sábado, 31 de octubre de 2009

Esta intolerancia parece que no se lava: ¡Socorro!

Entre las primeras sensaciones que me visitan, habiendo recién finalizado de escuchar el fragmento de clase del Profesor (al menos mientras no se oficialice alguna disposición en contra) Pedro Alejandro Lava Socorro, está la inmensa alegría de no estudiar en aquella institución, cuya historia académica, por lo demás, no parece haber sido precisamente meritoria.

Otra idea, clara, precisa, inexorable, que se epifanizó ante mi conciencia a medida que el discurso sobre romanos y afines progresaba, fue que entre los textos leídos por este académico no figura quizá una obrilla, que se nos ha transmitido también de manera fragmentaria, escrita en aquellos tiempos oscuros, por un tal Petronio, de inclinación estoica, cuyo título es Satiricon liber. Seguramente la leí mal, porque creo recordar que varios de esos fragmentos describen, incluso con fervor, prácticas homosexuales. El tal Petronio parece haber sido consejero y “amigo” de otro personaje famoso, llamado Nerón.

Pienso que sobre la sexualidad de los emperadores no es saludable hacer comentarios pero, aunque nada diré de ningún Nerón, tampoco puedo dejar de recordar que otro emperador, casualmente romano, Adriano, llegó incluso a levantar monumentos, después de derramar copiosísimas lágrimas y proferir gritos lastimosos, desgarradores, “como una mujer”, nos cuenta Marguerite Yourcenar, en méritos de la muerte de un joven al que amaba, Antinoo.

Seguramente, también estoy mal enterado de esta historia, como de todo lo demás, pero entiendo que cuando digo “amado”, lo que todos los contemporáneos de Adriano parecen haber tenido clarísimo, me refiero no sólo a la inclinación del alma, sino también a un acercamiento más “cercano del tercer tipo”, implicando incluso la construcción de aquello que, nos refieren Umberto Eco y otros, los inquisidores denominaban “el monstruo de dos espaldas”.

De manera que, de lo que el docente filmado intenta establecer, sólo se me ocurre pensar que, si los romanos efectivamente tenían establecida legalmente la pena de muerte para los homosexuales, quizá debamos inferir entonces que eran traviesamente hipócritas, cuando menos, dadas las manifestaciones públicas de sus nerones, calígulas y adrianos. Porque otra cosa que podemos pensar es que el profesor esté equivocado, cosa que creo que es más cercana a la realidad en el caso que ahora nos convoca.

Gracias al FACEBOOK -uno de esos sabrosos inventos surgidos en la atmósfera del capitalismo, y de los cuales uno puede pensar que es “lo mejor del mundo y sus alrededores”- me entero del escandalito del profesor homofóbico. Los comentarios de tres de mis muy apreciados amigos causaron la activación del circuito de mi curiosidad y, habiendo leído lo de Jesús, Yersson y José Javier, corrí de inmediato a buscar el video. Aquí expongo mis apreciaciones.

Estoy de acuerdo con Jesús en lo que señala con respecto a los oyentes del profesor. Me parece un signo de la época la aceptación acrítica de casi cuanta lava nos vomiten encima, sin siquiera pedir socorro, algo por demás preocupante en un aula universitaria.

Tal hecho no habla muy bien de los futuros abogados, jueces y legisladores, al menos de los egresados de esa casa de estudios. Más allá de eso, en las risas que se escuchan lo que veo es aceptación, acuerdo. Los que rieron, o era por nerviosismo de verse descubiertos y confrontados, o era por sintonizar con las palabras de su docente. Lo que no comparto de la exposición de mi amigo y profesor, son los calificativos, pues creo que es colocarse en el mismo nivel del sujeto. Dejémosle los insultos a los fascistas, e incluso así, ya habrá exceso.

Más de acuerdo estoy con lo que creo que expresa José Javier: hay que tener cuidado con la intolerancia. Si un profesor universitario resulta sancionado por un discurso como ése, entonces lo que hay que cerrar y despedir es a la sociedad. Se trata en caso tal, nada menos que de aceptar la práctica del fascismo, a la que tanto nos hemos ido habituando en Venezuela, durante la última década. Como no me gusta lo que dices y, en general, no me gustas, o no me sirves, sencillo: te borraré del mapa.

Mi supremo acuerdo en este punto lo obtiene Yersson, aunque para nada creo que el video haya sido editado. No me parece que el sujeto haya dicho mayor cosa. Nada nuevo. Lo que expresó ha sido moneda común en nuestra colectividad, así como en sociedades extranjeras, durante siglos. Entre nosotros sería hipócrita escandalizarse por eso, cuando tal corriente de pensamiento ha sido prácticamente la norma en las generaciones que nos antecedieron. Claro, puedo entenderse que esto cause escozor en la comunidad GLBT, pero de allí a negar la presencia de una tradición de prejuicio cultural, hay un trecho importante.

Ahora, independientemente de la filiación sexual De Lava Socorro, en torno a la cual le conferimos la más absoluta libertad de inclinación, encuentro que esta persona es víctima de una carga atómica de prejuicios negativos. Su exposición no contiene razonamientos, sino preconceptos. En lo que le escuchamos decir, las fuerzas del bien y el mal combaten terriblemente, y el único final posible es que la luz triunfará sobre la sombra. Y ello como resultado de que, en el fondo, lo que se mueve en esa acumulación de palabras es miedo e ignorancia.

Lo que no sabe esta persona, como también lo ignoran todos cuantos aman predicar esas épicas del combate y la fuerza, es que cuando la luz o la fuerza que preconizan triunfe, se habrá destruido a sí misma. Y entonces habrá… nada.

Creo haber aportado razones para pensar que en sus asertos sobre lo que los romanos juzgaban acerca de la homosexualidad hay lo que otro de mis panas suele denominar “un pelón”. Además, para ser un profesor universitario, francamente, creo que su clase estuvo plagada de afirmaciones gratuitas. Ejemplos: “A los homosexuales hay que tratarlos como enfermos”; “la homosexualidad es mala”; “los homosexuales son enfermos”; la última, que para mí es clave: que él “no entiende la homosexualidad”.

Se podría hacer una obra satírica sólo elucubrando acerca de lo que estas afirmaciones puedan significar respecto de la persona que las profiera: ¿Y cómo sabe él todo eso? ¿Es mala la homosexualidad porque la probó quizá, y no le satisfizo? ¿O tuvo algún encuentro en el que la pareja era realmente perversa, cualquiera que haya sido?... ¿Qué sabe uno? Se puede incluso pensar que lo que le pasa es que está inmerso en el dilema de si es marico comprobado o marico por comprobar.

Sin embargo, como ya el Satiricon liber fue escrito hace veinte siglos, creo que académicamente podría desmontarse toda esa pretensión de discurso simplemente preguntándole, ante cada una de esas afirmaciones, ¿por qué? ¿En qué se basa para aseverar esto o aquello?

Lo que pasa es que, según he escuchado -y aquí comienza el proverbial océano de mi propia ignorancia-, en las escuelas de Derecho como que no funciona mucho eso del cuestionamiento, sino que lo que impera académicamente es la crasa y brutal autoridad. Lo cual muchas veces no es sino otra forma de ocultar -¿adivinen qué?- la ignorancia. Pues, que yo sepa, ésta no es ya la época de la Escolástica. Pero bueno, esas son ya otras profundidades. No lo sé; acuérdense que siempre puedo estar equivocado.

Salgamos un momento del aula, y haciendo una pequeña proyección del futuro, imaginemos a este titulado universitario –que, al menos legalmente, debe serlo- en su práctica profesional. Supongámoslo abogado, juez, o legislador.

¿Qué pasará cuando tenga que intervenir en algún caso en el cual uno de sus acusados, defendidos o juzgados pertenezca, circunstancialmente, a la orientación sexual por él prohibida? Por otra parte, si está en la comisión que redacta cualquier instrumento jurídico para garantizar ciertos derechos a la ciudadanía, ¿quiénes conformarán, para él, el conjunto de la ciudadanía? Como se ve, el reto que la manifestación fílmica de su “virtud” académica nos plantea, no es cualquiera.

Sintetizando, nuestra academia parece estar herida de muerte si resulta que un profesor universitario puede pararse ante una clase a establecer como verdades sus prejuicios, sin que algún estudiante sea capaz de hacer frente a eso con argumentos. Si en una clase universitaria pasa eso, ¿qué queda para el nivel básico? Es como si un ideologizador de misión se hubiera disfrazado de abogado, y se hubiera metido en el aula a impartir ¿conocimiento?

Constituye, además, un gran reto para nuestro colectivo con aspiración de sociedad un suceso como éste. Nos pone frente a frente con el monstruo fascista, y exige una respuesta que no creo que sea la del insulto o la burla. Por andar riéndonos de todo es que nos pasa lo que nos pasa. Y después tenemos la cachaza de quejarnos.

De insulto en insulto el sistema nazi arrastró a todo el mundo a una guerra horrible, y a varios exterminios todavía más espantosos, que no pueden caer en el olvido, así los fascistas de hoy se empeñen como lo hacen en negarlo. Entonces, ¿dónde estamos nosotros? ¿Qué pensamos nosotros, los habitantes de Venezuela, que es el ser humano? Acordémonos que ya en la actual constitución establecimos la presencia entre nosotros de seres especiales, distintos del resto de los humanos, los llamados pueblos originarios…

Ya lo dijo Miranda –aunque claro, él ya sabía en aquel entonces que la noche se le estaba poniendo cada vez más oscura: ¡Bochinche, bochinche! ¡Estas gentes todo lo convierten en bochinche!

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