jueves, 17 de septiembre de 2009

La Vinotinto: un proyecto de país

Aunque satisfecho y esperanzado por la actuación de la selección vinotinto en el torneo eliminatorio del campeonato mundial de fútbol Sudáfrica 2010, estas líneas, que de cierta manera establecen un regreso a la compartida pública de opiniones, propias y ajenas, que considero válidas para comprender a la colectividad Venezuela, transitarán una senda distinta a la de la euforia que con frecuencia percibo en otras voces atentas a las vicisitudes de dicho equipo, ya ocasionales, ya sinceramente comprometidas.
Muchas veces preñada de ilusión, debajo de la cual, también, usualmente desnuda sus dientes el mero fanatismo, tal euforia sirve para ilustrar una característica cultural que una importante cantidad de nosotros, los venezolanos, parece poseer en los genes, que es la superficialidad con que encaramos los asuntos de la vida, nuestra relación con nosotros mismos y con el entorno.
Comenzando por el principio, esa selección es muy importante. No sólo como equipo deportivo, sino como modelo y oportunidad de un proyecto de país posible. Lo que veo reflejado en ese grupo humano, en su trabajo, esfuerzo y resultados, es una imagen del país que puede ser Venezuela. Y ello es para mí lo valioso, lo sustantivo, más allá de que se clasifique o no a la final de un mundial. Se trata nada menos que de reconocer una identidad plasmada en el desempeño de un colectivo, síntesis de una pluralidad de individuos diversos.
Lo hecho por Richard Páez, sucedido inmediatamente por César Farías, con los grupos humanos que han estado participando en el trabajo de la selección, ha sido una labor sintonizada con una cosmovisión futurista, basada, entre otros elementos, en el fortalecimiento de la autoestima de todos y cada uno de los individuos que integran el conjunto.
Al proceder así, han logrado deslastrar a sus dirigidos de una serie de perniciosas taras mentales que en el pasado impidieron mejores desempeños por parte de nuestros seleccionados nacionales de mayores.
No es una cuestión de talento, porque talentos futbolísticos siempre ha habido en el país. No en vano podemos contar el cultivo del fútbol entre los innumerables aportes positivos de las colonias de inmigrantes que han puesto esfuerzo en construir la venezolanidad, principalmente españoles, italianos y portugueses.
Si de talentos y nombres se tratara, allí han estado Richard Páez, Luis Mendoza, Stalin Rivas, Gerson Díaz, Carlos Maldonado, Vicente Vega, Franco Rizzi, Pedro Acosta, Pedro Febles, Hebert Márquez, José Luis Dolghetta y el etcétera que el lector quiera. Todos ellos, además, pusieron muchas ganas en la cancha cuando vestían la Vinotinto, así fuera en los pocos partidos amistosos que se conseguían antes, aunque la derrota se les presentó siempre como un destino ineluctable.
Tampoco se trata de meras técnicas de entrenamiento ni de otros aspectos, todos ellos importantes. Igual acceso a ello tienen otros países; sin embargo, selecciones que solían abofetearnos en la cancha hoy conocen las amarguras que anteriormente eran exclusividad nuestra. Sufren Perú, Uruguay, Bolivia y Colombia tanto o más que nosotros, aunque nos superan largamente en tradición.
Recordemos además que todos los hermanos sudamericanos se habituaron en el pasado a patearnos a todos, balón, equipo y fanáticos, dentro del arco, precisamente porque había mucha distancia de tradición, oficio y vivencia del fútbol entre ellos y nosotros. Un partido en Venezuela era considerado un fastidio, y pocas veces se contenían de expresarlo así, pues -salvo el placer de visitar el país de la bonanza petrolera, que además tenía tanto que ver y disfrutar- significaba arriesgarse a lesiones en partidos “de práctica”, ya que daban los puntos por seguros. Antes de comenzar las eliminatorias, quienes tenían que enfrentar a Venezuela calculaban sus oportunidades a partir de seis o cuatro puntos, cuando las victorias valían dos unidades.
Eso cambió, como todo en la vida y en las sociedades, debido a que los dos últimos responsables de la selección entendieron que el tesoro había que extraerlo de la mente de los jugadores. Como resultado, ahora nuestra esperanza es que, manteniendo y profundizando hasta arraigarlos esos elementos clave en la conformación de la selección, llegaremos con pleno derecho a la fase final del mundial de mayores, si no éste -que está difícil, porque no hay margen para errores y no dependemos sólo de nosotros-, el de Brasil.
Sin embargo, dicho lo sustantivo, yendo al detalle opino como seguidor, que no fanático –pues el fanatismo es entre nosotros una de esas taras culturales que hace algunas líneas señalé; pregúnteme cómo-, que hay fallas puntuales en algunos jugadores, fallas de carácter actitudinal. Por supuesto, yo sigo los partidos mediante la televisión, y desconozco muchos detalles de los mismos, pero considero sano expresar algunas críticas con respecto a lo que observo, sobre todo en las repeticiones de las jugadas. Por supuesto, como siempre, puedo estar equivocado.
Me parece, entonces, que Renny Vega tiene virtudes atléticas envidiables. Sin embargo, no sólo de espectacularidad se hace el arquero. Su concentración parece disminuirlo, y ha resultado varias veces en goles que no había justificación lógica de recibir. Me parece que se apresura siempre al hacer los saques desde el arco; rifa el balón de manera insegura, como si no hubiese defensa ni mediocampo, lo que desgasta a sus propios atacantes y regala ataques a los adversarios de manera consuetudinaria. Es como si no pudiera mantener la frialdad mental necesaria durante los partidos. Si de alguno de esos saques ha salido un gol de la selección vinotinto, yo no lo he visto.
Ahora cuando, gracias a Dios, que todo lo puede, la época del pelotazo sin orden ni concierto parece haber concluido como característica de nuestra selección y de nuestros mejores equipos, esperamos que para siempre, nos sigue siendo preciso mejorar el traslado del balón. Aunque el progreso es innegable, la Vinotinto actual pierde muchos ataques por pases inseguros y algunos balonazos locos. Pocas veces he sabido de un equipo exitoso que no funcione como un reloj a la hora de tener el balón. Ese elemento hay que profundizarlo en la conciencia de un equipo, ahora y siempre.
Insisto en lo de evitar la lógica del balón reventado insensatamente, característica de los tiempos en que solíamos perder nueve a cero con cualquiera. Siempre es un peligro latente. Si no se cree esto, recuérdese cómo terminó ¡Argentina! el partido del miércoles 9 contra Paraguay. Una tradición que ha disputado cuatro finales por el campeonato mundial; un equipo que cuenta, entre otros, nada menos que con Lionel Messi, que es un genio del deporte. Cierto que el problema de Argentina es el técnico. Pero el ejemplo sirve para demostrar que hasta jugadores de primer nivel, súper curtidos en el juego, pueden caer en la vorágine de comenzar a lanzar la pelota adonde sea, a ver qué termina pasando, sea quien sea el técnico.
El otro problema que tiene la actual Vinotinto es todavía la defensa. Todas estas cosas pueden decirse, pues las saben mejor que nosotros los rivales. Nos estudian, aunque nos menosprecien y traguen amargo cuando Venezuela les cambia el resultado y borronea los planos. Salvo Rey y Chacón, que suelen ser muy solventes, en los otros puestos defensivos son frecuentes los altibajos.
De manera puntual, Vizcarrondo, aunque muy buen defensa, y a pesar de haber servido a Arango el excelente pase que concluyó en la tercera anotación del miércoles, es un defensa de reacciones lentas, lo cual otorga ventajas a los atacantes contrarios. Los dos goles de Chile hace una semana pudieron no suceder, según creo, si su reacción, y la de Vega, hubiera sido distinta. Ese partido se pudo ganar, igual que el 3-2 que nos arrancaron los mismos chilenos cuando fueron visita. Estos aspectos menudos son cruciales en cualquier deporte. Pueden, y deben, ser mejorados.
Por supuesto, toda elucubración contrafactual carece aquí de sentido. Además, no sólo el equipo nacional es el fútbol nacional. Es apenas una de sus expresiones, quizá la más señera. Estamos creciendo, comenzamos a exportar jugadores excelentes, y eso es siempre importante, aunque la estructura de la liga es todavía endeble, y las mentalidades de quienes dirigen parecen no ver la gran oportunidad que el fútbol representa, si se lo concibe con serio compromiso empresarial, más que como pulpería.
Políticamente, desarrollar el fútbol nacional sería un proyecto que redundaría, si se asume con la seriedad que hasta ahora no hemos tenido, en envidiables oportunidades de generar muchos empleos en diversas áreas, productividad económica y desarrollo del turismo, aparte de las satisfacciones que generaría el éxito de nuestros equipos. Y hacia un futuro como ése, en éste y otros aspectos de la vida del colectivo Venezuela, es donde debemos enfocar nuestros esfuerzos.
Por supuesto, políticamente nunca significará “politiqueramente”. Pues cuando la demagogia se inmiscuye –tradición también muy nuestra, lamentablemente- aparecen extravagancias de la clase de la de querer cambiar el uniforme de la selección porque a alguien ese color no le dice nada, como si la síntesis vinotinto no fuera en sí y para sí una de las mejores plasmaciones de la creatividad autóctona venezolana. Eso sin mencionar los figurantes que siempre arriban para secuestrar lo que nos pertenece y representa a todos, convirtiéndolo en estandarte de una idea particular que, por cierto, suele ser excluyente. Fíjense para lo que se usa a Alí Primera, por no hablar de Bolívar, ahora sustituido en la iconografía de moda por Ernesto “Che” Guevara”.
En resumen, hay buen futuro en nuestro fútbol. La Vinotinto estará más pronto que tarde en la fase final de un mundial de mayores. No por ello debemos dejarnos arrastrar ciegamente por exaltaciones que poca correspondencia guardan con la realidad. Disfrutemos el devenir de los acontecimientos, sabiendo siempre que tanto el triunfo como las derrotas harán más plenas las celebraciones futuras.
Detrás de los tiempos malos llegan los buenos, y premian a los que no rindieron sus almas
[1].
[1] RUBÉN BLADES y WILLIE COLÓN, Tras la tormenta; 1998.

1 comentario:

Oly Fuchs dijo...

Muy pertinente tu reflexión.
Saludos gratos,
Olga
www.luzdetexto.blogspot.com