jueves, 17 de septiembre de 2009

In the stone (you`ll find the answer…)

¡You’ve lost it!

¡You’ve gone bananas!

Oliver, te pasaste.
Desde la unilateralidad quizá no se vea bien esto, pero la mentira se descubre fácil, camarada.
Sé bien que eres un hombre sumamente ocupado, y celebro que así sea, pues admiro mucho tu trabajo. Pero para que continúes desarrollando la fecunda obra de retratar las injusticias de la contemporaneidad, para hacerle honor al líder de los pueblos, te sugiero que, si tanto lo amas, te vengas a vivir con él, en plena maravilla, bajo el suave y feliz yugo de sus ideas, su prédica, su práctica.
Sin problemas, mi pana Piedra. Por gastos ni te preocupes. Aquí haces tus películas, con las insuperables ventajas de locación, la belleza de los paisajes y de las mujeres venezolanas que, de verdad, abundan, no son cuento. Aquí te metes por cualquier avenida, manzana, callejón, caserío o pueblucho y rápido encuentras mujeres bellísimas, naturales, indomadas, frescas, que hacen ver al Miss Venezuela y sus secuelas como una pantomima, como la ocasión para que algunos hagan plata que en definitiva es, cosa que tú y yo ni criticamos ni adversamos, gracias a Dios, no nos caigamos a cobas.
Aquí no es como en otros países, en que las contadas bellezas están sólo en la televisión, no.
Oliver, aquí, de verdad, te paras en la puerta de tu casa y listo. Por cierto que en las calles de Venezuela, especialmente las de ciudades como Caracas y Maracaibo, también hay siempre alfombra roja, aunque el material de que está hecha es distinto, más denso y emocionante que el de las que se puedan recorrer en el Festival de Cine de Venecia. ¿Sabías que del nombre de esa hermosa ciudad, que también forma parte de la odiosa cultura de la dominación que tanto daño nos ha hecho durante tantos siglos, proviene el no menos hermoso nombre de nuestro país, Venezuela, camarada Oliver?
La alfombra roja en las calles, en Venezuela, no sé… es medio problemática, ¿sabes? Sí, porque además hay mucho “chorizo”, malandro y abusador, y la gente maneja y camina como endemoniada. No sé si serán los huecos con que algunos alcaldes les imponen violencia mediante la desidia a quienes crean que no han votado por ellos, o sólo la cantidad enloquecedora de vehículos automotores, pero algo hay en el subconsciente de esta gente que la trae así, toda brava, incómoda, como infeliz.
Quizá sea que las calles venezolanas aturden por la profusión de basura visual, donde los anuncios que invitan al consumismo escenifican una férrea batalla ideológica con la sobreabundancia de afiches y descomunales, obscenas vallas mostrando a tu ídolo hacer de mesías, y graffiti, y pintas de sus otros fans proponiendo el comunismo.
En la misma onda andan sus contrarios, y todos pregonando muerte, erradicación, “socialismo”, “democracia como antes”, amenazas, guerra, cierre de emisoras, cárcel para todo aquel que no se vista de rojo y coree comandancias reales o ficticias, para todo aquel que respire fuera del ritmo enrojecido, querido Oliver Piedra, como suele ser toda esa lírica tan del gusto de los revolucionados.
Ni te quiero contar, porque el guión se pondría realmente espeso, cómo tratan aquí a los que no estamos de acuerdo con ninguno de los dos, con los que rechazamos de plano el fanatismo y el autoritarismo fascista, los que somos oposición al mismo tiempo hacia el líder y hacia sus opositores, porque pensamos que ambos extremos contienen veneno suficiente para impedirles la posibilidad de construir alguna vez un modelo de sociedad mejor, abierto, incluyente. No, Oliver. Definitivamente, te irá mejor con una trama simple.
Es ideal una historia con un héroe claro, llamativo, que emocione a grandes y chicos por igual. Aunque es mejor trabajar la cosa para cautivar al público adolescente, impresionarlo con elementos de terror, de suspenso, a través de los cuales el héroe pueda validarse como tal. Así, la película que te salga puede tener su estreno mundial en temporada propicia, cerca de Halloween, a ver si se extiende hasta la Navidad, y el mandado estará hecho. Pero insisto en la necesidad de que tu héroe sea claro, nada de medias tintas. Algo así como Harry Potter, el niño mágico, o Spiderman, quien trepa por las paredes y salta de cumbre en cumbre. Aunque pensándolo bien, el ideal de impacto sería Hellboy, que es bien impresionante, y de naturaleza roja. Seguro volveremos a cosechar galardones, todos de regreso a la alfombra.
Ah, por andar divagando casi olvido la otra basura, la física y tradicional, que abunda en nuestras calles. Qué lástima que no cargo una cámara siempre conmigo para hacer documentales, mi pana Piedra. Porque sea que me meta en Carpintero, San Blas, El Nazareno, El Cerrito, en la Redoma de Petare, La Agricultura, Chacaíto o Las Mercedes, Monte Piedad, La Cañada, El Cementerio, La Candelaria, La Trinidad, El Marqués, Terrazas del Ávila o Cumbres de Curumo, en los últimos años siempre encuentro en las calles basura, mucha basura, de dos tres, cuatro y cinco días y hasta semanas sin recoger. Podría hacer algo con esas imágenes, si tuviera los medios de que tú dispones, camarada Piedra.
Especialmente cuando los perros forcejean con los indigentes para buscar comida en la basura, dejando regado en las calles el contenido de las bolsas, y entonces huele de un rico que ni te cuento, Oliver, una sensación que el cine, con toda su magia, todavía no ha logrado transmitir, algo sumamente envolvente y emocionante. Esa basura debe tener muy buen sabor, además, si juzgo por la cantidad de gente en harapos sucios que veo practicar la revolución hurgando las bolsas y los botes para buscar comida.
Tal vez estén, rebuscándose, como decimos coloquialmente los venezolanos, haciendo malabarismos entre la basura como otros los hacen en las esquinas y en medio de las vías, durante la luz roja de los semáforos, o singing for pennies in the subway para conseguir con qué comer o simplemente otra cosa, something to get stoned, como sugiere tu apellido, you know, Oliver.
Creo que a la gente cuando anda montada in the stone le pasa como a los venezolanos. Pierde la noción de todo, se le disuelve en el horizonte la libertad, tiene tanta que no sabe u olvida qué hacer con ella y termina por perderla. Creo que es el caso de todos los que, como tú, apoyan el “proceso” antisépticamente, desde la comodidad de la larga distancia, sin sudor, lacrimógenas ni acoso en contra.
No creo que en los Estados Unidos de América llegue a imponerse la dictadura de uno, y se disuelva la democracia como aquí, dear Oliver. Porque aquella nación se formó, precisamente, a base de gente que se oponía a la opresión.
Que luego, en sus cuatrocientos años hayan recaído en la vieja práctica de esclavizar a otros, exterminar a quienes obstaculizaban sus designios, como sucedió con la autoctonía nativa, para terminar esclavizándose a sí mismos en un sistema de relaciones que tiene muchos detalles que pueden parecer feos vistos desde afuera, e incluso serlo efectivamente, es parte de una idiosincrasia que, como extranjero, está muy lejos de mí juzgar. Tampoco me corresponde. El respeto puede ser burgués, pero también tiene algo que en mi alienación confundo con la cualidad humana.
Sin embargo, siendo un “imperio”, estoy seguro de que allá hay quienes estudian los modelos históricos, entre otras cosas, y saben muy bien por qué la civilidad es importante; no desconocen adónde fue a parar Roma cuando la figura de los emperadores devino tiránica, incontrolada, sin nada que pudiera limitar su ejercicio del intangible poder.
En tu país pudieron -como también nosotros, durante los pocos años de civilidad democrática que hemos vivido en nuestra historia; estuvo deficiente, plagada de fallas y expectativas insatisfechas, camarada; pero también de progreso relativo al atraso que todavía padecemos, de apertura social y cultural, y de oportunidades para muchos más que antes de ella- enjuiciar y destituir a un presidente por corrupción. Por cierto, uno de los actores reales del conflicto de Vietnam, del que tanto provecho has obtenido en capital y prestigio, my dear friend. Los medios de comunicación resultaron clave para mover a la sociedad en aquel tiempo.
Acá, Carlos Andrés Pérez se paró ante las cámaras y habló como un hombre, independientemente de todas las leyendas negras que justificadamente le atribuimos, cuando le tocó renunciar. Y renunció. Fue de frente y dio la cara por la diversión de 17 millones de bolívares (equivalían a 250.000 dólares en aquella época) de una partida secreta asignada a la Presidencia de la República, y fue a su celda por corrupto. Pagó su cana. Suave, por viejo y por privilegiado, pero cana al fin y al cabo. Los medios de comunicación nos dieron, en aquella época, muchos detalles de lo que estaba pasando.
En la Venezuela que tú alabas, tras la égida de tu líder, estimado camarada, tales cosas han dejado de ser posibles. Olvidemos el dinero público gastado sin control, eso no importa en un entorno revolucionado, ahora Venezuela es otra. La maleta de Antonini (la que le incautaron, no se sabe de otras) tenía 800.000 dólares, que no tengo calculadora para traducir a los devaluados bolívares actuales; y el hombre gordo confesó en juicio, allá en tu país, que eran para financiar la campaña presidencial de un país extranjero, pero nadie asume responsabilidad por eso, sino que se descalifica el hecho como "montaje mediático". En Venezuela, ahora, si algo así es informado, sólo informado, amigo Oliver, el que lo dice es tratado como traidor a la patria, e incluso encarcelado.
La realidad de los periodistas aquí y en los países a los que está llegando el benéfico influjo de tu líder, es más como la que retrataste en Salvador, amigo Oliver, amigo Piedra. Aquí no puede haber manifestaciones como las que hubo en tu país por los derechos civiles durante décadas, de las que surgieron líderes reales muy importantes para la humanidad, o contra las guerras asiáticas que tantas regalías en dinero te aportan, o por los disturbios de Los Ángeles en 1992 o por los atentados de septiembre de 2001, entre otras.
Puedo entender tu fascinación con nuestro país, camarada Oliver. Casi como uno de tus otros personajes -pues ahora nuestro país también lo es- somos una nación nacida el 5 de julio. De manera similar a aquel personaje, parece que la noción de patria, de tanto uso politiquero que se le ha dado entre nos, ha terminado siendo una mala broma histórica, como un gusano atravesado en los intestinos. Igual que tu personaje, padecemos las nefastas consecuencia del fraude.
En realidad, camarada Piedra, documentales aparte, aquí caminar por las calles en cualquier momento de cualquier día, puede ser hasta mortal. Nunca falta alguien, sea un malandro o alguna otra “altoridad” que ve en ese simple gesto una manifestación de algo que califica de inmediato como rebelión, una alteración del “orden público” y un desconocimiento de su investidura.
Te reprimen, sea con lacrimógenas, perdigones o afines; los sicarios tampoco se esfuerzan; ellos se ponen frente a ti y te caen a tiros desde una moto o un vehículo en marcha. No hacen falta palabras. No tienen que matraquearte o intimidarte con sutileza, no tiene que aparentar nada. Por eso, aquí, ahora se ha decidido en alguna parte que los medios de comunicación no tienen ya razón de ser, pues se han convertido en un factor político, instancias, o “sectores”, de desestabilización.
Dado que el océano de mi ignorancia burguesa lo que hace es crecer, camarada Oliver, no veo espacio para el capricho en el modelo político de tu sociedad. No es como en las –así llamadas por muchos de los estadounidenses, dependiendo de su bagaje cultural- “repúblicas bananeras” de Nuestra América Latina, donde many governments and businessmen sólo han tenido que hablar con el Gómez, Rojas, Meléndez, Padilla o Trujillo de turno, general y supuestamente formado en la doctrina del combate y la gloria, y ya está.
Los intereses de las potencias reales han quedado así servidos, y la prosperidad económica del cabecilla, sus allegados y sus sostenedores resultan asegurados. Ellos, amigo Piedra, no el pueblo; aunque algunos hasta han llegado a autodenominarse así: el pueblo…
Dear Oliver, afirmaciones como ésa que crea la identidad entre un hombre y el pueblo son simples mentiras. Si no fuera así, camarada Piedra, tú que piensas tanto, tan crítica y profundamente, ¿no crees que las penurias reales de la gente ya habrían desaparecido con la primera de las convulsiones sociopolíticas que invocó para justificarse la postergación de los desposeídos?
¿No será que siempre es mentira la prédica revolucionada contra el capitalismo, porque quienes se embarcan en ese viaje saben que si deshacen el sistema no les quedará nada de lo cual puedan sacar provecho propio?
Camarada Piedra, yo soy venezolano, y vivo en Venezuela. En Caracas, para más ilustración tuya. La conozco toda, desde el extremo norte del Ávila hasta Sartenejas y más allá, hacia las ciudades aledañas, pasando por interesantísimas locaciones intermedias como Ojo de Agua, La Línea, La Lucha, Palo Verde, La Vega, El Guarataro, Lídice, Simón Rodríguez, San Agustín, La California y Macaracuay. Conozco y he compartido la variedad de seres, de sus opiniones, visiones y problemas.
No voy a divagar más exponiéndote, de momento, la consideración que tengo acerca del modo de producción capitalista y el sistema de relaciones que sostiene. Me interesa sólo informarte que vivo en un barrio barrio. Uno de verdad, nada virtual ni mediático, con sus malandros (a.k.a. gangsters), sus tiroteos diarios, sus heridos y muertos. Con sus cortes de luz y de agua, su basurita -que los que tendrían que recogerla y enseñarnos a tratarla mejor y hasta productivamente, lo que han hecho con sus “acciones” ha sido convencernos de que nunca debe faltar como adorno y ambientador-, instrumento para la utilización demagógica por parte de las autoridades.
Barrio con sus recogelatas, sus traficantes de piedra –¿Sabes tú lo que es la “piedra”, camarada?- y otras sustancias para la elevación espiritual, más los borrachitos de siempre, siendo algunos de los cuales hasta familiares míos. Con sus calles rotas y sucias, paredes feas, conductores malhumorados e imprudentes, aparte de otros elementos afines al complejo paisaje material, espiritual, intelectual y anímico que es Caracas, así como el resto de Venezuela.
No son realidades mediáticas, poses, ni fotos trucadas, camarada. Así que, por favor, no vuelvas a hablar de Venezuela como en un reality show, sólo porque, por las razones que quieras, desees defender a tu bien amado. Lo que te sugeriré a continuación debería, creo, formar parte de la disciplina intelectual de cualquiera que se pone el uniforme de revolucionado o revolucionador, especialmente si se juzga a sí mismo “de izquierda”. Pero, por alguna razón, no. Hacen revolución espontánea, sin debate, sin profundidad intelectual.
El hecho de que a algún personaje de historieta se le ocurra, como a tu ídolo, que él es el pueblo, como antes he dicho, no quiere decir, en absoluto, que esa afirmación sea verdad. Intentaré demostrarlo empírica y racionalmente. Lo primero es fácil.
Si fuese verdad, no deberían seguir apareciendo madres, en países como el nuestro, solicitando ayudas para parir en una cama de maternidad porque los hospitales públicos están colapsados. Nadie tendría que temer que un enfrentamiento armado se produza dentro de las instalaciones de un hospital de esos. Pero aquí, en el hogar del “movimiento internacional revolucionario”, lo vivimos a diario, como en algunas películas americanas. Nos sobran Natural born killers.
Además, en las cárceles no tendría que haber motines constantes por las condiciones hacinadas y subhumanas de los establecimientos de reclusión penitenciaria. No debería aparecer gente a cada rato trancando avenidas porque no hay agua o porque le mataron a un compañero conductor de una línea de transporte. Esa gente, sin embargo, insiste en aparecer, camarada Piedra, porfiados todos ellos.
Entonces, el “líder”, que ha triunfado, no puede ser el pueblo, porque no aparece allí con ellos. Uno de los dos miente. ¿Qué hacemos? ¿Descalificamos a todos los sufrientes y negamos que ese Platoon sea el “pueblo”? ¿O es que me vas a venir con el cuento de que “la verdad es subjetiva”, como quisieran ciertos alumnos de Ética? Esto es lo primero, el aspecto empírico.
De otra manera. Pueblo es grupo, multiplicidad, pluralidad. Individuo es uno: indiviso de sí y diviso del resto, como aquel aristócrata griego postulaba. El individuo, más el resto, puede formar, mediante abstracción, una unidad, un todo. Pero hasta allí. La parte no es el todo, aunque como individuo sea en sí, también, una totalidad. Ambos se implican, pero no se identifican. Si son, entonces, diferentes, debemos, -o tenemos que- concluir que la parte no es el todo, que el individuo no es la multiplicidad y, por tanto, es falso que un hombre sea un pueblo, que es en sí y para sí multiplicidad. Q.E.D.
Seguramente esta lógica es “burguesa”. Alienación o disociación mía, como ciertos ilustres intelectuales que están en posición de defensa con respecto al “proceso” son afectos a expresar. Pero sólo poéticamente puede afirmarse lo de que un hombre sea un pueblo. Y tú sabes, camarada Oliver, lo que Platón recomendó hacer con los poetas –juglares, cuentacuentos, cineastas, ficcionadores de toda laya- cuando imaginó su utopía civil, de la que tanta savia hay en las fuentes marxianas y marxistas que supongo integran tu formación intelectual.
Sin embargo, mi muy estimado amigo cineasta, la realidad es terca, y poetas y encantadores no desaparecen. Han habido incluso algunos que se han valido del poder de los mitos para arrasar con cuanta creatividad y capacidad haya en la multitud, al tiempo que le imponen una fábula nueva en la cual ellos, ataviados con los ropajes y símbolos de los antiguos emperadores, resultan ser los inauguradores de nuevas eras, magos generadores de luz, creadores de una nueva humanidad… Sí, es el colmo; pero por esa avenida pasaron Stalin, Mussolini, Hitler, Franco, Mao. Etcétera.
Eso sí, todo lo hicieron esos personajes y sus apoyados sin abandonar el usufructo de los privilegios de la podrida, vil, corrupta y “vieja” mentalidad, característica de las “etapas abolidas” en las que “la dignidad de la patria” había sido mancillada, haciéndose preciso reivindicar “los más altos ideales de la nación”.
Es comprensible, aunque humanamente injustificable, que el pueblo –me refiero al pueblo que lo es de verdad, ése que queda siempre postergado, desinformado y desprovisto de formación y educación real y profunda incluso cuando las “revoluciones” reales o ficticias están en su apogeo- continúe abrigando esperanzas respecto a mitos, símbolos, ídolos y fantasías, Dear Mister Fantasy Stone. Es su derecho y es justo que quieran salir de la postergación, ya que nunca se les dice la verdad, ni se les permite abrir los ojos de la conciencia.
Ellos son, a fin de cuentas, corderos sacrificiales de toda demagogia, sea cual sea la etiqueta que quiera utilizar para sí la misma, por brutal que pueda sonar esta manera de expresar tal realidad. Ellos, literalmente, no saben lo que hacen. Pero, ¿tú, Oliver Stone? ¿Tú, que seguramente ya has tropezado con tantas piedras en el camino?
A estas alturas bien podríamos muchos venezolanos de hoy pensar que lo único que tienes de Stone es tu evidenciada simpatía por el diablo.
Andáte, hacéme el favor, che…

No hay comentarios: