indias.
Es una estupidez hacer las cosas por venganza, por ¡resentimiento histórico! Pero hacerlas sólo porque en otra parte se hace, o porque alguien dice que otra sociedad está más avanzada, o como hacía un antiguo jefe, porque lo leemos en un manual organizacional foráneo — si no nos vemos a nosotros mismos — no es sino otra estupidez.
El educativo es el proceso más importante que tiene cualquier sociedad. A través de él son transmitidos de una generación a otra, no sólo los variados y constantemente cambiantes conocimientos prácticos y técnicos necesarios para la adaptación al entorno humano del momento sino, más importante, toda la densidad cultural que especifica a dicha sociedad.
Por eso resulta arbitrario que un grupo, cualquier grupo, pretenda modificar a su antojo el proceso educativo de toda la sociedad. Es injusto. Sólo declararlo como intención es un crimen contra los derechos humanos de ese colectivo social.
Hay quien afirma, y tiene razón, que en el pasado hubo grupos que manipularon el proceso para lograr sus intereses, etcétera.
Concedido.
Pero los venezolanos no estamos obligados ni condenados a actuar como otros actuaron en el pasado, inferiormente. Y en esto creo tener razón práctica.
Este es nuestro reto actual. Saber poner a un lado los errores del pasado, saber perdonar a nuestros padres y diseñar un proyecto que permita construir una sociedad verdaderamente inclusiva, igualitaria, en la que el progreso individual y colectivo sea la posibilidad cierta y cotidiana para todos los que aquí habitemos.
Superar lo presente conservando nuestras raíces.


Todavía habrá quien diga que en el pasado todo fue mejor, etcétera.
Respondo a esto desde mi apreciación particular de la sociedad venezolana: no creo que haya algo de “mejor” en una sociedad mientras se multiplique de manera avasallante la cantidad de ranchos, el hacinamiento, los accidentes de tránsito, las enfermedades endémicas, los atracos, la violencia, la drogadicción, las familias mal avenidas, el consumismo, la corrupción, la especulación, el maltrato a los animales y al ambiente y un etcétera largo que gustosamente puedo especificar cuando haga falta.
Es pernicioso para nosotros el famoso prejuicio de la élite, de que la sociedad debe ser regida por los mejores. ¡NO!: Mejores en la igualdad debemos ser todos los venezolanos. Es una toma de conciencia necesaria para superar nuestro atraso caudillista.
Y sí, hay una distorsión educativa grave en el nivel superior de nuestra educación. Recuerdo el comentario superficial de una compañera, en uno de los inolvidables seminarios de la nunca suficientemente bien ponderada Escuela de Filosofía: “es que esas mujeres de los barrios son irresponsables, no pueden estar sin parir muchachos. La culpa es de ellas”.
“Estamos rodeados”, fue lo que pensé. Si los que acceden al nivel superior vienen, mayoritariamente, con este assembler de insensibilidad, ¿qué debemos esperar de los que ni siquiera terminan el primer grado de básica? ¿Cómo se libera a alguien de un prejuicio fundamentalista?
Esa es una realidad que hay que transformar. En ambos extremos. Progresivamente. Debemos apuntar a un diseño que permita una construcción compartida de una mejor calidad en el producto final. Debemos construir mejores seres humanos.
Sin embargo, es una mentira achacarle la responsabilidad exclusivamente al nivel superior. No está entre las atribuciones de un funcionario público ejercer la mentira. No es para eso que se les paga.
Bien, la primera conclusión que quiero establecer en esta serie es que el problema es de todos. No es responsabilidad exclusiva de nadie, y menos de los funcionarios públicos. Ellos no son dueños de la sociedad. En consecuencia, la acción política debe apuntar a involucrar de manera consciente a todos los ciudadanos, para lo cual hay que desmontar el engaño ideológico que pretende hacer que este problema sea percibido desde la simple emocionalidad.
Como se ve, abordar este problema exige la práctica de una organización política de la sociedad que no está hoy extendida entre nosotros, y que no puede ser el mero asambleísmo mayoritarista. Nuestro difícil reto es involucrar a todos respetando su especificidad, de manera que el diseño que se logre confiera oportunidades efectivas a todos, no sólo a un grupo. Para hacer esto hay que superar los propios prejuicios negativos, aquellos prejuicios según los cuales consideramos peyorativamente al otro. Y esto ya implica una actitud de cambio interno que, como todo cambio, es doloroso, pero a la larga resulta indispensable para aspirar mejores situaciones.
Lo dicho vale para todas las parcialidades.
Los ciudadanos debemos ejercernos como tales, e impedir que a este problema se lo trague la politiquería.

Anexo de hipocresía respecto al concierto en la frontera

Esta gente nos hace recordar constantemente, la canción de la muchachita aquella española, Melody, De pata negra. ¿Se acuerdan? “Esta gente no es de pueblo, esta gente no es de pueblo”… Aunque más bien, si la escucharon, la que se aprendieron fue más bien la otra canción de la misma chica, la que recomienda actuar “como los gorilas”.
Otra de las razones para rechazar el concierto anteriormente comentado fue, por insólito que pueda parecernos, que las canciones de algunos de los artistas del día son vulgares, como por ejemplo, La camisa negra, debajo de la cual Juanes declaró tener el difunto “p’enterrártelo cuando tú quieras mamita”…
Sí. Es vulgar.
Pero también es música del pueblo, no lo olvidemos.
Y queda mal en algunos salir como las prostitutas gazmoñas a reclamar por esa vulgaridad. El gusto por el arte lo establece el espectador, el consumidor. Como dice, creo, una de Charly García o Fito Páez: “Esto es verdad, si no te gusta, te vas”.
Y queda mal, porque cuando nos trasladamos al ámbito de lo público, del que se gana el sueldo a partir de los ciudadanos, encontramos en Venezuela casos recientes y constantes, notorios, públicos, de alguien que, en cadena nacional de radio y televisión le advierte a su esposa, entre carcajadas coreadas, quizá por quienes ahora se ofenden por lo de la camisa, que “esta noche te voy a dar lo tuyo”.
Claro, el significado es ambiguo. Como pudiéramos tornar ambiguo el difunto debajo de la camisa. Pero si luego, o antes, como funcionario público, voy y le ofrezco a la cancillera de un país extranjero "hacerle el favor cuando ella quiera", porque a mí me parece que le falta una cosa u otra, la figura adquiere mayor nitidez, quizá.
¿Y qué decir de lo que le puedo ofrecer a la oposición política, una vez que he decidido, arbitrariamente, despreciarla como “oposicionismo”, metiendo en un mismo saco todas las liebres que no me siguen?
Si como funcionario público, electo por los ciudadanos, se me antoja advertirles que tal día vamos, yo y mis seguidores, a jugar "rojo" con la oposición, y que después de "rojo" vamos a jugar "piragua", ¿cómo debe entenderse esto?
De dobles sentidos está lleno el discurso. Lo que sí no tiene doble interpretación es esto: el artista gana dinero por un producto que ofrece libremente, y que el consumidor decide o no aceptar. El funcionario público gana dinero…
Lo dejaremos en suspenso, ya que una de las tareas de construir sociedad y patria consiste, precisamente, en definir el rol, las responsabilidades de nuestros funcionarios públicos. Yo sugeriría que, a diferencia de la camisa negra, la actuación pública resulte abierta y transparente, sin hipocresía alguna.
Esta selectividad, esta manera extraña de discriminar lo que es vulgar y lo que no lo es, a mí se me antoja, cuando menos, hipócrita.
¿Ustedes qué piensan?