miércoles, 26 de marzo de 2008

Todos deben ingresar a la educación superior

Para quien esto escribe, la respuesta es clarísima y sencilla: todo aquel que lo desee.
En consecuencia, debemos aproximarnos al análisis de las razones por las cuales tal utopía no se cumple.
Me propongo evadir, sin dejar de reconocer su existencia, el estorbo de las tradiciones de exclusión practicadas por nuestra sociedad a este respecto. Ya se ha dicho en un escrito anterior que nuestra situación inicial se caracteriza por la desigualdad. Poco progreso y mucha barbarie intuyo en buscar culpables. También he concluido que me parece un problema que concierne a la totalidad de los conformantes de esta sociedad, aspirantes a la futura ciudadanía venezolana.
Para nosotros se trata de buscar la manera de lograr la inclusión como posibilidad para todos. En consecuencia, debemos responder a los condicionamientos negativos iniciales, a saber: a) el nivel socioeconómico; b) la procedencia de los niveles educativos inferiores; c) la oferta disponible.
Antes de asumir este análisis, es preciso dejar claramente sentado lo siguiente: la característica primordial del ser humano es su individualidad, su diferencia, su especificidad. De manera que la desigualdad es natural e irreconciliable, en cuanto ser humano único. Nadie es normalmente otro, sino sí mismo. Pretender la igualdad a ultranza es, más que absurdo, inhumano, negación de la humanidad.
Pero ello no quiere decir que toda desigualdad es natural. Una desigualdad como la que caracteriza la composición de los beneficiarios de nuestro sistema educativo, es una desigualdad humanamente construida. En consecuencia, es transformable. ¿Cómo? Reconociéndola, pensándola, proyectando su superación. Como afecta al todo social, todos los ciudadanos deben participar en la construcción de la solución.
Esto añade problemas, porque no todos estamos igualmente preparados para esa ciudadanía, para esa participación constructiva. La causa de ello está en nuestra desigual sociedad, producida por nuestros excluyentes procesos educativos.
Esa es la situación que debemos enfrentar y superar. La sociedad que debemos construir, aunque pueda parecer risible, debe ser tal que un limpiabotas tenga la misma comprensión básica de la importancia de la educación que un doctor en pedagogía. Porque muy probablemente los descendientes de ambos sean usuarios de nuestro sistema educativo.
Veamos entonces, qué podemos encontrar en las tres áreas del problema especificadas.
Pero primeramente, preguntémonos lo siguiente: Tal como funciona actualmente, ¿sirve para algo la educación venezolana?
La respuesta parece sencilla. Habrá quien diga que esto es lo mejor del mundo y sus alrededores. Otro dirá que es una cloaca abierta. ¿Cuál es nuestro criterio para decir que está mal o que está bien?
Provisionalmente, a lo Descartes, diré que me parece que el sistema educativo actual está mal, entre otras cosas, por los resultados observables a cada instante en nuestra conducta pública y en la calidad de nuestra vida material, violenta, sucia, triste y corta, como proclamaba Hobbes. Dejo a la consideración de cada uno de Ustedes la decisión de si nuestro sistema educativo funciona bien o mal.
Lo que no creo que sea debatible es que sea un problema concerniente a todos, ya que, hasta ahora, los títulos que validan la educación que recibimos los otorga la sociedad a través de las instituciones del Estado. No es que yo me leo una pila de libros y ya, soy culto y educado. Hay un reconocimiento institucionalizado de la educación que recibimos, que es una educación social, cuya responsabilidad le hemos encomendado nosotros, en cuanto sociedad, al Estado cuya organización hemos aceptado.
Sé bien que esto no se comprende así, pero hacia esa comprensión debemos entre todos enrumbar la sociedad.
¿En qué se expresa la educación?
A mi modo de ver hay dos dimensiones en las cuales se manifiesta la educación. Cuantitativamente, podemos atenernos al aumento o disminución de la matrícula escolar. Aquí se da el siguiente encadenamiento: como el costo de mantener un niño en la escuela es muy grande para un ingente número de familias pobres, la deserción es mayor en los niveles socioeconómicos C, D y E. Cualitativamente, problemas de diversa índole, entre los cuales son muy importantes los aspectos de infraestructura, salud y seguridad, así como la atención al docente por parte del Estado, determinan que la formación del estudiante en tales sectores presente carencias que la colocan en una relación de desventaja con respecto a lo que acontece en los restantes estratos socioeconómicos.
Como resultado, la clase socioeconómica es un factor que genera desigualdad en la conformación del acceso a la educación superior, puesto que llegan a optar a tal educación menor número de sus componentes, con una desventaja añadida en aspectos que inciden en la formación como la autoestima, el apoyo familiar y la seguridad en sí mismo.
Una iniciativa como las misiones educativas pudiera ser una medida contingente apropiada para detener la profundización de la desigualdad, siempre que se implemente temporalmente, de manera abierta, y se la destiña de la mancha ideológica que en nuestros días ha contraído. Pero hasta allí. Si nuestra educación anterior fuese buena, jamás nadie en su sano juicio hubiera pretendido que tres meses o un año de barniz de objetivos educativos logran lo mismo que once años de maduración intelectual y psicoemocional en el ciclo educativo normal.
Luego está el aspecto de la diferencia cualitativa que se observa entre la educación pública y la privada. En Venezuela, hace mucho tiempo que los gobernantes y los ciudadanos nos olvidamos de la importancia del docente. La politiquería actuó para generar una situación en la cual un docente se convirtió en un jornalero de la educación, con el resultado de mucha gente sin vocación y motivación dando clase, mal pagados, desasistidos y peor preparados para atender en pésimas condiciones materiales y de seguridad a unos alumnos que mal pueden adquirir unas virtudes y competencias que ni sus tutores ni el entorno pueden transmitirles.
Aunque suene apodíctico, mi pretensión es generar discusión y debate. Trato de exponer la perspectiva que tengo, y bien puedo estar equivocado. Obsérvese que descarto otros vicios que, pudiendo ser efectivos, considero minoritarios y subsanables, siempre que toda la sociedad se involucre en el diseño y vigilancia de los proyectos educativos de la sociedad venezolana.
El tercer aspecto y, a mi modo de ver, el más sencillo, es el referido a la oferta académica superior. A fin de cuentas, quizá la solución de toda la problemática consista en solventar este aspecto, junto con la atención y la nivelación hacia el incremento cualitativo general de la educación que se imparte en los niveles básicos. Si somos coherentes, desaparece hasta el problema posterior de cómo hacer autorrealizados y productivos a todos los profesionales que nuestro sistema educativo genere.
Considero que no necesitamos más universidades. Lo que necesitamos es invertir en las ya existentes, con las debidas previsiones de apertura a la vigilancia social, de manera que ellas puedan incrementar su matrícula y atender a una cantidad exponencialmente mayor de bachilleres, si ello es necesario, incluso dictando los cursos de nivelación correspondientes para aquellos que actualmente sabemos que no están en condiciones de encarar con éxito la exigencia del nivel universitario. Del mismo modo que no se quiere que un grupo secuestre el proceso educativo de todos, también se rechaza que un grupo se apropie de una universidad pública, cualquiera que ella sea.
Yo veo en esto sólo ventajas. Incluso desde el aspecto del empleo podrían beneficiarse muchos profesionales que hoy manejan taxis o practican el comercio informal porque no consiguen empleo, siendo que podrían ser más productivos socialmente educando y ayudando a otros a insertarse en los niveles superiores de la educación.
Pero si el gobierno, éste o cualquier otro, olvidando que es responsable de la administración y no dueño del Estado, decide que va a mezquinar y reducir el presupuesto universitario, o que va a darle recursos discrecionalmente sólo a aquellos que canten la canción que desee escuchar, resultará perjudicada toda la sociedad, no sólo los circunstancialmente excluidos.
La solución al problema de la oferta académica es que, con mayores recursos presupuestarios, se construyan módulos de las universidades nacionales regionalmente, allí donde sea menester, para la formación de profesionales, con énfasis en los más necesarios en la región: médicos, ingenieros, arquitectos, docentes, técnicos y científicos en las más variadas ramas. Se genera empleo, arraigo familiar y se incrementa el impacto cuantitativo de la educación superior.
Venezuela es un país geográficamente pequeño y cuenta con los recursos económicos suficientes para asumir una acción colectiva como la propuesta, sin necesidad de mayor sobresalto. Podemos, si socialmente lo decidimos, incluso superar los niveles de inversión educativa recomendados por los organismos internacionales. Por supuesto, la vigilancia de la sociedad es fundamental. El ciudadano debe comprometerse a velar porque lo así ganado no se pierda.
La superación de nuestra actual desigualdad ciudadana es primeramente responsabilidad de quienes ya hemos accedido al beneficio de una educación superior, sea cual sea nuestro nivel. Despreciar al que es menos social o académicamente, y negarle el acceso a las decisiones en asunto de tanta importancia y que tanto le concierne, aunque él mismo no lo sepa bien, es continuar encerrados en el círculo vicioso que nos ha traído hasta el presente. El ser humano merece respeto solamente por esa condición. Pero cuando me paro a discriminar y a negar oportunidades sólo por prejuicios que no quiero detenerme a revisar, quedan inauguradas las tinieblas.
Por último, aquí hay que considerar el problema de la autonomía académica. Quien mayor pertinencia tiene para decidir acerca de la formación de sus alumnos es, primeramente, la universidad. Sin embargo, la universidad no está sola. Forma profesionales para la sociedad. De modo que el otro factor que debe plantear exigencias y vigilar el proceso educativo para que sea pertinente es la ciudadanía. Toda la ciudadanía, no sólo un grupo determinado según la perniciosa costumbre de la élite autodeclarada. Porque el precio de no hacerlo así ya sabemos la clase de desigualdades que comporta, y no creo que nadie en su sano juicio quiera responsabilizarse del riesgo de construir una sociedad desigual.
Finalmente, intervendría el gobierno. No, como se quiere ahora, en función rectora. Ya estamos cansados de eso. La humanidad no marcha en esa dirección. Nosotros podemos hacerla marchar en la dirección que queramos. Los gobiernos no son otra cosa que corporaciones humanas que la sociedad designa para representarla temporalmente y administrar el Estado que esa sociedad ha formado.
Según mi criterio, de esta nueva excursión al problema, resultan tres nuevas claridades respecto al problema de la educación superior: son las universidades y la ciudadanía quienes deben decidir y controlar lo referente a la educación superior, en primer lugar. Luego, el papel del gobierno debe limitarse a cumplir los dictados de la ciudadanía, y no al revés. De manera que el intento de intervenir en el proceso unilateralmente es erróneo y va contra los intereses del todo social. Tercero, todos debemos integrar la virtud del respeto al otro más allá de sus concretas condiciones socioeconómicas y académicas. Si no podemos ver al humano en cada humano, nada de lo anterior tiene sentido.

¿Quién debe ingresar a la educación superior?

La pregunta acerca del derecho que tienen los ciudadanos a recibir la educación que deseen, una vez cubierta la etapa básica y obligatoria de la misma, plantea un problema central de nuestro diseño social.
Como universitario, comenzaré por declarar que considero inadecuada la manera de plantear la discusión, porque se ha hecho desde perspectivas particulares, que sólo toman en cuenta intereses de grupos de poder político. El papel de los líderes estudiantiles universitarios, lamentable. Como soldaditos de plomo, o loritos, repitiendo consignas prescritas por otros, practicando la vieja política, decidiendo sin consultar y convocando a marchas sin contenido.
Aunque no debemos plantearnos el problema como si sucediera en una república aérea —uno de esos diseños platónicos de socialismo que se intenta construir considerando como agentes propulsores del mismo a hombres ideales, seres que no existen—, creo necesario partir, como en todo lo que tiene que ver con la acción política, de un proyecto.
El proyecto es necesario, porque obliga a ver de antemano los problemas. Permite asomarnos a la realidad deseada de modo simulado, pues no hay eticidad en realizar experimentos con el conjunto social.
Y si creemos que con la sociedad no se debe jugar, aunque esa sociedad no sea la mejor sociedad posible, menos podemos esperar que el proyecto sea un proyecto excluyente, concebido por un grupo para lograr sus intereses.
Nuestra posición inicial es, pues, una situación de desigualdades. Como sociedad, dada esa situación, contamos, en cualquier momento histórico, con debilidades, oportunidades, fortalezas, amenazas y expectativas. No debemos despreciar esos elementos al momento de diseñar nuestro proyecto social educativo.
La crisis obliga a trabajar. Y se trabaja mejor partiendo de un proyecto calculado con base en nuestra realidad sociopolítica y económica, que lanzándose hacia cualquier lado de cualquier forma. Lo que tenemos que hacer es trabajar sin cesar, ganando conciencia del problema. No es cambiar por moda, porque ahora haya que cubrir todo con un trapo colorado, para que los incautos se emocionen. Repito, la sociedad no es conejillo de indias.
Es una estupidez hacer las cosas por venganza, por ¡resentimiento histórico! Pero hacerlas sólo porque en otra parte se hace, o porque alguien dice que otra sociedad está más avanzada, o como hacía un antiguo jefe, porque lo leemos en un manual organizacional foráneo — si no nos vemos a nosotros mismos — no es sino otra estupidez.
El educativo es el proceso más importante que tiene cualquier sociedad. A través de él son transmitidos de una generación a otra, no sólo los variados y constantemente cambiantes conocimientos prácticos y técnicos necesarios para la adaptación al entorno humano del momento sino, más importante, toda la densidad cultural que especifica a dicha sociedad.
Por eso resulta arbitrario que un grupo, cualquier grupo, pretenda modificar a su antojo el proceso educativo de toda la sociedad. Es injusto. Sólo declararlo como intención es un crimen contra los derechos humanos de ese colectivo social.
Hay quien afirma, y tiene razón, que en el pasado hubo grupos que manipularon el proceso para lograr sus intereses, etcétera.
Concedido.
Pero los venezolanos no estamos obligados ni condenados a actuar como otros actuaron en el pasado, inferiormente. Y en esto creo tener razón práctica.
Este es nuestro reto actual. Saber poner a un lado los errores del pasado, saber perdonar a nuestros padres y diseñar un proyecto que permita construir una sociedad verdaderamente inclusiva, igualitaria, en la que el progreso individual y colectivo sea la posibilidad cierta y cotidiana para todos los que aquí habitemos.
Superar lo presente conservando nuestras raíces.


Todavía habrá quien diga que en el pasado todo fue mejor, etcétera.
Respondo a esto desde mi apreciación particular de la sociedad venezolana: no creo que haya algo de “mejor” en una sociedad mientras se multiplique de manera avasallante la cantidad de ranchos, el hacinamiento, los accidentes de tránsito, las enfermedades endémicas, los atracos, la violencia, la drogadicción, las familias mal avenidas, el consumismo, la corrupción, la especulación, el maltrato a los animales y al ambiente y un etcétera largo que gustosamente puedo especificar cuando haga falta.
Es pernicioso para nosotros el famoso prejuicio de la élite, de que la sociedad debe ser regida por los mejores. ¡NO!: Mejores en la igualdad debemos ser todos los venezolanos. Es una toma de conciencia necesaria para superar nuestro atraso caudillista.
Y sí, hay una distorsión educativa grave en el nivel superior de nuestra educación. Recuerdo el comentario superficial de una compañera, en uno de los inolvidables seminarios de la nunca suficientemente bien ponderada Escuela de Filosofía: “es que esas mujeres de los barrios son irresponsables, no pueden estar sin parir muchachos. La culpa es de ellas”.
“Estamos rodeados”, fue lo que pensé. Si los que acceden al nivel superior vienen, mayoritariamente, con este assembler de insensibilidad, ¿qué debemos esperar de los que ni siquiera terminan el primer grado de básica? ¿Cómo se libera a alguien de un prejuicio fundamentalista?
Esa es una realidad que hay que transformar. En ambos extremos. Progresivamente. Debemos apuntar a un diseño que permita una construcción compartida de una mejor calidad en el producto final. Debemos construir mejores seres humanos.
Sin embargo, es una mentira achacarle la responsabilidad exclusivamente al nivel superior. No está entre las atribuciones de un funcionario público ejercer la mentira. No es para eso que se les paga.
Bien, la primera conclusión que quiero establecer en esta serie es que el problema es de todos. No es responsabilidad exclusiva de nadie, y menos de los funcionarios públicos. Ellos no son dueños de la sociedad. En consecuencia, la acción política debe apuntar a involucrar de manera consciente a todos los ciudadanos, para lo cual hay que desmontar el engaño ideológico que pretende hacer que este problema sea percibido desde la simple emocionalidad.
Como se ve, abordar este problema exige la práctica de una organización política de la sociedad que no está hoy extendida entre nosotros, y que no puede ser el mero asambleísmo mayoritarista. Nuestro difícil reto es involucrar a todos respetando su especificidad, de manera que el diseño que se logre confiera oportunidades efectivas a todos, no sólo a un grupo. Para hacer esto hay que superar los propios prejuicios negativos, aquellos prejuicios según los cuales consideramos peyorativamente al otro. Y esto ya implica una actitud de cambio interno que, como todo cambio, es doloroso, pero a la larga resulta indispensable para aspirar mejores situaciones.
Lo dicho vale para todas las parcialidades.
Los ciudadanos debemos ejercernos como tales, e impedir que a este problema se lo trague la politiquería.

Anexo de hipocresía respecto al concierto en la frontera

Esta gente nos hace recordar constantemente, la canción de la muchachita aquella española, Melody, De pata negra. ¿Se acuerdan? “Esta gente no es de pueblo, esta gente no es de pueblo”… Aunque más bien, si la escucharon, la que se aprendieron fue más bien la otra canción de la misma chica, la que recomienda actuar “como los gorilas”.
Otra de las razones para rechazar el concierto anteriormente comentado fue, por insólito que pueda parecernos, que las canciones de algunos de los artistas del día son vulgares, como por ejemplo, La camisa negra, debajo de la cual Juanes declaró tener el difunto “p’enterrártelo cuando tú quieras mamita”…
Sí. Es vulgar.
Pero también es música del pueblo, no lo olvidemos.
Y queda mal en algunos salir como las prostitutas gazmoñas a reclamar por esa vulgaridad. El gusto por el arte lo establece el espectador, el consumidor. Como dice, creo, una de Charly García o Fito Páez: “Esto es verdad, si no te gusta, te vas”.
Y queda mal, porque cuando nos trasladamos al ámbito de lo público, del que se gana el sueldo a partir de los ciudadanos, encontramos en Venezuela casos recientes y constantes, notorios, públicos, de alguien que, en cadena nacional de radio y televisión le advierte a su esposa, entre carcajadas coreadas, quizá por quienes ahora se ofenden por lo de la camisa, que “esta noche te voy a dar lo tuyo”.
Claro, el significado es ambiguo. Como pudiéramos tornar ambiguo el difunto debajo de la camisa. Pero si luego, o antes, como funcionario público, voy y le ofrezco a la cancillera de un país extranjero "hacerle el favor cuando ella quiera", porque a mí me parece que le falta una cosa u otra, la figura adquiere mayor nitidez, quizá.
¿Y qué decir de lo que le puedo ofrecer a la oposición política, una vez que he decidido, arbitrariamente, despreciarla como “oposicionismo”, metiendo en un mismo saco todas las liebres que no me siguen?
Si como funcionario público, electo por los ciudadanos, se me antoja advertirles que tal día vamos, yo y mis seguidores, a jugar "rojo" con la oposición, y que después de "rojo" vamos a jugar "piragua", ¿cómo debe entenderse esto?
De dobles sentidos está lleno el discurso. Lo que sí no tiene doble interpretación es esto: el artista gana dinero por un producto que ofrece libremente, y que el consumidor decide o no aceptar. El funcionario público gana dinero…
Lo dejaremos en suspenso, ya que una de las tareas de construir sociedad y patria consiste, precisamente, en definir el rol, las responsabilidades de nuestros funcionarios públicos. Yo sugeriría que, a diferencia de la camisa negra, la actuación pública resulte abierta y transparente, sin hipocresía alguna.
Esta selectividad, esta manera extraña de discriminar lo que es vulgar y lo que no lo es, a mí se me antoja, cuando menos, hipócrita.
¿Ustedes qué piensan?

lunes, 17 de marzo de 2008

Juanes, la paz y la homosexualidad

El 16 de marzo es una fecha especial en Venezuela. Si no lo fuese ya porque en fecha similar, hace 30 años, un nunca suficientemente esclarecido accidente acabó con la vida de Renny Ottolina —quien probablemente habría alcanzado la presidencia del país a finales de aquel 1978, dado el ya para entonces evidente fracaso del proyecto democrático, tras casi veinte años de demagogia excluyente—, habría de serlo por el histórico concierto organizado en la frontera entre Colombia y Venezuela por el cantautor colombiano Juanes.
Con asombro pude observar que el concierto no fue transmitido por ninguna de las emisoras de televisión del actual gobierno venezolano. Sus responsables no juzgaron importante mostrarle al público tal espectáculo.
El argumento puede ser —ya lo he escuchado— que ese concierto no tenía ninguna relevancia porque, en primer lugar, no hay necesidad de abogar por la paz pues no estamos en guerra.
Lo otro que escuché es que no se explica que si se rechaza a algunos funcionarios por su supuesta homosexualidad, no se entiende como a los “oposicionistas” no les ofenda la homosexualidad, supuesta o declarada, de algunos de los cantantes que participaron en el evento.

Estas tenemos.

Me parece oportuno señalar, con relación al primer “argumento”, que del mismo modo pensaron los europeos que se podía manejar a Hitler durante la década de 1930, cuando “no había guerra”. Para quienes desestiman la necesidad de abogar por la paz, en todas las formas y épocas posibles, desde la iniciativa ciudadana, es importante ocuparse de la guerra sólo cuando la haya.
No se trata, para quienes así parecen sentir y pensar, de que la paz sea algo deseable, una condición social para la cual haya que educar, un valor ético realizable en lo social a través del aporte ciudadano. No. Para ellos es sólo una patraña interesada, un empeño imperialista por abatir las “fuerzas insurgentes”.
La guerrilla, el militarismo, el secuestro, la vacuna, los atentados, las minas antipersonales no son, para quienes expresan esta opinión, un problema actual. Según ellos, es la fantasía desbordada de quienes sólo tienen por objetivo “empañar” y ¿desmeritar? la imagen “gloriosa” de nuestro “sagrado” proceso.
Por otra parte, al parecer no es la incapacidad y la injusticia con que ciertos funcionarios llevan a cabo su actuación pública la razón de la oposición. Según estos argumentos, los opositores adversan la condición homosexual de tales funcionarios, no su ineficiencia.
El empeño de ver las cosas únicamente en blanco y negro distorsiona la perspectiva de muchas personas en una época como la actual.
La paz es algo que debemos desear y construir todos cada día, con nuestra actuación cotidiana. No es un estadio que se pueda alcanzar inertemente, sino que requiere esfuerzo, conciencia, sentido. Es cuestión de raigambre cultural.
Es una falta de criterio grave simplificar las cosas con respecto a la elección de género porque, además, esconde en sí el racismo que no nos cansamos de denunciar en este proyecto pretendidamente socialista. Eso aparte de la desinformación generada al, sencillamente, no transmitir el concierto. Cercenan las posibilidades de objetividad de su propio público. Si eso no es desprecio, entonces, ¿qué es?
Que el otro se casó con un hombre, o que a fulano le encontraron un cargamento de espermatozoides en el estómago, o que los vieron en público a los dos, hembra hombre y hombre hembra, o cualquier otra combinación, dándose un beso más obsceno que los todavía damnificados del deslave de Vargas o los indigentes que pueblan nuestras calles es asunto exclusivo de ellos. Mientras no traten de imponerlo en las vidas ajenas, están en su derecho, si no pueden o no quieren canalizar de otra forma su sexualidad.
Si vamos a juzgar a los artistas porque sean o no homosexuales, utilizando un criterio que obvia, quizá premeditadamente, la eficiencia o la ineficiencia, el aspecto de la calidad, debemos entonces prohibirnos la música de Elton John, George Michael, Simone, Juan Gabriel, Ana Gabriel y un largísimo etcétera, que aquí significa quién sabe cuantos más. Con respecto al arte el juicio depende del gusto personal. Con respecto a la administración pública, no.
En general, el desprecio y el fanatismo sólo han servido para construir la humanidad abusiva y violenta que hasta hoy nos hemos dado. Eso parece no querer cuestionarlo buena parte del oficialismo venezolano actual y muchos de sus seguidores. Tenemos que buscar caminos de unión, de paz y de concordia, pues así construiremos un mejor futuro, amplio, incluyente, constructivo, pacífico. Lo demás es fascismo. Don’t forget García Lorca.

domingo, 16 de marzo de 2008

Estos panitas se botaron hoy. ¿Ustedes qué piensan?


Juanes, Carlos Vives, Juan Fernando Machado, Ricardo Montaner, Alejandro Sanz, Juan Luis Guerra y Miguel Bosé.



Todos se ganaron bien el aplauso de hoy, aunque hay cosas que quedan todavia por analizar en torno a la conciencia, o la falta de ella, que los asistentes parecían tener frente al tema de la guerra. Pareció no comprenderse la importancia política del hecho; mucha gente pareció ir exclusivamente a disfrutar la fiesta. ¿Cómo podemos ser felices y tener fiesta si no nos ocupamos también y primero de lo importante?...

domingo, 9 de marzo de 2008

En torno a nuestra condición ciudadana


¿No te ha sucedido sentir desesperanza de tu ciudad, de tu país, en ciertas ocasiones, cuando por acaso te colma la dolorosa lucidez de que algo no concuerda del todo entre la gente en ella —la gente anónima de todos los días, y la que no lo es tanto, o no lo es del todo— y tú? ¿No te ha pasado sentir que uno de los dos términos de esta oposición está mal?
A menudo se habla —hablamos, discutimos, reflexionamos— acerca de ciudadanía, de educación, de valores, de educación en valores. Pero cuando sales a la calle, cualquier calle, y te hiere la suciedad que permitimos, nos permitimos, los indigentes, los buhoneros, el ruido, el atropello, la arrogancia ajena, el desconocimiento de la condición humana del otro, que con triste frecuencia podemos observar en Caracas, o Maracaibo, o San Cristóbal, o Valencia, o, ¿no has sentido alguna vez que la ironía iza su bandera en tu rostro, y te exprime esa sonrisa amuecada que expresa, “esta gente no es de pueblo”?
Muchas veces, el otro desconocido eres tú mismo. O sea, sí te ha sucedido, lo has vivido…
Claro, el primer comportamiento que hay que estudiar, que revisar, que criticar, es el propio. Me parece, al menos. Pero también me parece que, en general, nos es más fácil mirar hacia fuera que mirar hacia adentro. Y sostener la mirada, cuando enfrentamos el monstruo. Por ello nos salen fácil expresiones del tipo: “francamente”, “la gente…”, “aquí no se puede vivir”, “esto no tiene solución”, “este país es una mierda”…Etcétera.
Pero, ¿y yo? ¿No seré acaso tan criticable, despreciable o condenable como aquellos otros a quienes reprocho?
En el metro, en las aceras, caminamos como si los demás no existieran, nos demoramos, ocupamos la acera o las escaleras en su totalidad, sin necesitarlo, llevamos a los niños pequeños de la mano, no cargados o delante de nosotros, sino a nuestro lado, exponiéndolos a que los atropellen —porque a muchos se les sale, y demuestran con ese proceder que, o no tienen conciencia del niño, o no les importa— como si los demás tuviesen que someterse a nuestro ritmo espacial, a nuestra percepción del tiempo.
Si nos piden permiso, lo concedemos a regañadientes. A la inversa, atropellamos, empujamos. Nos sentamos, en el metro o el transporte superficial, como en el sofá de nuestra casa, ocupando asiento y medio. Nos coleamos en las filas, sin importarnos la necesidad, la edad, la salud o el tiempo que tengan los bultos que postergamos, digamos, esperando un autobús que sale a una hora determinada. Porque el otro es, en todos estos casos, un objeto, una lata, un estorbo. Ahorraré los episodios de racismo y otras discriminaciones.
En las calles, conduciendo, es lo mismo. Te cambias de canal sin poner las luces, sin avisar ni pedir paso, pero no le concedes paso a otro. Y ni te quiero hablar de lo que haces con el peatón. Aceleras, lo presionas para que se apure, lo insultas, sin saber en qué condiciones de salud está ese bulto que te estorba allí adelante, al que le pueden fallar los apoyos que ni siquiera le piensas, y entonces tu necesidad veloz puede devenir… ¿Qué puede devenir?
La luz amarilla es para acelerar y, si no te queda sino detenerte, lo haces sobre el rayado y volteas o bajas la mirada dentro de tu vehículo, no sea que algún objeto vaya a mirarte con reproche o insultarte, función con la que esos extraños artefactos están programados. Que cruce por donde pueda. Porque, para ti, es el conductor el que tiene la prioridad de paso, no el peatón. El peatón que se joda.
La puerta del metro o el ascensor es para abalanzarse, porque lo que aparece cuando se abre es follaje molesto, que te incomoda y nubla tu felicidad.
El episodio de esta serie que a mí de verdad me conmueve, el que nunca olvidaré, es el de quienes niegan el paso a los peatones cuando está lloviendo, o mantienen la velocidad, no importa si hay un charco y baña de agua dudosa a algún bulto que puede ser lo que en otros ámbitos se conoce como anciano, o estar enfermo, o quién sabe si con la mejorcita ropa que tiene o pidió prestada, el objeto allá afuera, que te demora y causa que tu carro se moje más, trata de alcanzar la oficina donde tiene una entrevista de trabajo, después de algún tiempo de vacaciones forzosas.
¿Y el ambiente? ¿Qué es eso por donde caminas, avanzas, esa manta extendida multiforme, ese no-tú, no-yo donde arrojas donde y como sea los desechos de tu actividad? Probablemente, su función sea ésa, ¿verdad?, ser recipiente de la indolencia y la violencia que no cabe en nuestro ser. Tal vez por eso quemamos basura al aire libre, o quemamos el Ávila o abrimos trochas cuando estamos aburridos, o lo llenamos, como llenamos las playas y el mar, de botellas y latas y condones y colillas de cigarros y plástico. Eso ni siente ni padece. Total, yo no me voy a quedar a absorber todo ese humo…
Entonces, sí. Está muy bien todo este considerar la ciudadanía, la educación, los valores. Es nuestra tarea. Pero nosotros, porque hay que comenzar por la casa, los venezolanos de cualquier ciudad o pueblo o barrio o urbanización —aunque tierra adentro los venezolanos parecemos otra cosa, somos quizá más humanitos, sin ser por ello perfectos— necesitamos humanizarnos, comenzar a ver a los otros, a ponernos en su lugar, a encontrarnos.
Observa que no me he metido aquí con los componentes ya descompuestos del cuerpo social, los delincuentes y otros antisociales…
He aquí una de las causas básicas por las cuales los divisores han intervenido nuestra sociedad profundizando la fragmentación. Saben que el desprecio está como componente en la CPU de la mayoría de los modelos de venezolano. Entonces, nada, resulta fácil explicar esos comportamientos combustibles encendiendo las cerillas de la violencia. Y la gente se engancha, nos enganchamos, se deja, nos dejamos llevar por ese fuego intencional.
Aquí es necesario cambio. Cambio en las actitudes, que debemos generar, primeramente en nosotros. Afirmados en esto, debemos sembrar el respeto por el otro, la no discriminación, la no violencia, la tolerancia, el conservacionismo en nuestros hijos, en nuestra familia. El hogar es el punto de partida. Dejemos de lado las soluciones inmediatas. Sepamos que poco cambia con nuestra acción individual. Pero cambia. Hace la diferencia.
Lo que tenemos que hacer es enseñar, enseñarnos, a nosotros, a otros y a nuestros niños mutua, constantemente, que la vida toda puede ser vivida en otros términos, mejores términos, términos de empatía y paz constructiva y consciente, sólo con que nos conectemos, que nos detengamos a estudiar con amor y frialdad el problema, a diseñar las soluciones, a proponerlas, a implementarlas.

Para todo lo que vendrá: paz, fuerza y alegría.

Pero esto es sólo si te gusta del todo lo que ves…

La era del mundo loco

Esta crónica es de la época en que la demagogia todavía necesitaba a los buhoneros en Libertador...
EL OFICIO DEL ESCRITOR ******* D.A.RAVELO MARTÍNEZ
LA ERA DEL MUNDO LOCO
ABRIL 30, 2007


Estás en Chacaíto, a media tarde, y vas hasta la Universidad. Tienes tiempo, tienes ganas de caminar, la tarde es fresca. Pero no. Prefieres mil veces pagar, sufrir en el metro las máquinas tragamonedas o las desordenadas colas —lo que la gente entiende por colas en Caracas, gusanos permeables hechos de gente, que se retuercen dejando que otra gente atraviese su cuerpo en una y otra dirección, sin dejar de ser el gusano— sumergirte en el pandemonium de ruidos, en la ebullición rugiente del gentío que corre en todas direcciones, como las abejas cuando les destruyen el panal, escuchar anuncios institucionales cada vez más y más dogmáticos, antes que caminar esas pocas cuadras que tanto sabor tenían antes.
A esas horas te sientes rodeado, la verdad. La Casanova es un hervidero, con humo y todo, de carros, taguaras extrañas, recogelatas, borrachos, basura y olores diversos, y choros de variada laya. Añádele cuanto ha traído consigo El Recreo… La Solano ofrece más posibilidades de sosiego, hay que admitirlo, el tráfico es menos brutal. Pero sólo menos. Allí también los monstruos acechan siempre, igualito que dos cuadras hacia el sur. Solución: el boulevard.
A veces te invade el espíritu de Indiana Jones, y decides sudar como un condenado, dispuesto al olor a pincho, a la salsa y el vallenato, a ensayar capoeira básica esquivando toda clase de gente, a las escenas de sexo y los tiroteos de las películas que ponen en los puestos de películas quemadas, a los videos de chicas bailando reggaetón del crudo. Tienes tiempo, te sientes bien, estás dispuesto. Piensas curiosear los tarantines. Iluso. ¿Dónde crees que estás?
Caminas, ingenuo como Caperucita, pero a medida que la vaina penetra tu ánimo, te conviertes en lobo. Y no en cualquier lobo, sino en uno de los más feroces.
Los buhoneros son tan arrechos que convirtieron el boulevard de Sabana Grande en un caserío. Desde hace mucho es el peor barrio de Caracas. Babilonia, de eso no hay duda, allí pasa de todo. Pero que haya paredes de colgadores que te obligan a andar como un ratón, buscando rendijas hacia la acera o hacia el paseo… ¡Y Dios te libre de decir algo, de mirar con molestia a alguno, o tropezar mercancía, la que sea!
Por instantes sientes ganas de tener el poder de Neo, dar un puñetazo en el pavimento y hacerlos saltar a todos por los aires, y que se queden allí, como los clones del Sr. Smith, desbaratar la apariencia externa de la matriz en medio de la tarde, mientras caminas hacia tu destino y tal vez piensas qué hacer con ellos.
Luego te rehaces, y cuestionas con menos rudeza los chamitos con la barriga al aire, jugando descalzos entre la basura y los diversos líquidos que fluyen oscuros y hediondos alrededor de muchos de esos puestos. Sigues valiente, tienes espíritu. Dices “buen provecho” al que come solo allí, mientras atiende bien o mal a los clientes y está pendiente de muchas cosas. Ves a la pareja que comparte un perro caliente y un refresco, hay que guardar, las ventas no están buenas hoy, vendrán tiempos mejores. Y como decía aquel cantante, agarras bien tu cartera…
Los buhoneros no son los únicos responsables. Entre politiqueros y chupasangres los han arrinconado a buscar sobrevivencia en ese esfuerzo irregular. Son víctimas de un menosprecio abstracto, que no se entiende con facilidad.
Ya en la Universidad, después de este paseo a otra cosa, te parece que lo que acabas de ver no encaja en el esquema de proactividad que sugieren los manuales de recursos humanos, estar recién graduado al mismo tiempo que tienes veinticinco años de edad y diez años de experiencia en cargos similares.
Es la era del mundo loco.

viernes, 7 de marzo de 2008

Sucede... ¿Lejos y afuera?

Mientras dormimos en nuestra autocomplacencia, otros tienen esto...


¿Qué haremos?

jueves, 6 de marzo de 2008

Viajando a Caracas

EL OFICIO DEL ESCRITOR ******* D.A. RAVELO MARTÍNEZ
VIAJANDO A CARACAS
ABRIL 28, 2007

Caracas es extraña, un valle rodeado de colinas en las cuales las viviendas ofrecen una bizarra combinación rural y urbana, como si más de un mundo acechara detrás de la composición del primer plano. Yace como una sacerdotisa recostada para descansar un momento a los pies del dios Ávila, apenas culminado algún mágico rito .
Su diseño original era apropiado para una vida de tracción de sangre. Sin embargo, su crecimiento devino anárquico, no se pensó el asunto, y decidieron atarla con tres largas correas de asfalto que la cruzan de oeste a este; recorrerla en automóvil, desafiando la maraña de sus restantes rutas polares, sería saltar como un trapecista que utiliza tres trapecios
paralelos .
A diario entraba y salía de Caracas una cantidad espeluznante de vehículos públicos y particulares. En ciertas horas sus calles y avenidas parecían contener varias orugas metálicas gigantes y multicolores, que se movían con caluroso y lento
ruido.
El tráfico en la urbe desbordó la capacidad de respuesta de sus cinco alcaldes, cuyo desacuerdo era como un ensayo de The Banana Splits, con Eminem como
invitado .
Así, día tras día tras día, en las rutas periféricas, inmensas colas traían a quienes desarrollaban sus actividades en la ciudad. Los conductores privados fumaban y escuchaban radio, esperando. La gente viajaba dormida en los autobuses, sin ver mendigos o suciedad, respirando el aliento de los que roncaban completando su sueño y escuchando reggaetón mañana, tarde o noche, en los vehículos públicos.
Uno de tantos días, en la ruta incrustada como un machetazo de asfalto al pie del Ávila, repentinamente, un joven bajó de la camioneta que conducía, tomó con violencia un ramo de rosas que llevaba y, dejando abierto el vehículo, se internó unos metros en el cerro.
El hombre se desplomó llorando sobre la tierra, dejando caer las rosas, regando con lágrimas tierra y flores. Luego se levantó, con rostro aliviado, y regresó a la vía, por donde caminó alejándose del vehículo.
De inmediato brotó una fuente de agua fresca justo en el lugar de las rosas sobre las que lloró, y surgió un rosal multicolor que se multiplicó vertiginosamente, invadiendo montaña, asfalto,
vehículos . Una lluvia suave comenzó, ayudando al despliegue de las rosas, que cubrieron todo desbordadamente .
Comprendiendo, todos abandonaron sus máquinas, y comenzaron a caminar, recogiendo flores, aspirando su fragancia y dejándose acariciar por la lluvia, hacia la ciudad, por la cual se expandían, endémicos, las flores y los retoños.
Hoy la vida en Caracas es otra. Todos han retornado a los tiempos antiguos, las antiguas creencias. Los automóviles quedaron olvidados, oxidados todos bajo la maleza. La flora recuperó su espacio, los animales silvestres parecen haber regresado del exilio, y hace ya tiempo que los caraqueños decidieron utilizar, provisionalmente, mulas y caballos para trasladarse dentro y fuera de la ciudad. El aire ahora es bastante limpio. El clima ha recobrado la frescura de otros tiempos. Lo más traumático es el acceso desde La Guaira. Al parecer, las mulas se niegan todavía a cruzar un puente a semejante
altura . Esperen todos sentados, dirán ellas.

Transfiguration


Djuna Barnes (1892-1982)
The prophet digs with iron hands
into the shifting desert sands.
The insect back to larva goes;
struck to seed the climbing rose.
To Moses’ empty gorge, like smoke
rush inward all the words he spoke.
The knife of Cain lifts from the thrust;
Abel rises from the dust.
Pilate cannot find his tongue;
bare the tree where Judas hung.
Lucifer roars up from earth;
down falls Christ into his death.
To Adam back the rib is plied,
a creature weeps within his side.
Eden’s reach is thick and green
the forest blows, no beast is seen.
The unchained sun, in raging thirst,
feeds the last day to the first.
*******
El profeta cava con manos de hierro
en las inestables arenas del desierto.
El insecto vuelve a su larva;
retorna a semilla la rosa trepadora.
Hasta la vacía garganta de Moisés, como el humo
irrumpen todas las palabras que dijo.
El cuchillo de Caín retira la estocada;
Abel se levanta del polvo.
Pilatos no encuentra su lengua;
desnudo está el árbol del que Judas colgó.
Lucifer ruge desde la tierra;
Cristo cae en su muerte.
A Adán es devuelta la costilla;
una criatura solloza dentro de su flanco.
La extensión del Edén es espesa y verde;
el bosque se agita, no se ve bestia alguna.
El desencadenado, el sol, con sedienta rabia,
alimenta al primer día con el último.

miércoles, 5 de marzo de 2008

El mito de Sísifo

Albert Camus
(1913 - 1960)

Los dioses habían condenado a Sísifo a hacer rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con alguna razón que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, en primer lugar, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía del rapto, ofreció a Asopo darle informes con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes.
Por ello, Sísifo fue castigado y enviado al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor.
Se dice además que Sísifo, estando próximo a morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su mujer. Le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí, irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su mujer. Pero cuando volvió a ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal.
Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió todavía muchos años más ante la curva del golfo, con el mar majestuoso y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por el cuello, y quitándole de sus alegrías, le condujo a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca.
Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por sus tormentos. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida, le han valido este suplicio indecible en donde todo el ser se emplea en no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para animar la imaginación.
En éste, se ve solamente todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una cima eternamente recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la detiene, el continuo esfuerzo de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al cabo de este largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza el objetivo. Sísifo mira entonces como la piedra rueda en unos instantes a ese mundo inferior desde donde habrá de volverla a subir hacia la cumbre. Él vuelve a bajar de nuevo a la llanura.
Es durante esta vuelta, esta pausa, que Sísifo me interesa. ¡Un rostro que padece tan cerca de la piedra, es ya él mismo piedra!
Veo cómo ese hombre vuelve a bajar con paso lento, pero igual, hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desgracia: es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona la cima y se hunde poco a poco en la madriguera de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.
Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista es consciente. ¿Dónde estaría, en efecto, su pena, si a cada paso le sostuviera la esperanza de triunfar? El obrero de hoy trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas, y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: es en ella que piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento, consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se supere con el desprecio.
Si el descenso se hace así algunos días en el dolor, puede hacerse también con alegría. Estas palabras no están de sobra. Imagino a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba en el principio. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamado de la felicidad se hace demasiado urgente, sucede que surge la tristeza en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas.
Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo. En el momento que sabe, comienza su tragedia. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Resuena, entonces una frase desesperada: «A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, dan así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua se une con el heroísmo moderno.
No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de felicidad. «¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La felicidad y el absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la felicidad nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Ocurre también que el sentimiento de lo absurdo nazca de la felicidad. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y estas palabras son sagradas. Resuena en el universo hosco y limitado del hombre. Enseñan que no todo está agotado, que no ha sido agotado. Expulsan de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y el gusto de los dolores inútiles. Hacen del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres.
Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En ese universo vuelto de pronto a su silencio, las mil vocecitas maravillosas de la tierra se levantan. Llamadas inconscientes y secretas, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el precio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice "sí" y su esfuerzo jamás cesará. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, él se sabe dueño de sus días.
En ese instante sutil en que el hombre se vuelve sobre su vida, Sísifo, volviendo hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos sin ligazón en que se convierte su destino. Creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen completamente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre con su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo, desde ahora sin amo, no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada destello mineral de esta montaña llena de oscuridad, forman por sí solo un mundo. El peso mismo de la roca hacia la cumbre basta para llenar el corazón de un hombre.

Hay que imaginarse a Sísifo feliz.

To one who has been long in city pent

John Keats (1795 - 1821)
To one who has been long in city pent
'Tis very sweet to look into the fair
And open face of heaven, -to breathe a prayer
Full in the smile of the blue firmament.
Who is more happy, when, with heart's content,
Fatigued he sinks into some pleasant lair
Of wavy grass, and reads a debonair
And gentle tale of love and languishment?
Returning home at evening, with an ear
Catching the notes of Philomel, -an eye
Watching the sailing cloudlet's bright career,
He mourns that day so soon has glided by,
E'en like the passage of an angel's tear
That falls through the clear ether silently.

*******

A quien en la ciudad ha estado largo tiempo confinado,
le es muy dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar una plegaria
hacia la gran sonrisa del azul firmamento.
¿Quién más feliz, entonces, si, con corazón contento,
se hunde, fatigado, en una blanda yacija
de hierba ondulante y lee una acabada,
gentil historia de amor y languidez?
Si, volviendo al atardecer al hogar, capta su oído
las notas de Filomela, y su ojo contempla
la fúlgida carrera de una pequeña nube,
lamenta que el día se haya deslizado tan pronto,
desvaneciéndose como la lágrima de un ángel
que cae por el éter claro, calladamente.

lunes, 3 de marzo de 2008

Un minuto de silencio…¿Por quiénes?

Toda posible alegría por el magnífico gol que Juan Arango marcó ante el Getafe, en la 26ª jornada de la Liga Española, temporada 2007-2008, ha sido postergada por otro manotazo del autoritarismo que sufrimos.
La sociedad venezolana toda se halla, a partir del primer día de marzo de 2008, en riesgo de involucrarse en una guerra, por voluntad declarada de nuestro actual presidente.
Es este ciudadano el responsable exclusivo de esta situación, el único que ha declarado la voluntad de que entremos en guerra, como ya sabemos todos.
Ante el incidente militar entre Colombia y Ecuador, resultado del cual fallecieron integrantes de las FARC, nuestro presidente y sus ordenados saltaron apresurados, a proponer la guerra, a retirar embajadores y movilizar unidades militares hacia nuestra frontera con Colombia.
Actuaron así suponiendo una situación condicional: “si Colombia nos agrede”… Y por allí se lanzaron, movidos por un prejuicio que les pertenece casi con exclusividad pero que, validos indebidamente de su poder actual, pretenden imponer al resto de la sociedad, la única parte que verdaderamente resulta afectada por toda esta turbia discrecionalidad política y económica.
No es éste el espacio de juzgar las actuaciones de los gobernantes de Colombia y Ecuador. Nos interesa el que tenemos aquí en la casa.
Sus declaraciones incluyeron la solicitud obedecida de guardar un minuto de silencio por el personaje militar y políticamente más importante de los fallecidos en el incidente: Luis Edgar Devia Silva, alias “Raul Reyes”, primer lugarteniente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Tal petición es un soberbio insulto a todo el pueblo venezolano. No sólo a quienes el ciudadano presidente considera enemigos. También, incluso más, y principalmente, a sus seguidores no necesariamente obsecuentes: el pueblo más pueblo en nuestra sociedad, ésos que realmente creen en él con amor, y lo defienden con celo. No los enchufados. Ésos no: los otros; los anónimos.
No comparemos esa actitud del fin de semana reciente con la ausencia de homenaje semejante a los fallecidos hace una semana en el accidente de Mérida. Allí había opositores destacados y, para la lógica de nuestros actuales gobernantes, el que viaja en avión y no está en el gobierno, es oligarca.
Con lo que hay que comparar esta demostración de afecto es con el desprecio que nuestro presidente y sus colaboradores demuestran constantemente, de palabra y obra, respecto a los centenares de ciudadanos de ese pueblo, mayormente jóvenes, que siguen pagando a diario con sus vidas el secuestro al que la delincuencia común nos tiene sometidos a todos. Esos muertos sí no les duelen a nuestros bolivaristas.
Aparte de las motivaciones ulteriores que oculta ese discurso del fin de semana, la oposición política debe trabajar en hacerle ver a ese pueblo amante que su amado no le otorga reciprocidad en el amor. Es un padre que da el sustento, si lo da, en forma de limosna, pero condicionado a la obediencia. Y el amor no lo da a los hijos, sino a los vecinos, o más concretamente, lo da a una abstracción, “a los pueblos del mundo”.
El pueblo más llano es el que debe llegar a ver que su participación real en nuestra vida social sólo cuenta, para nuestro gobernante, a la hora de apoyar electoralmente alguno de los intereses particulares del citado ciudadano.
Es también a ese pueblo al que hay que hacerle ver cómo saldrá perjudicado principalmente con una segunda guerra, aparte de la que ya libra —solo, sin esperanzas y abandonado a su suerte— contra el hampa.
Hay que hacerle ver, a ese pueblo, que la grandilocuencia discursiva de nuestro gobernante, premeditada para emocionarlos y eliminarles cualquier resquicio de sensatez racional, es totalmente falsa, en lo que se refiere al tema de la guerra.
Nuestro presidente se declara “amante de la paz”. Pero a cada instante repite su voluntad final de “vengar las afrentas” y “derrotar a los enemigos”. Sólo habla de la batalla, el combate, la pelea, la venganza. Quizá sea oportuno recordar, para descubrir la verdad de esa alma detrás del ruido de su voz, los versos de Giosué Carducci:

Paz es vocablo muy poco sólido
entre los muros que el fraticidio
cimentó eternos. ¿Quizá un día
la paz de entre la sangre alzará el vuelo?

Pueblo de Venezuela: he ahí a tu verdadero enemigo. ¡Reconócelo!

domingo, 2 de marzo de 2008

Sobre la eticidad de nuestros jueces

El problema de la disolución de los poderes de legislar e impartir justicia en Venezuela es crucial para cualquier proyecto político futuro. Por eso debe integrar nuestro pensamiento y nuestra acción de manera constante, consciente y constructiva, para desprendernos de la inercia intelectual con la que hasta hoy asumimos nuestra sociedad.
La primera idea que plantearé es que atender este problema es cometido de TODOS, especialmente los excluidos. De manera que un prerrequisito es dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿cómo integramos, ahora, no mañana, a los marginados, a los de menores recursos, activa y sinceramente, a la construcción de un proyecto social venezolano justo, inclusivo?
La segunda, que la mentalidad del venezolano, especialmente el excluido, ha variado positivamente hacia la ciudadanía en los últimos nueve años, producto de las aspiraciones que la demagogia de nuestro actual presidente les ha hecho concebir como viables.
Esta afirmación puede parecer problemática, pero creo que la gente, en general, percibe que tiene, en cuanto ciudadano, poder. Y tiene aspiraciones justas a una mejor vida material, espiritual y emocional.
Todo ello es favorable, porque a fin de cuentas, es lo que se quiere: una nación de ciudadanos integrales y realizados. Debemos, para nuestra praxis, reconocer y diferenciar esto de la manera engañosa como se ha manipulado el tema de la participación por el destructivo despliegue bolivarista.
La tercera idea necesaria es que esta acción política debe realizarse sinérgicamente: no hay que esperar la recuperación de la democracia para comenzar a formar conciencia en la ciudadanía respecto a la necesidad de contar con poderes divididos, que se controlen y obliguen a la transparencia mutuamente.
El objetivo final es impedir que nuestros funcionarios públicos ejerzan sus cargos discrecionalmente. Porque la autoridad debe llegar a ser, entre nosotros, para servir a los ciudadanos.
Dicho lo anterior, analicemos el fenómeno. Desde 1988, Venezuela inició un funesto retorno hacia el caudillaje. En sendas segundas instancias, fueron electos como presidentes dos ciudadanos de dudosa capacidad. La realidad demostró fehacientemente lo catastrófico de esas ree-lecciones.
El caudillo decimonónico apareció propiamente en 1998. Y su ejercicio del poder nos lleva, no a la Edad Media, sino más atrás: hacia los antiguos reinos de China, Persia y Egipto. Por supuesto, con los aderezos actuales de racismo fascista y fundamentalismo leninista. La democracia, de suyo débil y problemática, desapareció de Venezuela.
La realidad de nuestros poderes públicos es que un solo hombre los tiene todos. Este es el problema.
Lo que tenemos que lograr es:
Recuperar la división de poderes formal y efectivamente.
Encontrar la manera de garantizar que esa división no pueda ser desvirtuada.

¿Cuál puede ser la solución para esto?

Debemos lograr que nuestros jueces sean jueces éticos, aptos, cabales. La división de poderes se pierde cuando los jueces se pervierten. Esto es lo que ha pasado en Venezuela. Es un problema cultural, compartido.
Y no porque en el pasado el poder judicial haya estado pervertido vamos a justificar que no se haga nada para transformar la situación. Sí, antes de 1998 ya todos los poderes fallaban. Pero hacía rato que no se presentaba un gobernante central con las características despóticas del actual. Su aparición reveló la profundidad del vacío ético de nuestros jueces.
Si los jueces son idóneos, tanto los gobernantes como los legisladores pueden ser, incluso, bandoleros. La imparcialidad de los jueces frenará los abusos de esos otros dos poderes. Pero si los jueces carecen de ética propia se llega, como recientemente hemos visto, a la aplicación de nociones viles como la de que la justicia debe regirse por el criterio de un proyecto político.
Lo que tenemos que hacer es, en síntesis, difundir conciencia en la población acerca de esta necesidad. Activar políticamente a la ciudadanía para que luche por la recuperación efectiva de la división de poderes, y promover y utilizar los mecanismos de contraloría social para abatir, desde abajo, el proyecto totalitario.
Porque tampoco es que ellos solos, contaminados como ya están, van a recibir una súbita iluminación y comenzar a ser justos, personal y públicamente. La ciudadanía debe obligar al funcionario a cumplir transparentemente su función. Incluso cuando ese funcionario sea impoluto. La confianza en el ejercicio público queda resguardada por una vigilancia consciente, atenta, y permanente. Pero esto hay que enseñarlo…
Estas acciones deben ser promovidas, no sólo desde los partidos políticos y organizaciones no gubernamentales, sino desde la esfera familiar, las aulas de clase y los espacios culturales. Es mucho lo que hemos perdido, y más lo que todavía podemos perder. El primer paso hacia la solución del problema es comprenderlo.

sábado, 1 de marzo de 2008

En torno al prejuicio de clase

Entre los mayores peligros que confronta hoy la sociedad venezolana, particularmente perniciosa es la fuerza que han adquirido los prejuicios de clase en los años recientes, utilizados como eje de un discurso político simplificador, diseñado para radicalizar los síntomas de nuestra escisión, evadiendo sus causas, del mismo modo que siempre se han eludido en nuestra praxis social compartida.
Estos peligrosos años de invocación permanente a un ideario ambiguo y manipulado, subsumido bajo la etiqueta de “bolivariano”, han puesto de relieve que uno de los problemas esenciales de esta sociedad es el desconocimiento mutuo entre las diferentes clases sociales.
Este problema es un reto intelectual y político profundo. Seguir manteniendo encubierta esta problemática, en los actuales momentos, nos pone a todos —intelectuales e iletrados, aristócratas y populacho— en riesgo de ser arrasados por un huracán de violencia.
Por supuesto, en los años recientes, tal discurso ha sido producido y promovido con objetivos claros e innegables: el control del poder político, económico y social. Pero el hecho de que nos tiendan una trampa, no quiere decir que tenemos que pisarla: no estamos obligados a aceptar la noción falsa de que es imposible trascender los arbitrarios límites de la polarización actual.
El que alguien se asuma dueño de la sociedad no quiere decir que lo sea: tal propiedad sólo se la podemos otorgar nosotros, los ciudadanos.
Sin embargo, debemos detener esa miopía. No se puede aceptar lo que no es justo, sólo porque quien lo promueve sea circunstancialmente “poderoso”. La experiencia de estos años puede resultarnos productiva, si comenzamos por reconocer lo que potencialmente encierra de valioso. Negarse a esta comprensión, por el contrario, es admitir la violencia o la aventura como solución idónea.
Esta difusión del racismo social nos proporciona, si intentamos alcanzar la objetividad en el análisis, una oportunidad inmejorable de conocer nuestra propia identidad, de adquirir mejor conciencia de quiénes somos y hemos sido, y qué vivencias compartidas nos trajeron hasta aquí.
Por ello quiero enfatizar la gravedad del impacto que nuestros prejuicios respecto al país y su población, tienen sobre la definición de las conductas políticas que adoptamos.
Es preocupante que frente al discurso falsificador de quienes hoy tienen la responsabilidad del poder, discurso de descalificación, de adjetivar negativamente y generar odio hacia sectores específicos de la vida social, política y económica, la respuesta que se intenta, muchas veces expresada por periodistas y generadores de opinión tiene un contenido similar, del cual se diferencia sólo por la dirección de la descalificación.
Estos ciudadanos incurren en el mismo “error” que los voceros oficiales. Del mismo modo que, abstractamente, para el oficialismo los opositores son “ “traidores”, “mercenarios”, “lacayos”, “oligarcas”, “fascistas” u “oposicionistas”, para muchos opositores no sólo el gobierno y los que le apoyan, sino la totalidad de las clases que económicamente podemos considerar “bajas”, terminan etiquetadas peyorativamente como “hordas”, ”perraje”, ”lumpen”, ”marginales”, “rastreros”, “lambrucios”, ”basura”, “escoria”, etc.
Lamento advertir que así, lo único que se logra es el objetivo divisivo del proyecto político que actualmente nos gobierna. Se cae en un desprecio del ser “popular” que sólo contribuye a agudizar la escisión social que, repito, forma parte de los objetivos ideológicos centrales del actual gobierno.
Que estos prejuicios hayan estado presentes en nuestro país desde siempre, no quiere decir que sean buenos prejuicios. En consecuencia, debemos analizarlos cuidadosa y responsablemente, para superarlos.
Frente al cometido específicamente direccionado de generar tensión, desconfianza y confrontación permanente entre los distintos estratos sociales, es pobre, como respuesta denigrar a quienes, entre los sectores con menos ventajas de nuestra sociedad, apoyan al actual gobierno.
En primer lugar, porque alguna razón debe haber para que ese conjunto de personas —¿o acaso por no estar bien educados, o no tener dinero, no son personas?— crea y quiera lo que cree y quiere. Que los estén engañando o utilizando no es, por muchas razones, culpa exclusiva de ellos. Debemos entonces preguntarnos cómo hemos, nosotros mismos (y nuestros antepasados), contribuido a tal estado de cosas.
En segundo lugar porque, si bien cualquier sociedad debería apoyarse, para su progreso, en el concurso eficaz de sus elementos más y mejor capacitados, también es cierto que la situación que compartimos no fue debidamente atendida por esos mismos elementos en el pasado, y así hemos caído en el presente estado.
Debemos desprendernos de la idea de la elite guiadora del todo social, pues no es, en esencia, distinta de la noción del líder que guía al pueblo como a su particular rebaño.
Los problemas actuales de la humanidad son tales, que tal paradigma resulta insostenible, por ineficiente y estrecho. Es necesario un cambio real y profundo en la concepción universal de la vida. Venezuela no puede, aunque lo intente, sustraerse a esta realidad.
En síntesis, estar mejor capacitado no basta. Si como ser humano no se tiene la capacidad para ponerse en el lugar del otro, y dejar a un lado cuanto impida entender la necesidad y el problema de ese otro, vendrá a ser, en la práctica, como si no se tuviera la capacidad en base a la cual se exigen derechos y privilegios.
Si esta sociedad hubiese sido concebida en el pasado como un proyecto inclusivo, justo, solidario, quizá no tendríamos la amarga experiencia de nuestros días. Pero hay que dudar de la capacidad de quienes, en cuanto clase social, cultural, política o económica, se juzgan con derecho a algún tipo de predominio, pues ya fracasaron en construir una sociedad compartida, que evitara la descomposición moral en la que hoy nos encontramos inmersos. Por esto, repito, debemos detenernos a revisar nuestros prejuicios, antes que seguir apoyándonos inertemente en ellos.
Debemos construir una sociedad mejor. Todos. Inclusivamente. Y es posible lograrlo. Pero tal objetivo no se alcanzará, mientras nos enganchemos en el juego perverso de descalificar al que no es como nosotros. Así, lo único que se recicla es el desconocimiento mutuo y la fragmentación social. Adivinen quién gana con tal estado de cosas.