Esta crónica es de la época en que la demagogia todavía necesitaba a los buhoneros en Libertador...
EL OFICIO DEL ESCRITOR ******* D.A.RAVELO MARTÍNEZ
LA ERA DEL MUNDO LOCO
ABRIL 30, 2007
Estás en Chacaíto, a media tarde, y vas hasta la Universidad. Tienes tiempo, tienes ganas de caminar, la tarde es fresca. Pero no. Prefieres mil veces pagar, sufrir en el metro las máquinas tragamonedas o las desordenadas colas —lo que la gente entiende por colas en Caracas, gusanos permeables hechos de gente, que se retuercen dejando que otra gente atraviese su cuerpo en una y otra dirección, sin dejar de ser el gusano— sumergirte en el pandemonium de ruidos, en la ebullición rugiente del gentío que corre en todas direcciones, como las abejas cuando les destruyen el panal, escuchar anuncios institucionales cada vez más y más dogmáticos, antes que caminar esas pocas cuadras que tanto sabor tenían antes.
A esas horas te sientes rodeado, la verdad. La Casanova es un hervidero, con humo y todo, de carros, taguaras extrañas, recogelatas, borrachos, basura y olores diversos, y choros de variada laya. Añádele cuanto ha traído consigo El Recreo… La Solano ofrece más posibilidades de sosiego, hay que admitirlo, el tráfico es menos brutal. Pero sólo menos. Allí también los monstruos acechan siempre, igualito que dos cuadras hacia el sur. Solución: el boulevard.
A veces te invade el espíritu de Indiana Jones, y decides sudar como un condenado, dispuesto al olor a pincho, a la salsa y el vallenato, a ensayar capoeira básica esquivando toda clase de gente, a las escenas de sexo y los tiroteos de las películas que ponen en los puestos de películas quemadas, a los videos de chicas bailando reggaetón del crudo. Tienes tiempo, te sientes bien, estás dispuesto. Piensas curiosear los tarantines. Iluso. ¿Dónde crees que estás?
Caminas, ingenuo como Caperucita, pero a medida que la vaina penetra tu ánimo, te conviertes en lobo. Y no en cualquier lobo, sino en uno de los más feroces.
Los buhoneros son tan arrechos que convirtieron el boulevard de Sabana Grande en un caserío. Desde hace mucho es el peor barrio de Caracas. Babilonia, de eso no hay duda, allí pasa de todo. Pero que haya paredes de colgadores que te obligan a andar como un ratón, buscando rendijas hacia la acera o hacia el paseo… ¡Y Dios te libre de decir algo, de mirar con molestia a alguno, o tropezar mercancía, la que sea!
Por instantes sientes ganas de tener el poder de Neo, dar un puñetazo en el pavimento y hacerlos saltar a todos por los aires, y que se queden allí, como los clones del Sr. Smith, desbaratar la apariencia externa de la matriz en medio de la tarde, mientras caminas hacia tu destino y tal vez piensas qué hacer con ellos.
Luego te rehaces, y cuestionas con menos rudeza los chamitos con la barriga al aire, jugando descalzos entre la basura y los diversos líquidos que fluyen oscuros y hediondos alrededor de muchos de esos puestos. Sigues valiente, tienes espíritu. Dices “buen provecho” al que come solo allí, mientras atiende bien o mal a los clientes y está pendiente de muchas cosas. Ves a la pareja que comparte un perro caliente y un refresco, hay que guardar, las ventas no están buenas hoy, vendrán tiempos mejores. Y como decía aquel cantante, agarras bien tu cartera…
Los buhoneros no son los únicos responsables. Entre politiqueros y chupasangres los han arrinconado a buscar sobrevivencia en ese esfuerzo irregular. Son víctimas de un menosprecio abstracto, que no se entiende con facilidad.
Ya en la Universidad, después de este paseo a otra cosa, te parece que lo que acabas de ver no encaja en el esquema de proactividad que sugieren los manuales de recursos humanos, estar recién graduado al mismo tiempo que tienes veinticinco años de edad y diez años de experiencia en cargos similares.
Es la era del mundo loco.
ABRIL 30, 2007
Estás en Chacaíto, a media tarde, y vas hasta la Universidad. Tienes tiempo, tienes ganas de caminar, la tarde es fresca. Pero no. Prefieres mil veces pagar, sufrir en el metro las máquinas tragamonedas o las desordenadas colas —lo que la gente entiende por colas en Caracas, gusanos permeables hechos de gente, que se retuercen dejando que otra gente atraviese su cuerpo en una y otra dirección, sin dejar de ser el gusano— sumergirte en el pandemonium de ruidos, en la ebullición rugiente del gentío que corre en todas direcciones, como las abejas cuando les destruyen el panal, escuchar anuncios institucionales cada vez más y más dogmáticos, antes que caminar esas pocas cuadras que tanto sabor tenían antes.
A esas horas te sientes rodeado, la verdad. La Casanova es un hervidero, con humo y todo, de carros, taguaras extrañas, recogelatas, borrachos, basura y olores diversos, y choros de variada laya. Añádele cuanto ha traído consigo El Recreo… La Solano ofrece más posibilidades de sosiego, hay que admitirlo, el tráfico es menos brutal. Pero sólo menos. Allí también los monstruos acechan siempre, igualito que dos cuadras hacia el sur. Solución: el boulevard.
A veces te invade el espíritu de Indiana Jones, y decides sudar como un condenado, dispuesto al olor a pincho, a la salsa y el vallenato, a ensayar capoeira básica esquivando toda clase de gente, a las escenas de sexo y los tiroteos de las películas que ponen en los puestos de películas quemadas, a los videos de chicas bailando reggaetón del crudo. Tienes tiempo, te sientes bien, estás dispuesto. Piensas curiosear los tarantines. Iluso. ¿Dónde crees que estás?
Caminas, ingenuo como Caperucita, pero a medida que la vaina penetra tu ánimo, te conviertes en lobo. Y no en cualquier lobo, sino en uno de los más feroces.
Los buhoneros son tan arrechos que convirtieron el boulevard de Sabana Grande en un caserío. Desde hace mucho es el peor barrio de Caracas. Babilonia, de eso no hay duda, allí pasa de todo. Pero que haya paredes de colgadores que te obligan a andar como un ratón, buscando rendijas hacia la acera o hacia el paseo… ¡Y Dios te libre de decir algo, de mirar con molestia a alguno, o tropezar mercancía, la que sea!
Por instantes sientes ganas de tener el poder de Neo, dar un puñetazo en el pavimento y hacerlos saltar a todos por los aires, y que se queden allí, como los clones del Sr. Smith, desbaratar la apariencia externa de la matriz en medio de la tarde, mientras caminas hacia tu destino y tal vez piensas qué hacer con ellos.
Luego te rehaces, y cuestionas con menos rudeza los chamitos con la barriga al aire, jugando descalzos entre la basura y los diversos líquidos que fluyen oscuros y hediondos alrededor de muchos de esos puestos. Sigues valiente, tienes espíritu. Dices “buen provecho” al que come solo allí, mientras atiende bien o mal a los clientes y está pendiente de muchas cosas. Ves a la pareja que comparte un perro caliente y un refresco, hay que guardar, las ventas no están buenas hoy, vendrán tiempos mejores. Y como decía aquel cantante, agarras bien tu cartera…
Los buhoneros no son los únicos responsables. Entre politiqueros y chupasangres los han arrinconado a buscar sobrevivencia en ese esfuerzo irregular. Son víctimas de un menosprecio abstracto, que no se entiende con facilidad.
Ya en la Universidad, después de este paseo a otra cosa, te parece que lo que acabas de ver no encaja en el esquema de proactividad que sugieren los manuales de recursos humanos, estar recién graduado al mismo tiempo que tienes veinticinco años de edad y diez años de experiencia en cargos similares.
Es la era del mundo loco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario